MANUEL MONTERO, EL CORREO 27/02/13
· Todos los partidos se ven urgentes e imprescindibles, pero les falla el personal, que está a otra cosa: no le va la agonía.
La proclaman con entusiasmo, para animar a los suyos, pero es la frase fatal de la política vasca. Un partido dice de sí mismo «ahora más que nunca» cuando se siente con el agua al cuello y vislumbra cataclismo. Quiere que le voten los resistentes y evitar la estampida. También lo grita tras el tsunami destructor, para que no desfallezcan los más fieles. Tiene un sentido agónico y llama a que no les abandonen los cautivos.
No es éste el sentido que quieren darle los líderes, que buscan movilizar al electorado evocando pasiones ancestrales, lo que es verdaderamente importante (desde su punto de vista, la supervivencia del partido). La ciudadanía, menos concienciada de lo que gustaría a los próceres, suele pasar y el ‘ahora más que nunca’ acaba en batacazo. Es una fase premonitoria, pero técnicamente póstuma.
En estos tiempos los partidos vascos sienten sucesivamente la urgencia de llamar a rebato. Por ceñirnos a los últimos años –pero hay precedentes–, inició la serie el PNV, cuando se presentó a las elecciones con su brioso ‘Ibarretxe. Ahora más que nunca’, imaginando que el personal quería más todavía. El lema agónico: intuiría lo que venía. Quedó primer partido pero perdió lehendakari y el ahora se quedó en nunca. A la gente no le gustan estos tremendismos.
Lo pudo comprobar el PP vasco en las últimas autonómicas. Se presentó con el original lema ‘Ahora más que nunca’ –el publicista dio en plagiario–. Resultado: la ciudadanía no se sintió concernida y el PP perdió votos a mansalva.
Lo mismo pero a lo grande le pasó al PSE. No usó el lema, pero los meses anteriores su discurso estuvo ungido del ‘ahora más que nunca’ para todo. «Ahora más que nunca» había que proteger el Estado del bienestar, para lo que allí estaban ellos (se adjudicaban el papel, sin explicarlo). «Ahora más que nunca» había que «construir una sociedad plural» (y se veían con aprestos, contra la percepción ciudadana). ¿Qué dijo el lehendakari Patxi López cuando el PP le retiró los votos? Que «ahora más que nunca» seguiría su proyecto de gobierno –que al parecer se sostendría per se, al margen de los apoyos– y no adelantaría elecciones. El numantismo terminó en adelanto y tortazo histórico.
En EA lo mismo. En vísperas de diluirse en otra razón social, su fundador profesaba su fe en el partido «ahora más que nunca», pues «solo podemos mejorar». Habrán mejorado, pero en otra vida. La frase ahora más que nunca está gafada. Que se lo pregunten a UPyD, que en las últimas elecciones decía que «ahora más que nunca UPyD es necesaria para el País Vasco» y ya se vio. Todos los partidos se ven urgentes e imprescindibles, pero les falla el personal, que está a otra cosa: no le va la agonía.
El ‘ahora más que nunca’ salta cuando cambia (a peor) el ciclo del que lo pronuncia, por lo que es una especie de despedida y cierre. La única fuerza que de momento no la ha usado es Bildu, y con razón, pues las cosas les van viento en popa, aunque siempre quieran más. Como mucho, dicen que tendrán más fuerza que nunca. Lo consiguen: si les faltasen votos ya están los demás partidos para echarles una mano, pues para todos son el protagonista de la vida política vasca, a cuyo alrededor les gusta jugar.
Producido el batacazo, los partidos se aferran a la frasecita, pues no espabilan. «Ahora más que nunca tenemos partido» arengó Urkullu, para salir del paso tras fallar lo del lehendakari. Las hecatombes del año pasado las resumió la militancia socialista diciéndose «socialista, ahora más que nunca», en la postura de san Lorenzo cuando iba a la parrilla.
Este ‘ahora más que nunca’ se mueve entre el ‘sostenella y no enmendalla’ y el afán renovador. De forma consuetudinaria, muchos militantes hablan entonces de que es necesario renovarse y forman grupo para ello. La dirección dice lo mismo, se pone al frente de la manifestación y combate a los renovadores, asegurando que ellos regenerarán. Al final, los jefes ganan (por algo son los jefes) y concluyen: ahora más que nunca es necesaria la unión y abrirse a la sociedad.
El mecanismo, que con ligeras variantes repiten los distintos partidos, asegura el estancamiento y la incapacidad de renovación. Tiene su explicación: cuando las cosas van bien a nadie se le ocurre cambiar; si se tuercen aplican la máxima ignaciana de no hacer mudanzas en tiempos de tribulaciones. Así la nave sigue, pero nadie sabe cómo consigue flotar. Quizás sea por el furor que transmite el grito de guerra del naufragio: «Ahora más que nunca».
Los ejemplos se multiplican, pero el más gráfico es el del PSE. Saldó el pasado año con una caída sin precedentes ni parangón. La militancia, perpleja, difundió la jaculatoria ‘ahora más que nunca’, inventó renovadores… y eligió a los que les habían llevado al batacazo. ¿Renovarse o morir? En nuestra política existe también el limbo (pero no el purgatorio).
Hay dos razones que explican que, ahora más que nunca, sigan como siempre. Primero, los partidos se ven a sí mismos como una familia cuyas solidaridades internas han de respetarse por el bien de todos. El militante imagina matar al padre, pero al final la familia está por encima y se defiende. Por eso nunca en la historia de los partidos españoles los renovadores se han hecho con el mando.
Segunda razón: los partidos intuyen que su acceso al poder no depende de la brillantez de sus propuestas, sino de que el partido gobernante se estrelle. Cuando esto suceda, allí estará la familia para hacerse cargo. Por eso se mantienen impertérritos, quietos parados, cerrando filas ahora más que nunca.
MANUEL MONTERO, EL CORREO 27/02/13