EL PAÍS, 19/12/11
ENTREVISTA: RAFAEL AGUIRRE Exdecano de la Facultad de Teología de Deusto
Cuando ETA anunció su renuncia definitiva a la violencia, Rafael Aguirre se alegró por el alivio de miles de personas amenazadas, pero su sensación fue «agridulce» y hoy, de regreso de un viaje a la universidad de Granada, considera pésima la gestión final del terrorismo. Sus críticas se centran en la reunión de la denominada Conferencia de Aiete y en la «deslealtad» del presidente Zapatero, así como en la postura de parte de la Iglesia durante décadas, advirtiendo que «en la visión del pasado nos jugamos la dignidad de nuestro futuro».
Pregunta. ¿Cuál fue su primera reacción y su reflexión después de conocer el comunicado de ETA anunciando el cese de su actividad violenta?
Respuesta. No supuso ninguna sorpresa. Era un paso no inretrasable dado el plan que se había dado el abertzalismo radical. La sensación fue agridulce. Me alegré por el alivio de miles de personas amenazadas. Se me revivió toda la historia de dolor y me sentí especialmente solidario con las víctimas. Percibí que se abría una nueva etapa en la política vasca. De forma inmediata me pareció ridículo y macabro el espectáculo de aquellos tres encapuchados, con una escenografía esperpéntica. Peor que no entregar las armas es que no daban la cara. Es el ocultamiento del delincuente, de quien no puede presentarse abiertamente porque su historia es una vergüenza. Que entreguen las armas sí, pero, sobre todo, que se quiten las capuchas, que den la cara y asuman la responsabilidad por lo que han hecho.
P. El comunicado, posterior a la reunión de Aiete, parece responder a un guión perfectamente elaborado por los que intentan imponer su tesis de que ellos han traído la paz y conseguido el cese de la violencia. ¿Qué representó el encuentro de Aiete en toda esta estrategia?
R. El encuentro de Aiete me pareció el acto culminante de un puro teatro, una payasada, que pretendía dar una salida a una ETA derrotada. Unos políticos jubilados (menos un amigo), que prestan sus servicios a empresas de paradiplomacia, fueron meras comparsas que leyeron un libreto escrito por los contratantes batasunos. No se daba una salida de emergencia a ETA, sino que se le ponía un arco de triunfo. Para favorecer a los etarras que querían acabar con el terrorismo sobre los que deseaban continuar con las armas, se les brindaba una victoria política. En la declaración se pedía «el cese definitivo de la actividad de ETA», pero aceptando la teoría del conflicto («la última confrontación armada en Europa», se decía), se les daba una resonancia internacional y se pergeñaba el itinerario futuro que complacía al abertzalismo radical. Es evidente que la presencia de las personalidades extranjeras no era posible sin la connivencia del Gobierno español. Cabe suponer que la declaración contó, al menos, con su tolerancia. En resumen, fue una vergüenza, que deterioró gravemente la imagen del gobierno vasco y supuso una gran ofensa a las víctimas. Ha sido pésima la gestión final del terrorismo.
P. ¿Cree que el final de la violencia de ETA ha provocado disfunciones en las filas socialistas vascas, tanto por la reunión de Aiete como por la postura del Gobierno de Zapatero?
R. Desconozco totalmente las interioridades del PSE-EE, pero creo que Zapatero ha sido muy desleal con el Gobierno vasco. Su política territorial ha sido errática y sus intereses inmediatos han prevalecido sobre lo que hubiese sido una verdadera política de Estado: apoyar el asentamiento en Euskadi de una política basada en la ciudadanía y en la superación tanto del frentismo como del etnicismo, hacer ver las ventajas de un Gobierno vasco que no basa su actitud en el enfrentamiento con España, sino en el entendimiento y colaboración. Tengo amigos socialistas que consideran que lo de Aiete fue erróneo y vergonzoso, pero el presidente de su partido era uno de sus principales valedores. El PSE tiene muchos electores potenciales, pero pocos incondicionales. En la diversidad de su electorado está su fuerza y su flaqueza. Da la impresión de que hay tendencias muy diferentes en el interior del socialismo vasco, que saldrán a la luz a medida que tengan que perfilar su estrategia cuando se acerquen las elecciones autonómicas.
P. Si volvemos a los orígenes de esta tragedia, veremos cómo se llegó a pensar que ETA representaba la lucha antifranquista sin tener en cuenta el dolor que causaba. Se llegó a la complacencia, al silencio, al miedo durante muchos años. Ante esta postura colectiva, ahora, se nos dice que esta sociedad ha derrotado a ETA. ¿Comparte esta afirmación?
R. Quien ha derrotado a ETA ha sido el Estado democrático y constitucional, tan denostado por el nacionalismo vasco. Es falso decir que la sociedad vasca ha derrotado a ETA. En su momento, en esta sociedad, hubo apoyo y, sobre todo, comprensión y hasta simpatía. Después, las cosas fueron cambiando. Pero, salvo en momentos esporádicos y efímeros, ha predominado el pasar de largo, el no querer enterarse, el ceder ante el chantaje (que podía ser grande o pequeño, como las huchas y colectas en las tiendas de muchos pueblos) y, hasta hace bien poco, la indiferencia ante las víctimas. Pasa como con el franquismo: ahora parece que todos estuvieron contra Franco, pero la verdad es que los que realmente lo estábamos nos encontrábamos muy solos. Ahora va a pasar lo mismo, ya estamos viendo la recolocación ante ETA y, de formas distintas, se percibe un corrimiento general de falsedad para lavar las historias personales y grupales de complicidad, silencio e indiferencia.
P. ¿Cómo explica el éxito electoral logrado por los radicales abertzales el pasado 20-N, cuando la coalición Amaiur, todavía, no ha condenado la violenta trayectoria de ETA, y se nos habla de «alternativa democrática»?
R. No soy experto en estas cuestiones, pero después de lo de Aiete no hacía falta ser profeta para anunciar un tsunami nacionalista y radical. Diversos factores explican el éxito de Amaiur: el juego del victimismo; la derrota de ETA se ha revertido en el protagonismo de sus postulados políticos; durante muchos años el nacionalismo proetarra ha tejido una red de socialización que ha penetrado mucho en la sociedad vasca comenzando por la enseñanza; recogen también los frutos de la radicalización general del nacionalismo con Ibarretxe. Quiero añadir dos cosas: un partido puede ser legal, pero inmoral, y el conglomerado que es Amaiur, en contacto con la realidad política, evolucionará con rapidez y probablemente de formas diferentes.
P. ¿Cómo se puede abordar el tema del relato y lograr que este dignifique la memoria de las víctimas?
R. Asistimos, ya, a una pugna por ver qué relato va a prevalecer sobre estos 40 últimos años en el País Vasco. ¿Se va a contar la historia haciendo del movimiento etarra la partera de una Euskadi más libre y justa? ¿Se va a contar desde el punto de vista de las víctimas, que lo fueron, porque en ellas un movimiento fanático y totalitario quería amedrentar y chantajear a una sociedad democrática? En la visión del pasado nos jugamos la dignidad de nuestro futuro. En una sociedad democrática no se puede imponer un relato canónico. Habrá diversas valoraciones, pero tiene que haber algunos elementos comunes: ETA fue una aberración moral y absolutamente injustificable; no se puede convertir a los victimarios en héroes; a las víctimas del terrorismo se les debe memoria y justicia; el proyecto en cuyo nombre se mató y atentó es inmoral por fanático y etnicista. Como digo, después irán surgiendo relatos diversos a lo largo del tiempo, no necesariamente contrapuestos.
P. En todas estas décadas la Iglesia ha tenido un indudable protagonismo. ¿Cuál fue su compromiso en la ideologización de los etarras al principio y su papel posterior ante la violencia y los asesinatos?
R. ¡Vaya cuestión compleja y conflictiva! Creo que la descristianización en el País Vasco, sobre todo en determinadas zonas, no ha sido un proceso de secularización como en otros lugares de Europa, sino que ha dado nacimiento a una religión de suplencia, que absolutizaba la nación vasca. Y tenía sus ritos, sus mitos y sus clérigos. En general, creo que se puede decir que el predominio batasuno es especialmente notable en zonas de muy acendrado fervor religioso antaño. En cuanto a la Iglesia hay que decir que es un cuerpo muy plural. Durante mucho tiempo las voces oficiales fueron tímidas en la condena del terrorismo (solían evitar esta palabra); contribuyeron a la perversa teoría de dos violencias enfrentadas y equidistantes; sobre todo no tuvieron lucidez y valentía para descubrir y denunciar una ideología idolátrica, excluyente y etnicista, que estaba detrás de ETA. Las víctimas, muchas muy religiosas, sufrieron mucho con la actitud de estas actitudes oficiales de la Iglesia y mucho cristianos compartíamos su dolor y sentíamos un gran malestar, que era muy duro manifestar. Pero no hay que hablar solo de los obispos. Organismos representativos diocesanos tampoco supieron estar a la altura. La Universidad debe ser pionera en la defensa de los valores morales, pero en Deusto, que es de la Iglesia, fue imposible, durante los años noventa, que sus máximos órganos de dirección condenasen de forma clara y pública a ETA por mucho que algunos lo intentamos. Después del asesinato del profesor José María Lidón, en el año 2001, la actitud cambió radicalmente. También es verdad que la Iglesia se ha recolocado en esta cuestión antes que otras entidades.
P. ¿Cómo y cuándo se produjo este proceso?
R. Fue decisivo el relevo episcopal: el nombramiento de Blázquez como obispo de Bilbao y el cambio episcopal en San Sebastián. Blázquez no dudó en presidir los funerales, su postura personal fue inequívoca desde el principio e hizo del acercamiento a las víctimas una prioridad (con delicadeza, sin ninguna publicidad, de forma constante). Un elemento importante del viraje pastoral que ha experimentado recientemente la Iglesia en el País Vasco es un volcarse más en lo específicamente religioso sin preocuparse tanto de conservar una imagen ante el mundo abertzale que le pudiera acreditar como mediadora en hipotéticas gestiones futuras.
EL PAÍS, 19/12/11