José Antonio Zarzalejos-El Confidencial
El cofundador de Cs, Xavier Pericay, firma el primer relato de la debacle del partido que atribuye al “empecinamiento” de Albert Rivera y al “culto a la personalidad” de un grupo de sus colaboradores
Es recurrente el comentario según el cual España no estaría gobernada bajo la tutela de los independentistas catalanes y los abertzales radicales (tampoco con UP en coalición con el PSOE) si Albert Rivera hubiese demostrado trazas estadistas en vez de errar en su propósito de sobrepasar al PP y convertirse en el líder de la derecha apoyando esa excéntrica estrategia en un “no es no” a Pedro Sánchez. Este planteamiento de la cuestión requiere, no obstante, una reserva: el secretario general del PSOE es responsable directo del Gobierno que ha formado con Unidas Podemos bajo el arbitraje de ERC y de EH Bildu. Empecemos por no blanquear las decisiones de un Sánchez que tuvo otras opciones y eligió la peor.
Es cierto sin embargo que con los resultados del 28 de abril de 2019 (desafortunadamente, no con los del 10 de noviembre) resultaba verosímil un gobierno de centro izquierda con el socialista en la presidencia y Albert Rivera en la vicepresidencia, respaldados por 180 diputados en el Congreso. Y por primera vez en la historia de la democracia española, los nacionalistas/independentistas varios habrían sido despojados de su abusivo rol arbitral cuando en la Cámara baja ninguno de los dos grandes partidos (PSOE y PP) disponía de mayoría absoluta. Ciudadanos hubiera alcanzado así todo su sentido fundacional, rendido un extraordinario servicio a España y al Estado e inaugurado una nueva época política.
Xavier Pericay, uno de los 15 intelectuales que firmaron el manifiesto fundacional de Cs en 2005 y miembro de su ejecutiva hasta hace unos meses, texto sobre el que se articuló el partido un año después bajo la presidencia de Rivera (cargo que se le atribuyó por coincidencia alfabética), acaba de publicar ‘Vamos. Una temporada en política’ (Editorial Sloper), un relato de cómo la aventura de Ciudadanos derivó en desastre electoral el 10-N, con la pérdida de 47 diputados y con la retención del mínimo remanente de 10 escaños. La clave del siniestro según la tesis bien explicada por el autor, estuvo en la ensoñación soberbia y endiosada de Albert Rivera, afectado de una inflamada autoestima, en convergencia con un pequeño grupo de personas –el “sanedrín”- que oficiaron de aduladores interesados que practicaron “el culto a la personalidad” sin contrapesar a un líder que perdió irremediablemente los papeles.
Todo el relato de Xavier Pericay –un catalán culto y bregado en la pelea contra el nacionalismo– es del mayor interés, bien comprimido en 192 páginas. Pero el núcleo del libro es su capítulo sexto titulado “La mirada de Albert” (páginas 97 a 109) en el que el autor disecciona al personaje sin restarle méritos pero atribuyéndole los desvalores que se suponían le han arrojado fuera de las lindes de la política. A Rivera, según Pericay, no le costó dar el paso de interpretar que “la historia empezaba con su persona”; también que al presidente de Cs “solo le valían las opiniones corroborativas” y nunca las discrepantes sobre las que existía la consigna de la ignorancia; en el personaje se daban los rasgos propios de “un adanismo de quien no ha conocido otro presidente (del partido) que él”, reforzado por los miembros de lo que denomina “el sanedrín”.
Sin embargo –y así estamos- el párrafo más estratégico del relato de este cofundador de Ciudadanos está recogido en la página 190 y dice así: “Una soberbia que le acompañó, por desgracia, hasta el final. Ni el 10 de noviembre por la noche, cuando valoró públicamente los resultados de las elecciones, ni el 11 por la mañana cuando anunció su dimisión como presidente del partido, su renuncia al escaño en el Congreso y su abandono de la política, dio la impresión de que lo ocurrido fuera verdaderamente con él. Es cierto que dimitió, lo que le honra (…) pero en ningún momento consideró necesario manifestar arrepentimiento alguno por sus actos, como si no fuese consciente de haber cometido errores y todo se debiera, al cabo, a los avatares de la política y las urnas. A la palabra éxito, que usó para resaltar la trayectoria del partido hasta el 10-N, no le contrapuso en ninguno de sus dos discursos la palabra esperable, esto es, fracaso, para definir el desenlace electoral de aquel domingo, sino el eufemístico (…) mal resultado. Rehuyendo el término fracaso, no solo rebajaba la magnitud del batacazo; también lo convertía en un asunto del partido que llevaba más de 13 años presidiendo antes que en la resultante de un empecinamiento personal”.
Las consecuencias de ese “empecinamiento” las estamos padeciendo. Lo más grave sería que en esa misma cerrazón acrítica permanezcan los nuevos-viejos dirigentes de Ciudadanos que disponen todavía de un gran poder territorial y margen de maniobra con sus 10 escaños en el Congreso. ¿Entenderán ellos que en ocasiones la política consiste en salvar de sí mismos a personajes tan erráticos como Pedro Sánchez? Ya no está Rivera -¿o sí?- que excuse de compromisos cuando se dé la ocasión. Hasta los náufragos se valen de los restos del navío para no ahogarse.