Andoni Pérez Ayala-EL CORREO
- Hace 50 años, el fin del régimen militar en el país vecino impulsó el proceso político para terminar con la dictadura franquista
Se han cumplido cincuenta años, medio siglo ya, de lo que los portugueses bautizaron como la Alborada del 25 de Abril, en referencia al amanecer de aquel día al compás de la canción ‘Grandola, vila morena’ que marcó la señal para la movilización de las unidades militares que iban a poner fin al régimen dictatorial en Portugal. Si bien los hechos tuvieron como escenario Lisboa, donde estaban localizadas las fuerzas que participaron en esa fecha emblemática, su impacto se dejó sentir también más allá de las fronteras portuguesas entre la opinión pública europea, en la que despertó particular interés. También entre nosotros; no solo por razones de proximidad geográfica, sino, sobre todo, por la similitud de la situación política en ambos países en aquellos años.
Con la Revolución de los Claveles se ponía fin a un régimen dictatorial que en Portugal había sido instaurado hacía casi cinco décadas, tras el golpe militar de 1926, primero con Antonio Oscar Carmona y, a partir de 1933, con Oliveira de Salazar hasta que éste, por razones de salud, fue sustituido (1969) por Marcelo Caetano. 48 años que hacían del régimen portugués la dictadura más longeva de Europa. Junto con Grecia, que ese mismo año 1974 ponía fin también a su ‘dictadura de los coroneles’, y España, que todavía debería esperar algo más para iniciar su Transición, componían el trío de países que constituían la excepción democrática en Europa.
El portugués, además de las características propias de todo régimen dictatorial, presentaba también una serie de rasgos específicos que lo diferenciaban de sus otros dos hermanos europeos, Grecia y España, y que explican la forma peculiar en que tuvo lugar su final. El dato más relevante, por afectar de forma determinante al principal protagonista de la Revolución de los Claveles, era la situación que vivían las Fuerzas Armadas portuguesas como consecuencia de la guerra, sin perspectiva alguna, que venían manteniendo en las colonias portuguesas en África -Angola, Mozambique, Guinea-Bisau y Cabo Verde-, lo que daba lugar a un malestar generalizado en el ejército que, al final, cristalizó en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA).
Fue el MFA, al que cabe caracterizar como un auténtico movimiento de la oficialidad media -los Capitanes de Abril- en el seno de las Fuerzas Armadas portuguesas, el que marcó la orientación que siguió la Revolución de los Claveles, al tiempo que explica las muy peculiares características que esta tuvo. Especialmente por lo que se refiere a la ausencia de resistencia a los cambios radicales que se estaban operando -el MFA era el que detentaba el poder efectivo en el proceso abierto el 25-A- y asimismo por algunas novedades introducidas en el organigrama institucional, que posteriormente fueron corregidas, en el que se reservaba al MFA un papel que no encajaba muy bien en el esquema propio de un sistema institucional representativo.
En cualquier caso, y al margen de las peculiaridades que el protagonismo del MFA imprimió a la Revolución de los Claveles, no trasladables a otros países, la experiencia del 25 de Abril tuvo también proyección más allá de las fronteras portuguesas y, en particular, en nuestro país, que en esos años se aprestaba a poner fin también al régimen dictatorial que sufría desde hacía más de tres décadas y media.
Si bien el surgimiento de la Unión Militar Democrática (UMD), rápidamente desarticulada, no puede decirse que sea equiparable al MFA portugués, sí puede afirmarse que era un reflejo de la incidencia que el proceso abierto el 25 de Abril tenía en nuestro país, incluido el principal sostén de la dictadura, el Ejército.
Mayor fue la incidencia que tuvo en el proceso político que se estaba siguiendo en España en aquellas fechas. A un doble nivel: por una parte, como estímulo para las fuerzas políticas que luchaban aquí para poner fin a la dictadura franquista, que tuvieron en el 25-A portugués un referente muy cercano para intensificar sus esfuerzos. Y asimismo para el propio régimen franquista, que tras la caída de la dictadura portuguesa (a añadir a la griega) quedaba completamente aislado como la única excepción democrática en Europa; lo que impulsaba a los sectores mas aperturistas del régimen, como así ocurrió, a buscar una salida viable para poder tener cabida en el continente.
La alborada del 25 de Abril fue, ante todo, el inicio de una nueva época para Portugal. Un año después (1975), ese mismo día se celebraban las primeras elecciones democráticas para la Asamblea constituyente; y al año siguiente, también ese mismo día, entraba en vigor el nuevo texto constitucional. No cabe duda de que el 25-A es la fecha más emblemática del calendario político del país vecino; la que marca los hechos más relevantes del Portugal contemporáneo, que hace medio siglo abrió un nuevo periodo histórico que se prolonga hasta hoy.