Confieso que ayer hasta las nueve y media, uno habría apostado porque Juan Lobato iba a tirar la toalla después de su incierto manejo de lo que a él le afectaba del caso de Álvaro Gª Ortiz. Él recibió un e-mail de la jefa de Gabinete del jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, ejemplo canónico de redundancia, con el acuerdo de conformidad que negociaba el abogado del novio de Ayuso con la Fiscalía y la prójima de La Moncloa se lo envió para que lo usara contra la presidenta madrileña. Él, que por razón de oficio es inspector de Hacienda, sabía que eso es un delito y se negó, por lo que su remitente se lo filtró a la prensa amiga y Juan Lobato atacó a Ayuso con la información ya blanqueada. Unos meses después, tras la intervención de los móviles del fiscal general por orden del Tribunal Supremo, Juan Lobato se transformó en Juan Zorruno y llevó su cruce epistolar con Pilar Sánchez a un notario para dejar constancia.
Ya lo tenía crudo nuestro héroe para revalidar el cargo y todos los augurios predecían que Lobato iba a ser la próxima víctima política de Isabel Díaz Ayuso y que daría una oportunidad en ese cometido al ministro López. Por eso creía uno que ayer a las nueve y media se iba a despedir de la afición anunciando que ni siquiera acudiría este fin de semana al Congreso de Sevilla.
Bueno, pues no. Lobato ha copiado el estilo del jefe y después de mentir que había recibido la información por los medios planta cara al linchamiento de su partido y dice que no dimite. Lo suyo no ha sido el triunfo de la honradez, sino del cálculo prudente. Sabe que lo van a laminar con toda seguridad esta semana y prefiere postularse para el postsanchismo.
Y el cerco se estrecha cada día un poco más en torno a Sánchez y a su fiscal general; su ministro López, el sustituto de Lobato, va a caer en carambola, comprometido por su jefa de Gabinete. Aldama aprieta y probablemente ahogue.
Además, la credibilidad de Aldama se está revelando muy superior a la de sus detractores: Oscar López diciendo que el comisionista se cree James Bond y es Anacleto. Parecido ingenio mostraba el insuperable Félix Bolaños al decir que después de haber confesado su colaboración con el MI6 británico y la CIA “le ha faltado decir que era agente de la TIA». Bueno, pues resulta que después de ser condecorado por la Guardia Civil por designio de Marlasca, la Benemérita pidió a Aldama, ese desconocido, que organizara una cacería a la que fueron invitados el FBI y la CIA. Parece que los hechos están más cerca de lo que dice el intermediario que de las bromas tontas de Bolaños. A ver si hoy el PP deja que Cayetana lo interpele sobre el tema. María Jesús Montero también ha terciado diciendo que “pone la mano en el fuego” por su jefe de Gabinete y por Santos Cerdán, prueba evidente de un error muy generalizado en el manejo de las citas. Cayo Mucio Escévola, el romano que puso la mano en el brasero no lo hizo para avalar la inocencia de nadie, sino para castigar un error propio. Habiéndose infiltrado en las líneas enemigas para asesinar a Porsena, rey de Clusio, se equivocó de víctima y mató a un señor que pasaba por allí. Conducido a presencia del rey y para castigarse por su error, puso la mano derecha en el brasero. Escévola quiere decir zurdo, no digo más.