Uno de ellos mantuvo que todos los políticos secesionistas que apoyaron el pseudo referéndum del 1-O y, posteriormente, la DUI del 27-O, deberían estar en la cárcel, porque el golpe de Estado que protagonizaron –según el empresario alemán– nos retrotrae a la Edad Media y es algo que no ha surgido de un día para otro, sino que desde hace 30 años se ha estado aturdiendo a los catalanes con las bondades que falsamente se lograrían con la independencia. Otra empresaria reprochó a Torrent que el presidente de un Parlamento plural y democrático, que representa por igual a todos los diputados, no puede llevar en su solapa el llaç groc, que sólo comparte un número concreto de parlamentarios. Un presidente sectario no puede presidir un Parlamento en una democracia y con más razón si lleva un distintivo que incita al delito. Porque hay que decirlo claramente: el lazo amarillo no significa «la solidaridad con los presos políticos», por la sencilla razón de que en España, desde hace 40 años, no hay más presos que los que infringen la ley con actos realizados, pero no con meras ideas. Situación que afecta a muchos separatistas, entre ellos al entrenador de fútbol, Pep Guardiola, que está diciendo simplezas y luciendo y repartiendo llaços grocs entre los aficionados del Manchester City.
Aquí no hay subterfugios: el lazo amarillo que las personas de tendencia separatista exhiben en su pecho, lo que significa son dos cosas: una, que quien lo lleva apoya el golpe de Estado por el que unos cuantos están en la cárcel y otros han huido de la Justicia; y dos, que desconocen lo que dice el artículo 18 del Código Penal: «La provocación existe cuando directamente se incita por medio de la imprenta, la radiodifusión o cualquier otro medio de eficacia semejante, que facilite la publicidad, o ante una concurrencia de personas, a la perpetración de un delito». Pues bien, nos hallamos ante uno de esos casos en que, como diagnosticó Eugenio D’Ors, la anécdota hay que reconvertirla en categoría, porque es posible que detrás del hecho más insignificante –y éste no lo es– haya algo transcendental.
Podemos deducir de este incidente tres conclusiones. En primer lugar, que todo lo que dijeron los empresarios alemanes en el coloquio es rigurosamente cierto, advirtiendo de que si las cosas siguen así y los nacionalistas continúan violando la Constitución se irán de Cataluña, porque no se puede realizar una actividad empresarial si no existe una seguridad jurídica y, en cambio, se infringe continuamente la ley. En segundo lugar, los nacionalistas catalanes, y también algún mendrugo acompañante, han censurado a los empresarios por criticar a representantes elegidos por el pueblo, es decir, por meterse en camisas de once varas. Con ello desconocen que España forma parte de Europa y que construir la identidad europea significa superar la identidad nacional y no digamos la paleta o nacionalista. Los alemanes residentes en España tienen pleno derecho a enjuiciar la política española y catalana. De ahí, se desprende que los movimientos separatistas que pretenden deshacer los Estados existentes en nombre de imaginadas identidades nacionalistas son antieuropeos aunque proclamen lo contrario.
Pero aún hay más. Si los empresarios alemanes han dicho lo que piensan es porque la Ley Fundamental de Bonn, que rige una auténtica democracia europea, les confirma unas realidades evidentes. El artículo 5.1 les reconoce el derecho a expresar libremente su opinión; el artículo 9.2 les advierte de que quedan prohibidas las asociaciones cuyos fines o cuya actividad sean contrarios al orden constitucional o al entendimiento entre los pueblos; el artículo 21.2 les señala que son inconstitucionales los partidos que pongan en peligro la existencia del régimen vigente; el artículo 31 les indica que el derecho federal prima sobre el derecho de los Estados miembros; y, para no insistir más, el artículo 37, del que es copia nuestro 155, les recuerda que la «coerción federal» existe para que un Estado miembro cumpla con las obligaciones que le exige la Constitución. En cuentas hechas: si los empresarios alemanes han pecado de algo no ha sido más que de cierta ingenuidad; pensaban que en Cataluña existía una auténtica democracia, porque la prueba irrefutable de que la hay es poder decir que el Rey está desnudo, cuando está desnudo.