Frente a ETA, nos movemos con la prudencia derivada de la experiencia antiterrorista, de nuestra vivencia repetida de los atentados. Frente a Al Qaeda, desplegamos la imprudencia alimentada por nuestro desconocimiento y por tanta manipulación política del significado de esta red terrorista para las democracias.
Una comparación de la evaluación ciudadana, intelectual y política del nivel de amenaza de los dos terrorismos que nos acechan, ETA y Al Qaeda, da lugar a un resultado llamativo. La percepción de la amenaza etarra se mantiene muy alta a pesar del claro debilitamiento de esta banda terrorista, pero, sin embargo, la percepción de la amenaza fundamentalista es enormemente difusa, a pesar del evidencia creciente de la presencia de Al Qaeda en España. Lo primero es prudente e inteligente, y lo segundo, producto de algunos problemas políticos que tenemos para enfrentarnos a ese terrorismo.
Es sensato que los responsables políticos y policiales actúen como si ETA supusiera el mismo peligro que hace diez años; por un primer motivo obvio: su capacidad para atentar se ha reducido considerablemente, pero no ha desaparecido. Pero, además, y aunque sea poco probable en las circunstancias políticas actuales, no cabe descartar totalmente una acción de terrorismo indiscriminado por parte de una nueva dirección etarra inexperta, nerviosa y aún más radicalizada.
ETA está confusa y se sabe débil. Tiene enormes limitaciones para hacer esa guerra al Estado con la que siempre soñó, pero no piensa renunciar a dirigir la política y la vida cotidiana del País Vasco y busca constantemente una posición de fuerza para esa eventual negociación cuyas esperanzas no deja de alimentar el nacionalismo vasco. No tiene futuro, pero la voluntad de matar se mantiene en su frágil presente.
Por si acaso, todas las alertas de nuestro país, incluidas las del Gobierno vasco, están encendidas para cualquier eventualidad de ese frágil presente. Y lo están en un nivel de alarma mucho mayor que el aplicado a Al Qaeda. Y no me refiero a las fuerzas policiales, sino a unos ciudadanos, a unos políticos y a unos intelectuales que todavía se preguntan si el peligro del terrorismo fundamentalista es tan grande como advierten algunos o tiene mucho de creación artificial de líderes políticos que quieren justificar sus políticas internacionales y de seguridad.
Un comunicado como el que lanzaba Al Qaeda contra Estados Unidos el pasado fin de semana causaría un gran impacto en España si llevara la firma de ETA. Pero muchos persisten en la creencia de que Bush se inventa y manipula las alertas antiterroristas. La valoración se aplica en semejantes términos a nuestro país, y el 11-M es todavía un terrible hecho puntual y propio del pasado.
Frente a ETA, nos movemos con la prudencia derivada de la experiencia antiterrorista, de nuestra vivencia repetida de los atentados, del conocimiento de la mentalidad de los etarras. Frente a Al Qaeda, desplegamos la imprudencia alimentada por nuestro desconocimiento y por tanta y tanta manipulación política del significado de esta red terrorista para las democracias. Frente a ETA, hemos asumido la alerta. Frente a Al Qaeda, no acabamos de creer en ella.
Edurne Uriarte, ABC, 9/11/2004