Teodoro León Gross-El País
Está por ver si Sánchez hace sus promesas para llegar a cumplirlas o para llegar a unas elecciones anticipadas
Al viejo adagio español de “al buen callar le llaman Sancho”, que no remite a El Quijote sino a Sancho II de Castilla ponderando la virtud de la discreción, bien se le podría hacer una actualización en el siglo XXI: “al buen callar le llaman Sánchez”. Desde su toma de posesión, éste ha sabido evitar las declaraciones y entrevistas hasta activar su Gabinete de campanillas con los primeros gestos epatantes. El presidente parece tener asumido, shakespeareando, que uno es dueño de sus silencios pero esclavo de sus palabras. Quien no tiene boca, no se equivoca. De ahí su silencio obstinado salvo en la entrevista palaciega marca de la casa TVE, tan alejada de los usos periodísticos en los grandes medios públicos europeos que los presentadores podían haber ido de negro para protestar en directo por su propia entrevista. Y poco más: fotografías de runner con perro y el altavoz de Twitter, estilo Casa Blanca.
Claro que con la sesión de control de esta semana se acabó la tregua de silencio. Y aunque Iglesias usó con él maneras de guante blanco, como si no viniera de la frontera áspera de Vallecas sino de sestear en su confortable casoplón con vistas al Guadarrama; y el estilo faltón de Hernando, sobre el precio que se pagará a “populistas/indepes/amigos de la vieja ETA”, al final es inocuo de puro excesivo; ha sido romper a hablar y a Sánchez ya le han sacado los colores. Lo que en la oposición es gratis, en el BOE no. Las palabras ya le pasan factura. En concreto las pensiones, peajes, permisos de paternidad, copago farmacéutico y hasta lo del plátano canario… apuntan a la cota de dos mil millones. El precio de no poder callar es alto. En Europa, a pesar Nadia Calviño, estarán afilando los excels. ¿Sánchez dice la verdad allí con su promesa de rigor o aquí con sus promesas de gasto?
Hay, sin embargo, una promesa a la que se ha resistido: la reforma de la financiación autonómica. Resulta extraño que, dispuesto a hacer gestos para contentar a todos, haya cortado en seco ahí, frustrando las expectativas razonables de Valencia y Andalucía. Su coartada es la falta de tiempo, pero en TVE anunció que agotaría la legislatura. Así que Sánchez no ha dicho la verdad o sobre la fecha de 2020 o sobre la financiación. ¿Pero por qué no molestarse siquiera en decir “no es fácil pero lo voy a intentar”? Frases así las decía incluso Rajoy para ir tirando. ¿Por qué ni siquiera eso, exponiéndose a la ironía de Baldoví por hacerles un Montoro? Es inverosímil que sea un error, así que ha de haber un motivo. Y todas las hipótesis apuntan a Cataluña: Sánchez va a anteponer la bilateralidad. Incluso hay mosqueo con la reunión secreta Sánchez-Iglesias y después Iglesias-Torra… Un efecto colateral del silencio es fomentar las especulaciones.
En fin, está por ver si hace sus promesas para llegar a cumplirlas o para llegar a elecciones anticipadas. Hoy las apuestas no están en 2020, sino en primavera de 2019. Se trataría de llevar Cataluña encarrilada; y las demás comunidades quedarán, como con Rajoy, en lista de espera.