José Alejandro Vara-Vozpópuli
- La ministra Darias decidirá sobre el cese del portavoz Simón después de las elecciones catalanas. Todo pende del pulgar de Iván
De san Simón a don Simón en menos de un año. Pasó de santo laico del Molokai de la pandemia, encargado de informar sobre las embestidas de la plaga, a convertirse en predicador de falsedades, vocero de los embustes y apóstol de la trola. Fernando Simón ha encarnado al personaje más indecente en este drama mortal llegado de China y del que ahora se representa el tercer acto.
Simón, cuentan en los altos despachos del Ministerio, deberá ser cesado después de las catalanas, cuando su defenestración no salpique la campaña electoral de Salvador Illa, su ministro y mentor, y cuando los guionistas de la factoría de ficción de la Moncloa puedan vender esa lapidación como señal inequívoca de que entramos en la fase decisiva de la ‘recuperación de la total movilidad’, ese artilugio semántico que estrenó este lunes Pedro Sánchez. Una ocurrencia entre petulante y disparatada, ya que ocurrió en el acto inaugural del AVE Madrid-Ábalos-Madrid pasando por Orihuela. Un impulso al tren de alta velocidad por las tierras levantinas de míster Delcy, justo cuando España está paralizada, perimetralmente confinada y físicamente enjaulada. Vaya si tiene gracia.
Ya no es Simón la imprescindible coartada científica que agitaban Illa y Sánchez, como un crucifijo ante Nosferatu, para camuflar decisiones arbitrarias, manipular informaciones tramposas, disimular predicciones erradas, despreciar a las víctimas o arremeter contra Ayuso
Qué no daría la ministra Darias, de quien apenas se conoce algo más que su origen canario, su dúctil verborrea y su prudente estatura, por poderse librar de ese pesado fardo que lastra la imagen y los trabajos del departamento en el que acaba de aterrizar. A veces sueña con el momento del gran patadón, ese trance en el que, con un decidido movimiento de rótula, pueda librarse de este consumado especialista en el negocio de la superchería. Ya no es Simón la imprescindible coartada científica que agitaban Illa y Sánchez, como un crucifijo ante Nosferatu, para camuflar decisiones arbitrarias, manipular informaciones tramposas, disimular predicciones erradas, arremeter contra Ayuso o despreciar a las víctimas.
Ahora Simón camina con tiento. Ha perdido parte de su blindaje, su escudo protector. Evita los pronósticos y ni siquiera es capaz de confirmar en qué mes cae la Semana Santa. Nada de cábalas ni sortilegios. Después de tanta mentira, procura no pillarse los dedos. Demasiado tarde, doctor bacterio. La tramoya ya ha cedido, el decorado se hundió, el trampantojo se vino abajo. Todas las vergüenzas quedaron al aire, como en el número fatídico de un mal ilusionista. La riada de la verdad ha arrasado el pretencioso castillo de las mentiras. Game over. Su tiempo ha terminado.
La tabla de surf y los tiburones
Está amortizado. Su credibilidad hacía aguas, como el Patma de Lord Jim. Con todo un país condenado al irremisible naufragio en una noche negra y eterna, miles de personas en la bodega clamando por un bote salvavidas, Simón, con esa voz ronca como una corneja, mangoneaba estadísticas, hilvanaba teorías, improvisaba conclusiones, ejercía de capitán de la nave de los locos, el contramaestre de una pesadilla.
Cierto que se le perdonó la escapada al Algarve, con toda España encerradita, y hasta se le alabó su mascarilla con tiburones en el desabrido funeral agnóstico en memoria de los caídos de la pandemia. Incurrió sin embargo en dos errores de una zafiedad inexcusable que derribaron los cimientos de su adorada peana. En plena remontada de la segunda ola, se escapó a Mallorca para grabar un especial televisivo con el famoso Calleja titulado algo así como ‘Pero miren ustedes qué guapo y listo que soy’. Unos meses después, en otro arreón de las cifras del pánico, dejó colgada una rueda de prensa por razones inexcusables de la agenda. A saber, tenía una cita con dos blogueros, al parecer hermanos y hasta montañeros, con quienes practicó el divertido ejercicio de contar chistes como de Ozores sobre ‘enfermeras infectadas’. Esta anécdota fue recibida con agrio gesto por algunas damas del Gobierno, quizás también por Darias, que le reprocharon a Illa semejante comportamiento de su imprescindible ‘número dos’. Nada ocurrió, sin embargo. No eran tiempos para ceses, aunque hasta al Organización Médica Colegial exigió su defenestración.
Ni pestañea, ni se sonroja, ni balbucea cuando expele esa larguísima sarta de falsedades con las que se ha manejado desde hace un año sin apenas contratiempos, reproches. Más bien elogios y aplausos
Fernando Simón alcanzó su condición de intocable por dos razones. Maneja como nadie la herramienta favorita de este Gobierno que es la mentira, valor que cotiza al alza en el territorio de Iván Redondo. Ni pestañea, ni se sonroja, ni balbucea cuando expele esa larguísima sarta de falsedades con las que se ha conducido desde hace un año sin apenas contratiempos. Más bien, elogios y aplausos. Huelga recordar su prodigioso recorrido por el itinerario del fraude. Desde el «España no a va a tener mucho más allá de algún caso diagnosticado» de finales de febrero, antes del 8-M, al reciente ‘impacto marginal’ de la cepa británica. Apenas ha acertado en sus augurios pero no ha fallado en ni una de sus trolas. La otra razón para su supervivencia política es su condición de fusible humano que habrá de saltar cuando corresponda.
Pocos atienden ya sus números, sus cuentas, sus conjeturas, sus intervenciones. Algún periodista le tiene registrada, anotada y detallada la larga ristra de mentiras que ha proferido en este tiempo. Un frondoso prontuario. Esa antología, aunque a menor ritmo, todavía crece. Aún no se ha adentrado con descaro en el territorio de la vacuna, una baza que se reserva Sánchez para cuando llegue el momento de sacar pecho y batir palmas. Su Persona ya salvó la vida de 450.000 personas. Ahora va a administrar cuarenta millones de dosis en seis meses.
Un candidato para Madrid
Para entonces, lo razonable es que don Simón ya se haya evaporado. Su incompetencia superlativa y su ridículo narcisismo invitan al desalojo. ¿O no? Bien podría consumar un gesto honorable y hacer suyo el argumentario de Illa: «Lo he hecho lo mejor que he podido y no me arrepiento de nada». Subirse en su moto y tomar viento fresco. No parece que vaya a sucumbir a tal arrebato de integridad moral.
Llegados a este trance, cabe hacerse la unánime pregunta. ¿Hasta cuándo pretenderán mantenerlo en el puesto? ¿Hasta alcanzar los 200.000 muertos? Ya vamos por los 119.000, según los informes de los servicios funerarios en información de Libertad Digital. ¿Hasta las próximas elecciones municipales para presentarlo como candidato a la alcaldía por Madrid?. En una democracia rigurosa y de calidad, no podría seguir ni un minuto más. Claro que tampoco Junqueras estaría haciendo campaña electoral, más suelto que un buey, y Sánchez no andaría tan rumboso, pisoteando jovial en medio del sufrimiento de un país y el dolor de tanta gente.
El cambio de titular en el departamento facilita el relevo. Una excusa perfecta. Cambio de equipos. La ministra Darias, a quien le falta experiencia, quizás personalidad y es posible que redaños, debería recordar lo de Plutarco: «Los sabios se imponen un límite hasta en lo honesto». Y prescindir de este saltimbanqui del deshonor, que surfea impasible por la tenebrosa plaga mientras mastica avellanas o se mete el dedo en la nariz. «Ahora que ya han echado a don Simón» es algo más que una frase, es un sentimiento unánime, un anhelo común, una profecía autocumplida. Al tiempo.