Isabel San Sebastián-ABC
- El caudillo socialista es lo más parecido a Trump que hay en Europa: embustero, narcisista, carente de palabra y de escrúpulos
Acorralado por la Justicia, los abucheos cada vez que pisa la calle y esa cruda realidad imposible de tapar pese a los esfuerzos sincronizados del escuadrón de propaganda monclovita, el caudillo socialista se ve obligado a cambiar cada día de discurso y de mentira a fin de aferrarse al poder. Eso explica que necesite medio millar de asesores dedicados en exclusiva a urdir tácticas de supervivencia.
Pedro Sánchez llegó al Gobierno prometiendo ser el azote de la corrupción. Vistos los escándalos protagonizados por su partido, sus ministros, su esposa, su hermano y su fiscal general, es evidente que el argumento se le ha quedado hecho un trapo, inservible en una campaña electoral. ¿Qué vino después? La defensa de la Constitución por el cauce del diálogo, en contraposición a la crispación. Él iba a traer de vuelta a Puigdemont para que respondiera ante los tribunales, nunca otorgaría una amnistía y jamás pactaría con Bildu. Los hechos hablan por sí mismos. El prófugo dicta políticas desde Waterloo y los representantes de ETA son los socios más leales, pues para algo ha soltado Marlaska a sus peores asesinos, además de entregarles Pamplona. Otro platillo que se cae. Llegó la hora de la economía, equiparada a un cohete, y de su mano la vivienda, regulada mediante una ley cuyos efectos serían milagrosos. Pero hete aquí que nunca fue más difícil ni más caro encontrar piso en España, mientras nuestro índice de pobreza infantil no para de crecer, ya es el más alto de Europa y coloca en riesgo de exclusión al 35 por ciento de los niños. Falacia desmontada. ¿Qué le queda al maltrecho sanchismo? El orden internacional.
Falto de otras opciones, Sánchez pretende ahora dirigir a la UE en un enfrentamiento con los Estados Unidos de Trump. O sea, replicar lo que ha hecho aquí, engañar a los europeos y azuzar una polarización suicida en su propio beneficio, como si él mismo no fuese lo más parecido al presidente norteamericano que hay en Europa: embustero, narcisista, carente de palabra y de escrúpulos. Desesperado por ofrecer algo plausible a sus votantes, se presenta como el adalid de las libertades, defensor de la democracia amenazada. ¡Qué sarcasmo! Pero es que, además, hay cola para ese papel y llevan ventaja en el casting dos actores más creíbles y mejor relacionados: el francés Macron, que se le adelantó ayer convocando una reunión para preparar la estrategia y además invierte casi un 4 por ciento de su presupuesto en defensa, o la italiana Meloni, quien, a diferencia de Abascal y Vox, ha evitado echarse en brazos de Putin y encabeza el grupo Conservadores y Reformistas Europeos, que gana posiciones en el club como alternativa de derechas. Sánchez ya demostró su capacidad de influencia quedándose solo, con Noruega e Irlanda, en el reconocimiento unilateral del Estado palestino.