Manuel Marín-Vozpópuli
El desgaste de Pedro Sánchez y el viraje estratégico de Junts amenazan la estabilidad de la legislatura
Junts es un partido psicodélico. Lo mismo se pone el disfraz institucional, se somete a las presiones del empresariado, vuelve a los reservados de los restaurantes, reactiva tono muscular con el PP -sí, con el PP-, y asume que el procés ya no existe, que recibe a Arnaldo Otegi como si fuese un estadista y no un terrorista, se pone xenófobo porque Aliança Catalana le roba votos por días, y activa una desestructuración del Estado consentida por el PSOE sin limitación alguna.
Pero quizás empiece a haber novedades. Crece la percepción en Junts de que ya no pueden exprimir mucho más a Pedro Sánchez con dinero y de que el presidente del Gobierno ya no mueve el culo todo lo que exige Miriam Nogueras -el valor emergente que ahora enamora a Carles Puigdemont como musa y quizás futura candidata-. Y se extiende, de puro hartazgo, la idea de que Junts ya no cree ni en la amnistía que redactaron ellos mismos. Habrá quien crea las confidencias que Junts divulga por Madrid, y habrá quien ni siquiera las tome mínimamente en serio.
Pero algo ha detectado Junts: si solidifica esa histeria creciente entre magistrados izquierdistas del TC a querellas viables contra ellos por prevaricar cuando fuercen la aplicación de la amnistía, todo se habrá acabado. Puigdemont ya no emite demasiadas señales de confianza: ni en la capacidad de Félix Bolaños por doblegar al Tribunal Supremo en la pugna que mantienen viva contra la amnistía (con sus ases jurídicos en la manga), ni en la propia doctrina comunitaria para que el tribunal europeo haga pasar por amnistiable una malversación de dinero público de libro para financiar el procés. José Luis Rodríguez Zapatero, el verdadero confidente de Sánchez con mando decisorio absoluto, ya ha detectado ese giro de Puigdemont, la total pérdida de credibilidad de Sánchez, y que probablemente el final de ciclo se aproxima más rápido de lo que Moncloa preveía en 2023. A Junts le toca afrontar un viraje de petrolero, lento y en busca de otra deriva. Eso cuenta. En la práctica balbucean que ya ha decidido no salvar la legislatura hasta 2027.
Además, Junts empieza a ser consciente de que el separatismo ha fallado tanto frente a Salvador Illa, que si no rompen con Sánchez de una vez por todas, sin más amagos, sin más faroles y sin más ejercicios de cinismo, lo van a convertir en un émulo de Jordi Pujol. Junts, como ERC, y de eso hablaron Puigdemont y Oriol Junqueras en Waterloo, han comenzado a digerir que si no alteran drásticamente su estrategia, Illa vivirá tranquilo en la Generalitat veinte años. Son los separatistas quienes están engrandeciendo a Illa y quienes están acrecentando la imagen fingida de un moderado que en realidad esconde a un soberanista de manual emboscado y disfrazado de socialista. Quizás empiece a interesar demasiado a Junts y a ERC que Illa suene mucho más que hasta ahora como sustituto de Sánchez y acelerar el nuevo ‘proceso’.
Es público y notorio que Sánchez no quiere abandonar La Moncloa ni convocar elecciones. No quiere el gobierno. Ansía el poder y una protección inmune a todo. Entiéndase el matiz, porque no es exactamente lo mismo el gobierno que el poder, y para eso se está valiendo de Rodríguez Zapatero, de todo su entramado de negocios -¿bitcoins por países achinados?- y de su concepto del revanchismo. Zapatero maneja a Sánchez a capricho para culminar ahora el desmontaje del sistema constitucional que España se dio en 1978 y que no pudo concluir en 2011, cuando los españoles lo echaron de La Moncloa a bofetadas hartos de brotes verdes, rotondas y carriles bici del Plan E, del recuento de nubes y de alianzas de civilizaciones grotescas. En eso están uno y otro. El poder, no el gobierno.
¿Y Junts? ¿Para qué chapotea en este fregado además de para hacer caja? No tiene mucho más que un centenar de amnistiados irrelevantes, persevera en una pelea con magistrados íntegros e incapaces de manchar su toga con el cándido lodo del camino, y analiza encuestas preocupantes reveladoras de que su electorado ha empezado a migrar hacia Illa o hacia Aliança Catalana. Junts se está convirtiendo en un partido más relevante en Madrid que en Cataluña, y esa no era la idea. O no era toda la idea. El sanchismo se agota -eso percibe Puigdemont- y tampoco los zarpazos de Joseph Oughourlian, empoderado en Prisa, refuerzan precisamente al presidente del Gobierno en su peor momento.
Los indicios de que se aproxima el final de la travesía se precipitan. Sánchez ha colocado a sus ministros más leales, aquellos que se autodefinieron como “perros de presa”, en las secretarías generales de las autonomías. Ha blindado a sus amigos en las instituciones, y al núcleo más próximo de Rodríguez Zapatero en la esfera de pingües negocios en empresas privadas tomadas al asalto porque, ya de paso, esto también va de forrar los bolsillos. En el Congreso, el tal Galindo, letrado mayor, ha tomado conciencia de que una excesiva dosis de sanchismo tiene contraindicaciones letales y ha empezado a recular. En el TC, la izquierda empieza a ofrecer algún síntoma incipiente de reactividad -ay, los reservados de los restaurantes- a la obediencia ciega a Moncloa. Por lo que pueda pasar.
Telepedro está en un limbo, y los sanchistas de Prisa buscan y rebuscan en sus bolsillos, y no encuentran ni siquiera calderilla para financiar ese “agrupémonos todos en la lucha final” que entonan en cada consejo de administración. En la Fiscalía General del Estado nadie da crédito a semejante desprestigio sin salida posible. La ley mordaza diseñada por Sánchez contra los medios de comunicación críticos con el ‘begoñazo’ no va a prosperar, Sumar está moribundo, e Iván Redondo ha regresado a la sala de operaciones con el mono de trabajo.
Haber no habrá elecciones porque ya hallará Moncloa algún subterfugio para evitarlo, pero todo se ha torcido demasiado. Lo único exitoso que ha conseguido Sánchez en su favor es hurtar a los españoles demasiados debates, sobrevivir sin el Parlamento, como ya anunció con tono despótico, y que ningún socio le pida cuentas por la corrupción rampante de su entorno. ¿Entonces Junts? Nunca es posible certificar en si es sincera cuando habla o si miente por sistema como estrategia, pero sus emisarios hablan cada vez peor de Sánchez y lo asemejan a un ‘pato cojo’. Lo ven deshilachado, ajeno al dominio del hecho, histriónico, abducido por Zapatero y en plan galán al que ya ningún productor llamará para su siguiente película. O sea, otro juguete roto e inservible. Junts está repitiendo a quien quiera escucharle aquello de Pablo Iglesias, tic-tac, tic- tac. Cuestión diferente es que alguien se lo llegue a creer de veras.