EL CONFIDENCIAL 23/05/15
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS
· Las elecciones de este domingo deben entenderse como un mandato ciudadano para cambiar desde la base de las administraciones. No deberían suponer el ofrecer carta de naturaleza a la indecencia
Corre por la red la viñeta de El Roto en El País de ayer en la que un oscuro ciudadano reflexiona: “¡Cómo expresar en un voto toda mi frustración, toda mi ira y toda mi esperanza!”. Como tantas otras veces este analista a través de la viñeta consigue llegar al estado de ánimo colectivo de una sociedad española a la que la que la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) acaba de situar como como la tercera más desigual de los países europeos, sólo por detrás de Portugal y Grecia.
Como consecuencia de lo cual, España tiene a un 18% de su población por debajo del nivel de la pobreza, y son jóvenes quienes más lo son. En nuestro país el 10% de los hogares más desfavorecidos perdieron un 13% anual de sus ingresos entre 2007 y 2011, mientras que el 10% de los que más tenían solo mermaron sus ganancias en 1,5% anual. Semejante impacto de la desigualdad es el más brutal de entre todos los países avanzados.
Por si fuera poco, y al mismo tiempo que se conocía el informe ‘In it together’ de la OCDE, Eurostat publicaba otro estudio según el cual trece comunidades españolas estaban entre las más pobres de Europa, es decir, disponen de un PIB medio por habitante inferior a la media comunitaria, manteniéndose las más desfavorecidas las comunidades de Extremadura, Andalucía y Melilla. El FMI ya nos alertó hace tiempo: la economía española ha pasado de ser la novena del mundo a la decimocuarta. Nuestra posición en el ranking de desempleo en Europa es igualmente escandalosa y sólo comparable con la de Grecia.
Las buenas noticias sobre el crecimiento económico deben acogerse con cautela porque se basan en variables que no están bajo nuestro control
La devaluación de las rentas salariales (hasta del 40% en los años de la crisis), el paro, la desigualdad y el fenómeno de la corrupción –la rapiña de los recursos públicos– componen un cuadro que ha llevado a una indignación generalizada porque el modelo de supuesta salida de la crisis –sí en lo macroeconómico pero con un reparto inequitativo– está siendo estadístico pero no redistributivo. En este desequilibrio extraordinario consiste la crisis social por la que atravesamos.
Y en ese contexto soportar la ocultación gubernamental de la crisis político-institucional que nos aqueja, el esfuerzo fiscal brutal de las clases medias sobre las que ha recaído la nefasta política recaudatoria, los dos millones de parados que no perciben ningún subsidio y la ausencia de expectativas para los jóvenes, conduce necesariamente a que, en mayor o menor medida, mañana en las urnas, los ciudadanos deseen ajustar cuentas con la clase dirigente.
Soportar la ocultación de la crisis institucional conduce a que, mañana en las urnas, los ciudadanos deseen ajustar cuentas con la clase dirigente
Las políticas económicas que se han impuesto son las llamadas neoliberales. En la presentación del ‘IV informe sobre el estado de la Unión Europea’ elaborado por las fundaciones Alternativas y la Friedrich Ebert el pasado 11 de mayo en Madrid y a la que asistí, se podía comprobar la profunda frustración de la izquierda, no sólo por el hecho de que su modelo de solución no prospera en prácticamente ningún país del mundo (curiosamente, se alabó el manejo de la crisis por el presidente Obama) sino por la resignación aparente de los electorados y la desmovilización de las organizaciones sindicales. El desafío de la Unión Europea, pero especialmente el de España, es el de superar la crisis sin consolidar ni hacer estructural la desigualdad, la pobreza y la falta de expectativas que ahora se ha instalado en nuestro país.
Las buenas noticias sobre el crecimiento económico deben acogerse con cautela porque se basan en variables que no están bajo control de nuestro panel de mandos (precio de los hidrocarburos, inyección de liquidez del BCE, paridad euro-dólar), pero aún en el supuesto de que fueran tan prometedoras como se dice, seguirá pendiente la gran operación de decencia política, de saneamiento moral.
No es cierto que la corrupción no sea sistémica y no sea endógena. Como trato de argüir en ‘Mañana será tarde’ (editorial Planeta) que el próximo martes estará en las librerías, la corrupción en nuestro país se ha incardinado en el sistema con unos factores criminógenos que no se han combatido ni, por lo tanto, extirpado: 1) el ejercicio delictivo de las competencias municipales en materia de urbanismo, 2) la manipulación interesada en los procedimientos de contratación pública, 3) la expulsión del funcionariado técnico del control de sistema de adjudicación en el nivel municipal y autonómico, 4) la financiación de los partidos y 5) la falta de transparencia.
Si el mensaje del 24-M en las urnas no es contundente daríamos carta de naturaleza a la indecencia como un comportamiento tolerable
Todas estas circunstancias que afectan directamente al presente de millones de ciudadanos y al futuro de la mayoría inducen a pensar que la sociedad, constituida en cuerpo electoral, ajustará mañana en las urnas las cuentas y obligará con su voto a estimular cambios en la gestión de los intereses públicos en España. El sistema de partidos, los modos de gobierno, las actitudes políticas, el respeto a los fondos públicos, la probidad de los cargos políticos, la austeridad en el manejo del dinero de los ciudadanos, la equidad y el principio de igualdad de oportunidades, el mantenimiento de las políticas públicas básicas (sanidad, educación, servicios sociales), los debe imponer el electorado dando y quitando, poniendo y retirando.
Si el mensaje del 24-M en las urnas no es contundente permaneceremos en el invierno democrático en el que estamos instalados y, sobre todo, como ha ocurrido durante largo tiempo en algunos países, daríamos carta de naturaleza a la indecencia como un comportamiento asumible y tolerable. Entraríamos, en definitiva, en un proceso de enquistamiento estructural de las peores prácticas públicas. De ahí que el ajuste de cuentas deba ser un mandato para cambiar y para hacerlo desde la base de las administraciones: la municipal y la autonómica. Prolegómeno del gran cambio en las generales del último trimestre del año.
Este planteamiento es pre ideológico y concierne, por una parte, a la ética de las convicciones, y, por otra, a la ética de las responsabilidades (Max Weber). Si desvinculamos la política de la moralidad, naufragamos en la arbitrariedad y la injusticia. Hay que esperar que –como El Roto reflexionaba– el voto pueda expresar, sobre todo, la esperanza de que las cosas no serán como han venido siendo.