El Confidencial 28/11/12
Federico Quevedo
Ha sido, sin lugar a dudas, una de las sorpresas más destacadas de la jornada electoral del pasado domingo en Cataluña: por más que las encuestas anunciaran que se iba a producir el ascenso de Ciutadans, este ha sido espectacular: 170.000 votos más, muy probablemente obtenidos de una parte del voto socialista y quizás algo del PP, pero muy mayoritariamente de nuevos votantes que han encontrado en C’s un mensaje fresco que rompe con la dinámica habitual de los grandes partidos con estructuras anquilosadas y obsoletas. Sin duda, hay tiempo todavía para seguir analizando el fiasco de unas elecciones convocadas bajo la bandera del independentismo y que, al margen de que Artur Mas se aferre a ella como válvula de escape de su fracaso personal, han sido como un jarro de agua fría para la aspiración soberanista. Sin embargo, las elecciones catalanas tienen también lecturas en clave de reflexión interna de los grandes partidos y de las sensaciones que transmite una sociedad que empieza a llegar al límite de sus fuerzas.
A nadie se le escapa, porque nos lo recuerda el CIS cada vez que elabora uno de sus barómetros en los que se refleja el estado anímico de la sociedad, que la desafección de los ciudadanos hacia los políticos es cada vez mayor y empieza a ser un problema serio de cara al futuro, como he dicho muchas veces, porque ese descontento social puede degenerar en la aparición de extremismos antisistema o de populismos fácilmente identificables. De hecho, una de las razones por las que se temía que en Cataluña podría darse un resultado electoral muy mayoritariamente decantado hacia el nacionalismo era, precisamente, el considerar este como una expresión de rechazo al sistema. Y aunque finalmente no se ha producido ese escoramiento pronunciado -el voto nacionalista se ha mantenido en las mismas constantes de los últimos treinta años-, entre otras cosas porque los votantes han considerado a CiU como parte de ese sistema y han castigado por ello a la coalición nacionalista, también es cierto que el aumento del voto al nacionalismo radical de ERC y la irrupción del nacionalismo antisistema de CUP hay que entenderlo desde esa perspectiva.
A Albert Rivera y a los suyos solo les falta dar un paso, complicado, difícil y arriesgado, pero un paso que puede ser muy llamativo y tener mucho respaldo si se hace con cabeza y sentido común: el salto a Madrid
El mayor peligro que tiene una sociedad en crisis como la nuestra es, precisamente, el de caer en las redes embaucadoras de políticos mesiánicos, de grupúsculos que dicen a cada momento lo que los ciudadanos quieren escuchar, independientemente de que eso les haga caer en una permanente contradicción, porque todos esos acuden como aves de rapiña a buscar entre los restos de una democracia herida una parte del botín. El problema es que los grandes partidos, los que tradicionalmente se alternan en el poder, y los que colaboran de una u otra manera con ellos, están ciegos ante una realidad que les afecta de lleno. Ni siquiera el hecho de haber ido perdiendo respaldo electoral elección tras elección les lleva a abrir los ojos ante lo que puede venir y, por lo tanto, a la necesidad de impulsar cambios en nuestro modelo de convivencia que regeneren y renueven el sistema democrático, empezando por ellos mismos.
Hacía falta un revulsivo, un soplo de aire fresco que naciera de la propia sociedad civil, pero no con aspiraciones de ruptura, sino con ánimo de cambio, de limpieza, de regeneración, de renovación, y ese revulsivo se ha concentrado en Cataluña en el voto a C’s y en torno a su líder, Albert Rivera, que ha conseguido convencer con un mensaje sin miedos y una apuesta definitiva por el cambio inspirado desde la propia sociedad, de abajo a arriba. Sin duda, C’s ha tardado en encontrar ese nicho, pero después de algunos devaneos que estuvieron a punto de acabar con tan esperanzadoras siglas como las extrañas alianzas de las últimas elecciones europeas, Ciudadanos ha conseguido por fin convertirse en eso, en un partido de ciudadanos llamados a regenerar el sistema desde dentro para mejorarlo y acercarlo cada vez más a la sociedad civil.
A Albert Rivera y a los suyos solo les falta dar un paso, complicado, difícil y arriesgado, pero un paso que puede ser muy llamativo y tener mucho respaldo si se hace con cabeza y sentido común: el salto a Madrid. Me consta que esto está en la mente de Rivera, pero otros han pretendido antes movimientos parecidos y han fracasado. Para que C’s tenga éxito debe alejarse de los modelos personalistas o vinculados a figuras de aparente reclamo social y debe conservar el marchamo de partido nacido de la sociedad civil. Y tiene que ofrecer un mensaje muy claro, muy definido, sin ambigüedades, que incluya un programa de máximos en lo que a la regeneración política y democrática se refiere. Es más que probable que, así, encuentre mucha gente dispuesta a escuchar lo que tienen que decir.
Este país necesita grandes cambios, y la responsabilidad de hacerlos recae sobre aquellos que ahora gobiernan, con el apoyo o el consenso de quienes gobernaron antes, pero si no sienten cerca la presión y la exigencia de una sociedad harta de seguir pagando las consecuencias de los errores de su clase dirigente no van a acometer ese necesario proceso de regeneración. Habrá quien crea que esa presión debe ejercerse en la calle, a veces con violencia, pero casi siempre buscando el conflicto y la confrontación. Yo creo que no, que debe hacerse desde los cauces de la convivencia y, por supuesto, desde el respeto al Estado de Derecho y a la Constitución, pero con la ambición de promover su reforma, y eso es lo que ofrece C’s. Algo ha empezado a cambiar desde el pasado domingo; quizás sea pronto para saber hasta dónde puede llegar ese cambio, pero puedo asegurarles que en el futuro cercano vamos a asistir a movimientos importantes, y algo van a tener que ver C’s y Albert Rivera con todo ello.