Antonio Elorza-El Correo
- Dividir el mundo entre una izquierda y una derecha siempre enfrentadas supone reavivar el fantasma de la Guerra Civil
En la clausura del congreso de Sevilla, la dirección del PSOE, con Pedro Sánchez al frente, procedió al canto de ‘La Internacional’ con el puño izquierdo levantado. Las imágenes me recordaron el momento más divertido de mi fallida vida política, un mitin del Partido Comunista de Euskadi en Anoeta a principios de los 80, con escasa asistencia y desangelados discursos. Para cerrarlo, inevitables cantos del ‘Eusko Gudariak’ y de ‘La Internacional’. Apenas iniciado este, al entonar aquello de «en pie, famélica legión», se me ocurrió volver la vista a la derecha y comprobé que la sucesión de tripas orondas desnudaba la ideología. En Euskadi, de famélica legión, nada. Me entró un ataque interminable de risa, bajando el puño, para asombro y enfado de los asistentes.
Ahora la cosa ofrece menos gracia. Por un lado, tiene algo de farsa, pensando en los tiempos y en los hombres, cuando iba en serio aquello de forzar la transformación del mundo. Por otra, remite a la dimensión siniestra de un «progresismo» que divide el mundo entre una izquierda y una derecha siempre enfrentadas, y que aquí y ahora supone reavivar el fantasma de la Guerra Civil. Más aún cuando nuestro país cuenta con la originalidad de un diputado de la coalición del Gobierno, Enrique Santiago, líder de un PCE marxista-leninista escorado hacia Putin en la agresión a Ucrania y el añadido de un colaborador asociado, por llamarlo de algún modo: el expresidente Zapatero, amigo de Maduro. Y sobre otras tiranías hispanoamericanas -Cuba, Nicaragua-, silencio total.
Con tales antecedentes, debería preocupar el anuncio de una incipiente estatización para compensar los reiterados fracasos en la política de vivienda; o la forma, más que el fondo, con que está siendo abordado desde el «igualitarismo» el conflicto de Muface. No nos hace la menor falta una vía española, y por tanto esperpéntica, hacia ese «socialismo del siglo XXI» que anunciaron hace una década, desde distintos supuestos, Pedro Sánchez y Juan Carlos Monedero.
Coincidiendo con la reunión del PSOE en Sevilla, realicé una breve visita a Albania, pensando en contrastarla con otra reciente a Bulgaria. De entrada, Albania es de consulta obligada para quienes deseen conocer el comunismo en su máxima expresión, el estaliniano de Enver Hoxha, cuyas características de fondo, en cuanto a represión total, irracionalidad y exaltación de un liderazgo criminal, no suponen sin embargo un cambio cualitativo respecto de otras «dictaduras del proletariado». Son hoy un excepcional campo temático a disposición del visitante: desde la siembra de búnkeres por todo el territorio -cientos de miles- a la exposición en los principales -el 1 y el 2 en Tirana- de todos los datos numéricos e instrumentos de vigilancia y tortura. El primero, enorme e inspirado en el de Kim Il-sung en Corea del Norte, contiene incluso un teatro para 800 espectadores.
Apuntan también a otra guía de lectura mediante una cita de la Madre Teresa de Calcuta: «El origen del Mal es cuando un hombre se cree superior a los demás». La advertencia es útil para afrontar la carrera de tantos dictadores, y no solo de los totalitarios. También en las democracias pueden aparecer a favor de una crisis. En cuanto a la visita de los búnkeres albaneses, como la del centro de exterminio de los jemeres rojos en Tuol Sleng (Camboya), obliga a proponer que no existe razón alguna para eximir al comunismo-realmente-existente del análisis y de la condena de que han sido objeto los fascismos, en cuanto fórmulas políticas de destrucción del hombre.
Además, no basta con el certificado de defunción y ahí está el ejemplo de los Hermanos de Italia, con Giorgia Meloni, para comprobar el éxito del posfascismo, que al parecer despunta asimismo en Alemania y en Francia. Y el estalinismo vuelve también, sin la costra comunista, por la vía de la restauración del terrorismo a lo KGB y del regreso al imperialismo soviético, puestos en práctica por Vladímir Putin, Acción y presión militar, más infiltración en las redes de poder económico y de información, han pillado totalmente desprevenido a Occidente y explican sus avances y conquistas políticas en Georgia, Moldavia, Rumanía.
Pero no es solo esto. Mientras Bulgaria se vacía y los pueblos muestran al pasajero sus casas abandonadas, más la ausencia de jóvenes, Albania ha dado en pocos años un salto espectacular, visible en el urbanismo de Tirana y sus accesos. Parece más ventajoso recibir ventajas europeas y albergar las sedes de un capitalismo especulativo -más tolerar el narcotráfico- que integrarse en la UE en condiciones de franca inferioridad. El resultado es que no solo los viejos son nostálgicos del pasado y hoy votarían mayoritariamente por la vuelta al comunismo, sino que poblaciones más jóvenes, sometidas a una permanente depresión, resultan sensibles a la infiltración prorrusa. Y el miedo a la guerra también actúa. Lo único del todo claro es el debilitamiento del espíritu europeo. Occidente ha fallado. El puño en alto de Sánchez va con los tiempos.