El PNV quiere estar al margen del Estatuto -mantiene la llama del plan Ibarretxe- pero quiere seguir cosechando los frutos del mismo -el poder estatutario, el Gobierno-. Quiere controlar lo que surja de los movimientos de la izquierda nacionalista, pero también el desarrollo del Estatuto y el ejercicio del poder que de él dimana -con la ayuda del Gobierno de Zapatero-.
DESPUÉS de demasiados años en los que el nacionalismo ha obligado a la sociedad vasca a vivir pendiente de todo tipo de ocurrencias de ingeniería jurídica para ocultar su voluntad de no someterse al pacto constitucional y estatutario, el Gobierno vasco apoyado por el PSE y el PP vasco ha hecho lo único de sentido común: celebrar el aniversario del pacto del que proviene la legitimidad del poder que ejerce.
Pero esto que parece tan obvio no lo debe ser tanto para algunos, que han aprovechado la ocasión para poner de manifiesto que la celebración del Estatuto, lo único que ha sido capaz en la historia de división de los vascos de dotarles de la capacidad de actuar como comunidad política unida, es algo que desune. La sociedad vasca vive así una situación radicalmente paradójica: la celebración del único elemento de unión de los vascos es interpretado por algunos, los nacionalistas, como ocasión y razón para demostrar la desunión de los vascos.
Conviene, sin embargo, analizar detalladamente qué sucede en el campo de los que se sitúan al margen del Estatuto de Guernica, porque, a pesar de que parezca alucinante que el PNV denigre el marco jurídico que le ha permitido gobernar a placer durante 30 años, es necesario diferenciar en el campo de los que reniegan del Estatuto para así poder pensar por dónde puede ir el futuro de la sociedad vasca.
Entre quienes están hoy en contra del texto es preciso diferenciar tres posturas bien definidas. Están, por un lado, los que nunca lo aceptaron, los que rechazaron la vía estatutaria porque implicaba aceptación de la Constitución, porque significaba aceptar la reforma y el rechazo de la vía de la ruptura, única que creían iba a ser capaz de superar de verdad la dictadura franquista.
Éstos no han engañado nunca a nadie. Siempre han estado en contra de la Constitución española y del Estatuto, y a favor del derecho de autodeterminación, cuyo ejercicio sólo lo entendían en el sentido positivo, para ellos, de separarse de España, única forma de que se respete de forma completa la existencia de un sujeto político vasco diferenciado e independiente, no condicionado ni sometido, al sujeto político español, al definido por la Constitución del 78.
El mundo de ETA y su entorno no ha variado su posición al respecto durante todos estos años. Se ha dificultado a sí mismo ese mundo cualquier variación debido a los asesinatos cometidos: cada muerte causada en rechazo a la vía constitucional y estatutaria es un obstáculo inmenso para dar marcha atrás en la apuesta por la ruptura, porque cualquier marcha atrás exigirá que la sociedad vasca, y el conjunto de la sociedad española, den por buenos los asesinados, ya que ETA y su entorno nunca van a desdecirse de la historia de terror y violencia que han ejecutado.
Junto a esta posición insoportable por la violencia y el terror inherentes que ha implicado, pero que ha sido de una claridad y consecuencia totales desde un principio, se encuentran las otras dos posiciones de colocarse al margen del Estatuto que se pueden encontrar en el llamado nacionalismo democrático. Digo dos posiciones porque no es la misma la forma en que Eusko Alkartasuna (EA) se ha colocado fuera del Estatuto, a la forma en la que se pone fuera del mismo el Partido Nacionalista Vasco (PNV).
Ya desde los momentos previos a la aprobación de la Constitución se pudo constatar que en el interior del PNV había posturas bien diferenciadas respecto al camino a adoptar ante la aprobación del texto constitucional: un Arzalluz, portavoz del PNV en el Congreso, no opuesto radicalmente a su aprobación, y un Garaikoetxea, presidente del EBB, opuesto a que contara con el voto a favor del PNV. La posterior división del PNV y el nacimiento de EA está marcado ya en esa oposición: EA iba a nacer como un nacionalismo radicalizado, opuesto a la Constitución, y con una interpretación del Estatuto desde la perspectiva de su capacidad de superar el marco constitucional.
No se puede negar a EA coherencia en su posición, si bien su participación institucional ha hecho pensar a la mayoría que estaba situado en la ambigüedad propia de todo el nacionalismo democrático. Sin embargo, la lógica interna ha ido llevando a EA a poner de manifiesto, cada vez con mayor claridad, lo que se hallaba en su acta de nacimiento, e incluso en los genes previos a él. EA no se ha sentido cómoda en el marco del Estatuto nunca, por eso no se encontraba a gusto en el pacto de Ajuria Enea por lo que éste significaba de espaldarazo a la vía estatutaria. Y es del todo normal y coherente que hoy se posicione claramente al margen del Estatuto: no es, para EA, cuestión de cumplimiento o incumplimiento, sino de la necesidad imperiosa que, según ellos, tiene la sociedad vasca de dotarse de otro marco de relación con el Estado, un nuevo marco cuyo eje es el derecho de autodeterminación, con la meta de constituir una comunidad política vasca separada de la comunidad política española.
En el caso del PNV no se puede hablar de la misma coherencia. Mejor dicho, puesto que la coherencia no pocas veces es incapacidad de aprender y evolucionar, el PNV ha hecho gala de una ambigüedad siempre muy calculada, algo distinto a la capacidad de aprender. Desde el rechazo del derecho de autodeterminación por ser una virguería marxista, a reclamarlo, pero siguiendo usando el poder establecido gracias al texto, y queriendo aparecer siempre como el máximo defensor de su pleno desarrollo. La apuesta encerrada en el acuerdo entre nacionalistas llamado de Estella/Lizarra parecía que colocaba al PNV definitivamente fuera del espacio del Estatuto.
PERO, UNA vez constatado el fracaso de aquella apuesta, hoy es el día en el que nadie sabe si el PNV ha enterrado aquella apuesta, si la mantiene en reserva, si sigue apostando por el Estatuto reclamando su papel de vigilante extremo de su cumplimiento o si se ha instalado definitivamente en la omnipotencia de que lo puede todo: soplar y sorber, hacer tortilla y no romper los huevos, defender el Estatuto y reclamar su superación, exigir el reconocimiento del pueblo vasco como si de un todo homogéneo se tratara, y proclamarse dispuesto a defender el pluralismo y la complejidad de los vascos.
El PNV quiere estar al margen del Estatuto -mantiene viva la llama del plan Ibarretxe, que es la traducción directa del acuerdo excluyente de Estella/Lizarra- pero quiere seguir cosechando los frutos del mismo -entre otras cosas, porque lo que más le interesa no es el futuro de lo que llama pueblo vasco, sino su vuelta al poder estatutario, al Gobierno-. Quiere las nueces, pero sin el árbol que las da. Quiere poder controlar lo que pueda surgir de los llamados movimientos de la izquierda nacionalista, controlados por ETA y que no conducen a ninguna parte. Pero también quiere, porque se considera con el derecho preferente para ello, controlar el desarrollo del Estatuto y el ejercicio del poder que de él dimana -con la ayuda insuperable del Gobierno de Zapatero-.
Con ETA/Batasuna uno sabe a qué atenerse, contra qué lucha, qué es lo que tiene que defender. Aunque menos, algo parecido sucede con EA. Pero con el PNV sólo sabemos que vamos a perder, porque juega a todos los palos: negocia, como partido que sostiene al sistema, los Presupuestos con el poder central y proclama, al mismo tiempo, que el concepto de ciudadanía es un concepto extraño a los vascos, que entra por la puerta de la Constitución de Cádiz y constituye la fuente primordial de los problemas de los vascos, como dijo Egibar recientemente en el Parlamento vasco.
(Joseba Arregi es ex consejero del Gobierno vasco y presidente de la plataforma cívica Aldaketa. Es autor de ‘Ser nacionalista’ y ‘La nación vasca posible’)
Joseba Arregi, EL MUNDO, 29/10/2009