Los rojos de a pie nos encontramos de noche, atravesando las líneas bajo las alambradas, con compañeros y camaradas que van en sentido contrario: «¡Quién vive! Nosotros, los de toda la vida, que nos pasamos al nacionalismo periférico, a decidir para ser. ¡Pues ya son ganas!, si lo sabré yo que procedo de allí. ¡Pues lo que hemos dejado nosotros…!
Cuando Fernando Savater inició su intervención en una mesa redonda con la frase «la patria es mi infancia», uno, que sabe de su admiración por Guillermo Brown, el travieso niño británico creado por la escritora Richmal Crompton, pensó: «éste la arma». Efectivamente, luego, para acabar su discurso, dijo aquello de «a mí la idea de España me la sopla», y el abarrotado salón del hotel Suecia, otrora guarida de los guerristas madrileños, recogió el susurro de reprobación que tal comentario suscitó entre los muchos caballeros de derechas de pro que allí escuchaban. A la única que pareció no importarle fue a Esperanza Aguirre. Siempre las damas han sido más compresivas y tolerantes.
Los caballeros españoles de la derecha de pro salían bufando, echando a perder su connatural elegante compostura. Siempre hemos pensado los perdedores en este asunto que para ser español hay que ser de derechas. Los de izquierdas siempre hemos tenido asociado la españolidad a un modelo político-social, a la república de los trabajadores o al socialismo real, que también son ganas; aunque los de derechas, sin que lo sepan, también lo tienen asociado a un modelo social, lo que cierra nuestro secular problema en enfrentamientos no superados. Por esto es que esos caballeros de la derecha, tan indignados, no se dan cuenta de que los de izquierdas también tenemos nuestro corazoncito. No se dan cuenta de ello cuando nos dan a firmar manifiestos por la unidad de España a los que sólo les falta como epílogo el bando del general Mola del 18 de julio de 1936.
Se aprovechan de nosotros, de nuestro despiste, de nuestra desorientación actual resultado de la orfandad de proyecto trascendente redentor. Ellos y otros. Y los rojos de a pie nos encontramos de noche, atravesando las líneas bajo las alambradas con compañeros y camaradas que van en sentido contrario: «¡Quién vive! Nosotros, los de toda la vida, que nos pasamos al nacionalismo periférico, a decidir para ser. ¡Pues ya son ganas!, si lo sabré yo que procedo de allí. ¡Pues lo que hemos dejado nosotros…! Bueno, compañeros, que os vaya bien, con tal que no me cantéis el Eusko Gudariak en mi entierro. Salud. Que te vaya bien». Y nos despedimos en un susurro nocturno.
De haber sido más joven, al verles cruzar la líneas les hubiera disparado por la espalda, pero no vale ni el precio de una bala -para mí también; a alguno no le faltan las ganas-. Aparte de exageraciones literarias, uno ya es viejo, ya volverán. No van a encontrar nada, yo tampoco, pero lo importante es no estarse quieto, ser rebelde, proscrito, como Guillermo Brown.
He querido releer recientemente las aventuras de este muchacho, sus travesuras en la irrespirable sociedad victoriana de un pueblo de la aristocrática periferia de Londres, la abominable escuela dominical del pastor protestante, su visión irónica, hasta sarcástica, de todo aquel mundo. Pero ya no me hacía gracia, no me parecía ahora tan interesante. He tenido que encontrar un Guillermo para adultos en Serguey Dovlátov, un periodista en la irrespirable Republica Soviética de Estonia intentando sobrevivir entre el vodka, mujeres fáciles y, por supuesto, trastadas que le demostraran que era un ser libre. Ha sido al leer su novela biográfica El Compromiso (editorial Ikusager).
Finalmente, Dovlátov acabaría exiliado tras la perestroika en Estados Unidos, pero su hígado no se lo perdonó y murió enseguida. Impagable la anécdota de su amigo Ernst Bush, que acabaría preso en un manicomio. Durante una festiva manifestación proletario-patriótica no se le ocurrió otra cosa que enarbolar un cartel con el siguiente texto: «»¡Resistamos implacablemente a los enemigos del imperialismo mundial!». Y a la policía le costó dos horas entender el verdadero significado del rótulo, quiénes eran esos enemigos del imperialismo mundial contra los que había que resistir implacablemente.
En los comunicados de nuestra derecha, hay que fijarse mucho más en el estilo que en el contenido. A la policía soviética, por el contrario, fue el estilo lo que le despistó al leer el rótulo de Bush. Lo enseñan en la facultad, denotación y connotación: lo que dice y lo que quiere decir.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 8/2/2006