Antonio Casado-ElConfidencial
- Las obras completas del ex número dos del Gobierno y del PSOE inundan el quiosco leído, hablado y televisado
Si querían quitar a Alfonso Guerra de la foto por su declarado antisanchismo, alguien ha hecho un pan de obleas. Las obras completas del que fuera poderoso vicepresidente del Gobierno y vicesecretario general del PSOE, inundan el quiosco hablado, leído y televisado. Inacabable repertorio de ocurrencias verbales, famosas por su mordacidad que vuelven casi 32 años después de su caída en desgracia, a raíz del caso Juan Guerra, su hermano.
El cese como vicepresidente apareció en el BOE del 15 de enero de 1991. Y, aunque continuó como número dos del partido, las cosas ya no volverían a ser igual. A partir de entonces sus frases dejaron de celebrarse, como tampoco se celebran ahora. Bueno, sí, las celebramos quienes solemos denunciar los ataques al Estado por parte de los amigos políticos del Gobierno, a los que Guerra califica como «salteadores de la nación». Amén de las que dedica a Pedro Sánchez y a «este partido, que ya es otro partido y yo echo de menos el anterior».
Nunca una ausencia se hizo tan presente en la memoria mediática, política y editorial del 40 aniversario de la barrida socialista (28 octubre 1982). Y nunca el esfuerzo por invisibilizar a alguien se hizo tan visible como la exclusión de Alfonso Guerra de la conmemoración de los avances asociados al primer reinado socialista (1982-1996) tras la muerte de Franco.
La invitación de última hora para que el ex número dos de Felipe González asistiera al mitin del sábado en Sevilla, protagonizado por González, Pedro Sánchez y la ministra María Jesús Montero, ya no podía remediar la desatenta mirada del sanchismo a una figura clave en el trazado de las tres grandes vías de entrada de España en la modernidad. Una, el saneamiento económico. Dos, el asentamiento de las nuevas instituciones. Y tres, la reinserción internacional de una España hasta entonces marginada.
El trazado de aquellas hojas de ruta hubiera sido imposible sin la complicidad personal, política, ideológica y, sobre todo, táctica de estos dos actores decisivos en el relato de lo ocurrido entonces. En todo caso, hubiera sido muy distinto a como el PSOE aplicó sus iniciativas a la realidad de aquella España expuesta al vértigo de una transición todavía incierta (las tentaciones golpistas no habían desaparecido del todo).
A Guerra le gustaba mandar, pero que no se notara. Eso decía, que en el Consejo de Ministros estaba de «oyente» porque lo suyo no era el «puente de mando», sino «la cocina». O sea, elaborar los platos que luego González presentaba en sociedad. Ese fue el consenso básico de la pareja, desde que se conocieron en 1962. O sea, mucho antes de las dos fotos fundacionales. Una, la de la «tortilla» (Puebla del Río, 1974), que en realidad no era tortilla sino paté de las Landas, donde dormitaba el PSOE histórico. Y otra, la del Palace (octubre, 1982), donde Guerra aparece levantando el brazo de Felipe, a modo de cetro.
El relato de lo acontecido en los años del esplendor necesitó rastrear las diferencias entre ambos. Y eso dio lugar al guerrismo y al felipismo, que venían a ser dos formas de ejercer el poder desde arriba. Supuestamente moderada la de Felipe, supuestamente radical la de Alfonso, pero ya habían pasado cosas suficientes (pactos de la Moncloa, aceptación de la monarquía, adiós al marxismo, reconversión industrial, entrada en la CEE, referéndum de la OTAN, el Gal…), como para sostener que en realidad el felipismo siempre fue el rostro institucional del guerrismo. Y el pragmatismo siempre fue el pentagrama compartido. Recuérdese el «gato negro, gato blanco, el caso es que cace ratones» de Felipe. O el «yo soy partidario de seguir en la OTAN, pero con mi voto en contra», de Alfonso.
La prueba es que cuando Guerra perdió el ropaje institucional con su salida del Gobierno, se vio que el guerrismo no tenía vida propia. El personaje pasó al ostracismo (diputado de base hasta 2015), pero el relato de su vida política siguió alojado en la obra del número uno, Felipe González. Y es seguro que comparte al cien por cien lo que este dijo el sábado ante Pedro Sánchez: «El que no sabe de dónde viene tampoco sabe a dónde va».