Editorial-El Mundo
EN UN mes escaso, el rumbo de Ciudadanos en el mapa electoral ha sufrido un brusco viraje. Si bien el 28-A le colocó camino de disputarle al PP el liderazgo del centro derecha, el 26-M le aplicó un severo correctivo. En ninguna de las comunidades ni grandes ciudades donde en las generales adelantó a los populares ha revalidado el resultado. Las causas pueden ser múltiples: desde una implantación territorial mucho más débil hasta una percepción ciudadana más exigente del voto útil. Sea como fuere, Albert Rivera ha visto postergado su principal objetivo: desbancar a Pablo Casado como líder de la oposición. Sin embargo, su protagonismo en este periodo de formación de gobiernos va a ser extraordinario. Tanto, que en un partido desfamiliarizado con la discrepancia interna, la sana disidencia ha llegado.
Hoy se reúne el Comité Ejecutivo. Y el debate girará en torno a la exclusiva que publicamos: el PP ofrecerá a Cs «mesas a tres» con Vox en toda España. Su intención es que el bloque de centro derecha gobierne en 23 ayuntamientos y cuatro autonomías, con los populares dirigiendo ejecutivos de coalición con Cs mientras Vox, al estilo andaluz, los apoyaría desde fuera a cambio de una influencia real. No es un secreto el rechazo que le produce a Cs aparecer de nuevo en la fotografía negociando con la derecha radical. Sin embargo, rebajadas por Vox sus condiciones de entrar en las coaliciones, el punto clave del debate es otro: ¿debe el PP ser el socio preferente o, como mantiene el sector crítico, Cs no puede continuar siendo su «subalterno» y ha de buscar acuerdos también con el PSOE? La encrucijada de Rivera es crucial, porque marcará su futuro inmediato, pero debe afrontarla y confirmar así su madurez política. La lógica, dada la concepción original de Cs, invita a no supeditarse a una opción, pero siempre garantizando y siendo coherente con la clave de su discurso fundacional, que le llevó a convertirse en el partido más votado en las últimas autonómicas catalanas: la unidad territorial. Si hoy las urnas le han entregado las llaves de la gobernabilidad es por nacer como un partido centrista que llegó al escenario nacional para superar el bipartidismo. Por eso, a la hora de pactar, Rivera ha de comprender que la dicotomía de bloques hoy es menos válida que ayer. Y que en sus manos tiene el poder para escoger lo que en cada situación sea lo mejor para España.
No ser fiel a sus ideales sería un error. Por ello la línea roja que debe delimitar todo acuerdo es la política territorial. Dada la deriva socialista –con la investidura Frankenstein todavía caliente y lo que se está cocinando en Navarra–, la confluencia con Sánchez y el PSOE debe cimentarse bajo el compromiso innegociable de alejar a los nacionalismos de las instituciones y de no tirarse en sus brazos cuando la aritmética no le sea propicia. Así, Cs cumpliría con la función que hoy le ha confiado la ciudadanía.