JORGE BUSTOS-EL MUNDO

EL VOTANTE de Cs es un animal exótico, infiel como un delfín y narciso como un pavo real, aunque su rasgo definitorio a juzgar por los sondeos lo comparte con el unicornio: en realidad no existe. En abril fueron avistados 4,2 millones de ejemplares, pero los pastores del bipartidismo aseguran que los que no campan por la intemperie de la abstención se han refugiado casi todos en su redil. A falta de voces alternativas en Animal farm, cunde la extinción de la especie naranja. ¿Es así?

Parece evidente que el votante de Cs no ha entendido los movimientos de su líder, si bien no se diferencian de los movimientos de otros líderes. Todos los políticos se mueven por el afán de alcanzar el poder y conservarlo, en los mejores casos para ejecutar después un programa de reformas. Pedir a un político que se disculpe por su ambición es como pedirle a un gallo que se quede calladito al amanecer. Por eso Rivera no pide perdón por haber pretendido el liderazgo de la derecha, operación a medio plazo que requería una agónica legislatura Frankenstein de Sánchez y un desgaste judicial del PP aún pendiente. Si Iglesias llega a aceptar la coalición quizá le habría salido bien, pues se quedó a nueve escaños del sorpasso. Pero Sánchez entendió que debía traicionar a sus socios de censura para durar en Moncloa. Y rompió con Iglesias como Casado está rompiendo con Aznar: ambos giran porque los votantes están hartos de bloques bloqueándose. Cuando cambian las circunstancias, los inteligentes cambian con ellas y los fanáticos se atrincheran.

Ahora bien, los cambios hay que reconocerlos y explicarlos. No es tan difícil: votar cuatro veces en cuatro años es un fracaso deplorable que reclama más veletas y menos noesnoístas. Rivera es un superviviente criado entre supremacistas hostiles que toman la modestia por debilidad. Por eso y porque el centro aún es un concepto demasiado sutil le cuesta explicar sus propios hechos: sigue siendo el único político que ha pactado la investidura de un candidato del PSOE y de otro del PP. Pero en esta campaña quizá descubra que los españoles son generosos con los humildes. El votante de Cs es un sibarita, a veces de una coquetería estomagante: hay que adular su belleza moral para levantarlo del sofá. Pero también es alguien pragmático, que sabe que un Cs capaz de moderar a Sánchez o de hacer presidente a Casado es el más útil de los votos para salir de este marasmo antes de la tormenta que viene. Matizada su ambición, baqueteado por un año de naufragios, el Ulises de la Barceloneta ha alcanzado a un doloroso precio la Ítaca originaria del centro; ahora necesita que su votante sepa leer su aventura, le comprenda y le brinde una última oportunidad. O bien le deje morir en la orilla.