«Mira que si esta barbaridad la han hecho los nuestros», pensaron los nacionalistas vascos comprensivos con la violencia. Aquella duda, en medio de los cadáveres, el desgarro de una población conmocionada, tuvo un efecto didáctico sobre la perversión del terrorismo, como no habían tenido los casi mil crímenes cometidos por los terroristas de aquí.
El terrorismo de Al-Qaida es al terrorismo nacionalista vasco lo mismo que los sólidos a los líquidos. Ya recuerdan el principio de Arquímedes: todo cuerpo sumergido en un fluido experimenta un empuje hacia arriba igual al peso del fluido que desaloja. Al-Qaida ha desalojado a ETA. Entre las múltiples razones que podemos encontrar para explicar el declive del terrorismo nacionalista vasco una de ellas es, sin duda, el efecto que han tenido los atentados de Al-Qaida. Efecto en el desprestigio de la muerte, en la clausura del asesinato terrorista como método para conseguir un desideratum en Europa occidental. Nada más producirse la masacre del 11-M en la estación de Atocha, en Madrid, una sensación de espanto recorrió a bastantes de los que durante años han apoyado los crímenes de ETA, y a los nacionalistas vascos comprensivos con la violencia: mira que si esta barbaridad la han hecho los nuestros, pensaron. Aquella duda, en medio de los cadáveres, los trenes humeantes, el desgarro de una población conmocionada, tuvo un efecto didáctico para explicar la perversión del terrorismo, del asesinato, como no habían tenido los casi mil crímenes cometidos por los terroristas de aquí a lo largo de más de treinta años de sangrienta historia. Los que creyeron plenamente que ETA era capaz de cometer aquella matanza, también los que, al menos durante una horas, pensaron que era posible que el terrorismo nacionalista vasco fuera el responsable de aquel espanto, es muy posible que hayan quedado vacunados de por vida respecto de cualquier veleidad, o apoyo explicito a los atentados terroristas. Más cerca en el tiempo, resulta muy significativo que el IRA saliera en estampida para desmentir cualquier eventual responsabilidad en la matanza del 7 de julio en Londres.
En los dos casos opera el mismo mecanismo: nosotros no somos como ésos; como ésos que ustedes odian. Un minuto después se plantea la lógica consecuencia: si vuelven a matar los terroristas locales serán muchos los que les comparen con los terrorista islamistas. Este rechazo a la muerte se suma al evidente hartazgo que en la Comunidad Autónoma Vasca había provocado previamente la sucesión de crímenes, de terrorismo callejero y de extorsiones a empresarios realizados por ETA durante lustros. El vaso de la paciencia, que se desbordó con el crimen de Miguel Ángel Blanco en Ermua, en 1997, no ha parado de recibir aportes.
Hay otros factores que explican la falta de fuelle del mundo terrorista si lo comparamos, por ejemplo, con su capacidad movilizadora de los años ochenta y buena parte de los noventa. La Policía española ha golpeado con fuerza, reiteración y certeza en las estructuras etarras; en sus grupos de asesinos, en su dirección, en sus redes de reclutamiento, hasta el punto de que los individuos predispuesto a alistarse en la banda hoy se lo piensan dos y más veces; además, cada vez es más difícil encontrar gente dispuesta a mostrarles el apoyo activo de la cobertura, la intendencia o las imprescindibles tareas complementarias.
El periódico que mejor cuenta las cosas de ETA decía el otro día que cien sujetos, cien, habían apoyado a los presos de la banda en Bilbao. Estos datos, unido a otros muchos de semejante tenor, demuestran una evidente fatiga de los materiales convocantes, una indiferencia masiva de la población respecto de lo que se quiere presentar como el capital político de la banda, los presos, que últimamente cosecha más frialdad que otra cosa.
En el apartado, digamos político, tenemos a destacados portavoces de la cosa dispuestos a ofrecer contrapartidas al Gobierno de Zapatero – «si las quiere que las pida», dijo Barrena en agosto en Bilbao-; balbuceantes portavoces, que bailan la yenka con las palabras y que anuncian contradicciones con aire terminal -Álvarez en agosto en San Sebastián-. Los portavoces del tinglado no entienden que con tanta gimnasia de gestos como están haciendo, la justicia les cite, les encarcele, les imponga fianzas millonarias, les obligue a presentarse ante la Policía, les haga sentir que sus actos no salen gratis. Se sienten traicionados. Una sensación que comparte con ellos el Gobierno Vasco y los nacionalistas del PNV, de EA y los de Madrazo. No saben todavía que el hecho de que muestren voluntad de que esto se acabe no les sitúa en ningún pedestal privilegiado, simplemente demuestra cuán equivocados han estado tantos años; sencillamente certifica su derrota política. Ellos no nos hacen el favor de dejar de matarnos; si dejan de matar es porque el asesinato les resulta cada vez más difícil, gracias a la presión policial; o les desprestigia como no lo hacía antes, derrota política. El IRA ha dejado de pegar tiros sin haber conseguido ni uno solo de sus objetivos, con una autonomía para gestionar un alcalde pedáneo y un camión de bomberos y que encima está suspendida. Aquí, el nivel de autogobierno es uno de los más altos del mundo. El PNV tratara de sacar tajada de esta nueva situación -perdón por la redundancia de unir PNV con sacar tajada-; HB tratará de salvar la cara y vender que treinta años de crímenes sirvieron para algo y los defensores del marco de convivencia que representa la Constitución están ante una situación en la que no pueden permitir que el terrorismo nacionalista vasco consiga sin crímenes lo que no logró cuando era capaz de asesinar a noventa en un año.
Hay, en este panorama, un grupo de defensores del apocalipsis; gente venida ayer, a ultimísima hora, a la lucha contra el terrorismo, con una tendencia enfermiza y obsesiva a fantasear, a inventar y que, como no conocieron las duras etapas anteriores dicen que ahora todo está peor. Triunfa en algunos sectores, a los que parece importarles un comino que esto se arregle y sólo buscan hacer el máximo ruido posible, una especie de poetización del desastre, lleno de palabras como traición, derrota, fracaso y así. Les parece irrelevante el hecho de que en dos años tres meses y quince días no se haya asesinado a nadie. Hombre, algunos nos hemos implicado en la lucha contra el terrorismo nacionalista vasco precisamente por eso, porque asesinaba. Y si no asesina, por la razones citadas, no podemos más que alegrarnos y celebrar este dato de la realidad como un triunfo de los demócratas.
Desde luego que el que no asesinen no convierte en buenos a los criminales ni, por supuesto, hace que Ibarretxe deje de ser un pelma; de la misma forma que el final de la dictadura franquista no terminó con los ultras, no abolió la explotación del hombre por el hombre ni allanó las desigualdades sociales, pero para los que habíamos sido encarcelados, por ejemplo, saber que se acabó el ser detenido o torturado era un alivio. Ahora, saber que cada día es más difícil un asesinato es un alivio para los asesinables, aunque los jefes de prensa del fin del mundo parezcan no darse cuenta de esta obviedad.
HB quiere volver a los ayuntamientos. La excelente política antiterrorista seguida por el segundo gobierno del PP ahogó a la trama civil de la banda y permite ahora a Zapatero tener ases en la manga para poder jugar con ellos. Si HB quiere ayuntamientos, es decir, poder, antes ETA tiene que decir que pliega, que lo deja, que se acabó; pero no con otra tregua trampa, no; con el fin definitivo de los crímenes. Nadie se lo va a echar en cara; es más, muchos lo celebraremos. La experiencia demuestra que ETA aprovecha las treguas como un ingrediente más de su estrategia terrorista; como utiliza los atentados, el miedo y la extorsión. Todo forma parte de una misma estrategia. Se trata ahora de crear un clima en el que incluso a los más radicales les resulte muy difícil matar, tal y como aconsejaba el tal Pakito, caído del guindo con veinte años de retraso.
No hay asesinatos, y ése es un triunfo de los demócratas. También de los demócratas depende -de su movilización, de su vigilancia, de su tenacidad- que lo que casi todo el mundo asume como fase terminal de ETA se salde sin ninguna concesión a los que desde hace más de treinta años no han hecho otra cosa que atacar la convivencia y ven cómo la derrota les acecha ahora en el cogote.
José María Calleja, EL DIARIO VASCO, 16/9/2005