Incluso en la etapa de eterna indecisión de Olaf Scholz, la invasión rusa de Ucrania alumbró el acuerdo de estacionar de forma permanente 5.000 efectivos y 2.000 vehículos alemanes en Lituania. El primer despliegue exterior indefinido de su historia sitúa a Alemania en primera línea del sistema defensivo de la OTAN, donde asume la protección de uno de los flancos más expuestos frente al expansionismo del Kremlin: los Estados bálticos y Polonia. El recién estrenado Friedrich Merz no tiene la certeza de que Estados Unidos vaya a retirar tropas de Europa, pero parece decidido a asumir el papel que corresponde al país más poblado y con mayor peso económico de la Unión. Además de lanzar mensajes de ánimo -«debemos ser capaces de defendernos para no tener que hacerlo»-, Berlín llevará a cabo una multimillonaria inversión en infraestructuras y seguridad que debe ayudar a relanzar su decaída economía y a modernizar y ampliar su ejército. Para mantener el cada vez más débil vínculo con Donald Trump, el Gobierno germano se apresura a comprometer un 5% del PIB para defensa. Una vía idónea también para resucitar un eje francoalemán vital para el conjunto de la UE.