De confirmarse la celebración de las elecciones autonómicas en Madrid el próximo día 4 de mayo –pendientes aún de la resolución del Tribunal Superior de Justicia–, resultaría muy probable que Ciudadanos perdiese toda representación parlamentaria en la Asamblea de Vallecas al no llegar al 5% de los votos según el pronóstico del sondeo de Metroscopia para El Confidencial publicado este viernes. El director general de la empresa demoscópica, Andrés Medina, explica que “el electorado madrileño parece no haber entendido el movimiento planteado por Ciudadanos esta semana. En todo caso, este desplome, de producirse, no dejaría de estar en sintonía con los resultados de esta formación en las tres elecciones que ya se han celebrado durante la actual pandemia: extraparlamentario en Galicia, dos diputados en el País Vasco y 6 diputados en Cataluña”.
Inés Arrimadas, acuciada por los sucesivos descalabros de su partido, en cuya presidencia sustituyó al causante del primero de ellos el 10-N de 2019 (de 57 escaños a 10), Albert Rivera, urdió una maniobra en Murcia para hacerse con la presidencia de la comunidad desbancando al PP con la complicidad del PSOE, que se reservaba en contraprestación la alcaldía de la capital de la región. Quizás pensó la política jerezana y antigua lideresa de la organización en Cataluña que semejante golpe de efecto del brazo de los socialistas reposicionaría a los naranjas en el tablero político otorgándoles las perdidas credenciales centristas y ocupando un terreno táctico y estratégico en el que acampar.
El planteamiento de Inés Arrimadas ha sido inexplicablemente incompetente. Porque supuso que era una operación de alcance local que no merecería una reacción como la del PP que, bajo el liderazgo de Ayuso, respondió con la ruptura de la coalición en Madrid y el adelanto de elecciones. Y porque pensó que el derribo de los populares en el Gobierno de Murcia y en el ayuntamiento de su capital, en comandita con el PSOE monclovita, estaba bien amarrado con los seis diputados de su partido en aquella comunidad.
En definitiva, Inés Arrimadas y sus domésticos asesores llegaron a la conclusión de que pergeñaban una táctica de extraordinaria agudeza cuando, en realidad, perpetraban una incompetente chapuza política. De tal manera que, en lógica retribución al error cometido, se han quedado sin Murcia –con el partido quebrado allí y en otros territorios– y expropiados en Madrid con visos de que ya no volverán a pisar los pasillos de la Asamblea legislativa madrileña. De una tacada, pierden dos posiciones de poder y se aproximan al precipicio de la extinción.
La reacción de la dirección de Ciudadanos ha sido tan incompetente, a efectos dialécticos, como la propia operación urdida: se trata, han dicho, de un caso de corrupción porque el PP habría “comprado” a tres de sus consejeros en Murcia al modo de lo que sucedió en Madrid con el denominado “tamayazo”. Añadir al error de cálculo una pésima explicación de las consecuencias del yerro conduce a Inés Arrimadas a emprender más pronto que tarde el mismo camino –y por opuestos motivos– que ya transitó Albert Rivera: el de la dimisión de su cargo y el apartamiento de la vida política. Por incompetencia. O por ambición. No hay excusa de mal pagador que valga: la presidenta de Ciudadanos no tenía partido para que una estratagema como la de Murcia prosperase y la autoridad que le queda es tan ínfima que no la va a poder emplear para “castigar” al PP ni en Castilla y León ni en Andalucía.
El fiasco murciano de Ciudadanos refuerza las expectativas de Isabel Díaz Ayuso en Madrid y lamina sus posibilidades en las eventuales elecciones del 4 de mayo, de modo que no será posible que el partido levante cabeza porque está sumido en la confusión y el desconcierto. Puede ser consolador suponer que el episodio murciano es similar al de los diputados socialistas Eduardo Tamayo y María Teresa Sáez, que en mayo y junio de 2003 traicionaron a Rafael Simancas y al PSOE. Ambos episodios, el de entonces y el de ahora, se parecen como un huevo a una castaña.
Este era, también para el PP, un tiempo propicio para la reflexión, el ejercicio gubernamental solvente en las comunidades en las que regían, un largo paréntesis sin elecciones para rehacerse, para reelaborar el discurso, para mostrar a los ciudadanos su capacidad de gestión ante la crisis sanitaria y la económica. El error de Arrimadas –respondido desde dentro de su partido y también por un PP que se ha sentido agredido– es de naturaleza parecida al de Rivera aunque con un propósito opuesto: Inés pretendía ensayar con su organización una transversalidad que había perdido hace tiempo vinculándose al PSOE en Murcia al tiempo que creía poder mantener los demás pactos con el PP, y lo ha hecho con el mismo desacierto con el que Albert Rivera pretendió sobrepasar a los conservadores y hacerse con el liderazgo de la oposición. Entonces y ahora, el PP era un león herido, pero con un instinto de supervivencia que ambos subestimaron. La combinación de sus incompetencias con la de sus ambiciones, ha provocado el desastre.