ABC-IGNACIO CAMACHO
La ultracorrección política trae malas noticias para las fiestas de disfraces, de moros y cristianos o de carnavales
HACE dieciocho años, el actual primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, acudió a una fiesta universitaria disfrazado. Más exactamente, disfrazado de Aladino según la iconografía Disney, con turbante orientalista y la cara pintada de negro. Un chaval como tantos, caracterizado en un inocente guateque temático. Pues bien, la publicación –en la revista «Time» nada menos– de una foto de ese evento juvenil le ha obligado a pedir disculpas en medio de un fenomenal escándalo. En plena campaña electoral, ha sido acusado de racista, de supremacista étnico y de burlarse del multiculturalismo. Y lo peor es que en vez de rebelarse contra tan estúpido ataque y denunciar el grado de majadería intelectual de ese puritanismo mojigato, el brillante líder que pretende encarnar el centrismo liberal posmoderno se ha venido abajo, ha entonado una humillante palinodia y se ha retractado.
Llueve sobre mojado. En la sociedad anglosajona, y también ya en parte de la Europa latina, cualquier personaje famoso –dirigente público, artista, deportista o cantante– que se disfrace de indio, de negro, de esquimal, de asiático o de árabe sale zarandeado por una opinión pública en estado de alerta, entregada a la caza de brujas de prejuicios raciales. Malas noticias para las fiestas de moros y cristianos, tan habituales por estas fechas en las provincias de Murcia, Valencia o Alicante, donde ya han asomado algunos intentos de dulcificar la reconstrucción histórica para que la Reconquista acabe en una especie de reconciliación equidistante. Malas noticias para nuestras cabalgatas de Reyes Magos, en las que empieza a estar mal visto que a Baltasar lo encarne alguna personalidad autóctona embetunada de camuflaje. Malas noticias para las comparsas gaditanas de los carnavales, acostumbradas a parodiar estereotipos coloniales o musulmanes sin que nunca nadie haya interpretado ninguna falta de respeto a los colectivos de inmigrantes. El día en que la prensa europea o americana descubra cómo son en España los festejos locales –¡¡y la mayoría además con toros!!– se abrirá una campaña para que la UE nos obligue a erradicar estas odiosas y atávicas costumbres impregnadas de presunto segregacionismo salvaje.
El asustadizo Aladino canadiense demuestra que el asunto de la ultracorrección política se le está yendo de las manos a una sociedad occidental envuelta en un destructivo remordimiento autoinculpatorio y atenazada por una colección creciente de tabúes mentecatos. Una malsana ausencia de sentido del humor intimida los hábitos más cándidos mientras una interpretación sesgada de la tolerancia empuja una feroz, inquisitorial reescritura del pasado bajo el paradigma contemporáneo. La hipersusceptibilidad identitaria convierte cualquier broma ingenua en sospechosa de escarnio. Y demasiada gente se ha vuelto demasiado gilipollas en un clima hiperbólico de escrúpulos remilgados.