Cristian Campos -El Español
Con la concesión definitiva de los indultos, Pedro Sánchez no sólo ha puesto en la calle a nueve de los políticos catalanes que en octubre de 2017 lideraron el golpe contra la democracia española que a punto estuvo de provocar un nuevo conflicto balcanizador en la Unión Europea del siglo XXI, sino que avala y se hace personalmente responsable de todo lo que ocurra a partir de ahora en Cataluña.
No ha salido bien parada la democracia española en el pasado cuando ha confiado en la lealtad del nacionalismo catalán y alguna que otra guerra civil es prueba de ello (hasta Azaña, un Zapatero avant la lettre, acabó repugnado por la traición del catalanismo mientras la República, que indultó a Companys por un golpe de Estado muy similar al de 2017 de Junqueras y Puigdemont, luchaba contra el bando nacional).
Como buen socialista, Sánchez cree que si todas las concesiones al catalanismo han fracasado históricamente no es por motivo de su intrínseca irracionalidad, sino porque esas concesiones no se han aplicado bien. O lo que es lo mismo, porque no han llegado lo suficientemente lejos. El problema ahora para Sánchez es que la distancia entre lo suficientemente lejos que puede llegar un Gobierno español cualquiera y el mínimo que exige el separatismo no es transitable en democracia.
Desde luego sí en otro tipo de régimen. Y es ahí donde las estrategias a medio y largo plazo de ERC, JxCAT, EH Bildu y Podemos (recordemos, todavía partido de Gobierno) interseccionan y se complementan.
De momento, el Ejecutivo afirma en privado, siempre off the record, que los indultos son una patada adelante destinada a desinflamar al independentismo y que no habrá en el futuro referéndums de autodeterminación pactados ni recuperación de los apartados del Estatuto anulados por el Tribunal Constitucional en 2010.
Está por ver cómo resisten esos propósitos la desnutrición en escaños de Pedro Sánchez, el presidente parlamentariamente más escuálido de la democracia.
Sobrevalora Sánchez, además, su habilidad para engatusar a sus socios e infravalora la del nacionalismo, esa bomba nuclear sucia de la política. Porque el catalanismo no ha sabido jamás leer a la Nación española, y de ahí sus constantes derrotas históricas, pero siempre ha leído a la perfección a los diferentes Gobiernos españoles, y de ahí que haya logrado llegar vivo a 2021 cuando no debería haber sobrevivido a 1886.
Sánchez ha anunciado los indultos después de una reunión del Consejo de Ministros de cuatro horas. Lo ha hecho con una comparecencia por plasma y sin preguntas de la prensa. Sin debatirlo con su partido, con la oposición o en el Congreso de los Diputados. Con el Tribunal Supremo en contra y con el único apoyo del nacionalismo, de Podemos y del empresariado y la Iglesia catalana (porque el de Garamendi y el IBEX es circunstancial y se debe sólo a la futura llegada de los fondos europeos).
La decisión, en resumen, es de Sánchez y sólo de él. También lo es la paternidad de la Cataluña que salga de aquí, como de Zapatero, de Maragall y de Montilla es la paternidad de la Cataluña sórdida que surgió del Estatut de 2006. «Dentro de diez años España será más fuerte, Cataluña estará mejor integrada en España y usted y yo lo viviremos» dijo por aquel entonces Zapatero al director de EL ESPAÑOL. A la vista está la precisión cuántica de su predicción.
Es el mismo tipo de fe en el vacío que esgrime el PSOE de hoy. «Estamos convencidos de que no lo volverán a hacer» ha dicho el Gobierno. Y en esa credulidad no basada en precedente político, social o histórico alguno se esconde el futuro de Pedro Sánchez y el del propio PSOE. No debe de ser muy sólida esa fe cuando los informes con los que el Gobierno justifica los indultos acusan al PP de un supuesto «bloqueo del diálogo» que habría conducido al golpe de Estado de 2017.
Al menos de algo podemos estar seguros. Si los indultos salen bien, el mérito será del PSOE. Si salen mal, será culpa del PP, que hoy se opone a ellos. Si la culpa del golpe de 2017 fue de los populares, suya será también la culpa de que los nacionalistas vuelvan a intentarlo. La lógica es aplastante.
El PSOE, en fin, se limita a limpiar lo que el PP ensucia. Y quien dice limpiar dice reinventar la historia para que las víctimas aparezcan como agresores y los agresores, como víctimas. El procés siempre fue una rebelión de los señoritos contra su servicio doméstico y el PSOE tiene perfectamente identificado al agresor: es el que lleva cofia y le sirve en castellano la butifarra con mongetes al señorito.
Pero podemos estar tranquilos. El catalanismo no lo volverá a hacer. Mejor dicho, no lo volverá a hacer igual. Que es, literalmente, lo que ha dicho Joaquim Forn, uno de los nueve presos liberados del procés. Que van a hacer lo mismo, pero un poco diferente.
«Los presos salen con la voluntad reforzada de construir la república catalana» ha dicho, por su lado, el presidente regional Pere Aragonès. «Es un reconocimiento de que las condenas fueron injustas» ha añadido luego.
Sólo un ejemplo más. Ayer, una hiperventilada de ERC confundió el Congreso de los Diputados con un mercado de merluzas y llamó «fascista» a berridos a Macarena Olona.
Es la concordia generada por los indultos, que todo lo impregna ya con ese inconfundible aroma a purines que tan poco echa uno de menos cuando huye de Cataluña para instalarse en Cádiz, en Madrid o en cualquier otro rincón de la España libre de los efluvios del nacionalismo (recordemos a Quim Torra amenazando con dar rienda suelta a sus dos flatulencias, la intestinal y la intelectual, durante su juicio por desobediencia en el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña).
Llegado el día de los indultos (el día en que Sánchez ha atravesado las Termópilas, como ha dicho un muy culto periodista de La Vanguardia que ha confundido a Julio César con Jerjes I y el Rubicón con las Termópilas), el PSOE ha sido incapaz de esgrimir un solo argumento a favor del perdón que no insultara la inteligencia, la memoria o el sentido de la Justicia de los españoles.
Sánchez y el PSOE son ahora uno con el nacionalismo catalán. PP y PSOE habían pactado antes con el nacionalismo e incluso llegado a acuerdos claramente lesivos para la igualdad de todos los españoles. Pero nunca como hasta ahora uno de esos dos partidos había puesto su pecho a distancia de cuchillo de los nacionalistas. Veremos qué fe puede más. Si la del PSOE en la bondad del nacionalismo o la de este en su nación imaginaria.
Hoy empieza la segunda fase del procés.