ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 02/05/15
· Unas preguntas para arrancar. ¿Cuál es la lengua suiza? ¿Y la italiana? ¿Cuál es la lengua canadiense? ¿Y la alemana? ¿Y la belga? ¿Cuál es la lengua española? Desde hace meses un grupo de personas opuestas al secesionismo catalán, pero no necesariamente opuestas al nacionalismo, que forman parte en su mayoría del colectivo Sociedad Civil Catalana, tratan de que la respuesta a la pregunta de cuál es la lengua española sea tan problemática como la respuesta a cuál es la lengua suiza. El grupo, en el que destaca la filóloga Mercè Vilarrubias, pretende que una ley de lenguas sitúe en el mismo rango de oficialidad el castellano, el catalán, el gallego y el vasco.
En el mapa de los nacionalismos el caso español es relativamente particular. A diferencia de lo que sucede en Bélgica, en Canadá, en Suiza, de lo que sucedía en la antigua Yugoslavia y de lo que por desgracia no sucede en Europa, una lengua común, una koiné propia, por así decirlo, opera con eficacia en todo el territorio. Tanto por sus tensiones nacionalistas como por la existencia de la koiné inglesa, solo el caso británico es comparable. Trasladada a Gran Bretaña (donde, por cierto, no existe el concepto de lengua oficial), la propuesta de Vilarrubias, explicitada por última vez en el artículo del diario El País del 24 de abril, supondría que en el parlamento del Reino Unido se hablara galés o que en la rotulación de los edificios oficiales, en la radiotelevisión pública y en las ceremonias estatales se introdujera esa lengua. Y así pretende hacer la filóloga con las cuatro lenguas cuatro que se hablan en España.
Hay dos maneras de tomarse la propuesta lingüística que, según Vilarrubias, impulsan «sectores reformistas» de Cataluña. Una, como un mero enjuage tercerista que añada más bullshit al aciago discurso público español sobre la cuestión. Es sospechoso comprobar, en este sentido, que ni nuestra filóloga ni sus acompañantes hayan hablado aún del lugar en que quedaría la inmersión lingüística catalana después de promulgada la ley de lenguas. España es el único lugar del planeta donde algunos padres no pueden educar a sus hijos en la lengua oficial del Estado. ¿No te parece, querido amigo, que sería de gran interés saber en qué medida el paso de una a cuatro lenguas modificaría esa cuestión trascendental? ¿Y por qué me recordará la filóloga and friends a esos acérrimos federalistas que jamás responden a la pregunta inicial y obligatoria de qué haría su federalismo con los privilegios vasco-navarros? La segunda manera es tomársela en serio. Dar por hecho que la propuesta no responde a la palabrería general y que la nueva ley supondría una reforma en profundidad del sistema lingüístico del Estado. Para resumírtelo: esa ley permitiría que un hablante del vasco no tuviera que renunciar a su idioma en ningún trato con la España oficial. Desde la Guardia Civil hasta la megafonía de Renfe (¡santo cielo!), pasando por juzgados, televisiones, Congreso y oficinas de Hacienda o cuarteles. De las escuelas ya he hablado unas líneas más arriba. Todo lo que no sea eso, insisto, es charanga y pandereta, completamente impropia de personas respetables.
La reforma implicaría una murga inenarrable y fatídica. Pero yendo a lo contable, implicaría una inversión espectacular. No me pregunto de dónde van a sacar el dinero: ya se entiende que de mi bolsillo. Lo que me pregunto, sobre todo, es cómo justificarían una inversión de esa naturaleza en la España del déficit, la desigualdad y la deuda. No dudo que la ley supondría un plan E específico para traductores, pedagogos, cartelistas y carteristas; pero me temo que no se trata del tipo de plan de empleo que los millones de parados españoles necesitan.
Sin embargo, más que inmoralidad detecto ahí falta de aritmética. La inmoralidad está en otro punto. Los promotores de la ley se muestran en apariencia contrarios al nacionalismo. A algunos de ellos los conozco y aseguraría que su actitud ante el nacionalismo es sincera. El principal de sus reproches es que el nacionalismo ha monopolizado el espacio público. Eso es lo que quieren decir, cuando dicen y decimos, que el nacionalismo es algo más que una ideología. El espacio lingüístico español es una metáfora perfecta de la característica principal del espacio público: no es que al espacio púbico deba acudir cada cual con su ética, sino que cada uno acude allí con la ética común.
Alguien podrá lamentarse de que esa ética no sea catalana, vasca o gallega. Y será un lamento tan legítimo como imposible de satisfacer. Pero la alternativa a la koiné castellana no es la koiné vasca, gallega o catalana: es la desaparición de la koiné. Una lengua suele ser un desgraciado factor de diversidad. Nada que celebrar. Es sorprendente que presuntos antinacionalistas atenten contra el raro ejemplo de unidad que ofrece la lengua española, que es la única lengua española, por cierto. En su propuesta hay una radical incomprensión de lo público, por otra razón. Lo público es neutral y ejemplar. Un modelo a seguir. Así pues, lo que en el fondo pretenden los promotores de la propuesta, hayan pensado en ello o no, es que se reproduzca esa cooficialidad en el conjunto social. La cooficialidad de fronteras. Lo que tan bien retrata aquella patética imagen de un dirigente nacionalista vasco y otro catalán (¡cuyos nombres no consigo recordar!) hablando durante la república con la asistencia de un intérprete.
Last but. La concesión profunda al nacionalismo que supone la propuesta. Su adhesión. Varios de sus promotores reconocen y ensalzan su valor simbólico y eso implica compartir con el nacionalismo que una lengua es algo más que un instrumento de comunicación. La letal plusvalía. Frente al mito, la radical y serena indiferencia de Albert Boadella en Gente que vive fuera: «Algo hay que hablar.» En efecto, algo hay que hablar. Y da lo mismo lo que concretamente se hable. De ahí que la proliferación de lenguas atente contra la función del lenguaje, que es posibilitar la comunicación humana. Y de ahí que sea obligación moral de los hombres trabajar para que el número de lenguas disminuya y abstenerse de someter ninguna de ellas a carísimos tratamientos en la sala de reanimación artificial.
ARCADI ESPADA, EL MUNDO – 02/05/15