J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 26/8/12
El mayor activo del Gobierno de López es también su mayor carencia: no ha sido capaz de efectuar una propuesta política propia y diferenciada de la nacionalista
El Gobierno de los socialistas en Euskadi dice adiós. Es tiempo de hacer balance de su recorrido. Muchos y bien fundados han aparecido ya en estas páginas, así que no intentaré añadir el mío propio. Intentaré, desde otro ángulo de análisis, defender una conclusión que se deriva sí de su experiencia concreta como gobierno, aunque en realidad se integra en un proceso mucho más largo y profundo.
Para enunciar esta opinión desde el principio podemos arrancar de una de las frases que más se han pronunciado estos días. Esa que dice que el Gobierno socialista con el apoyo externo de los populares ha demostrado que también los no nacionalistas pueden perfectamente gobernar el País Vasco, que el Gobierno de nuestra autonomía no es exclusiva de los nacionalistas. Cierto, sin duda, pero creo que habría que añadir una segunda sentencia: ese mismo Gobierno de los socialistas con apoyo popular ha confirmado inapelablemente que los no nacionalistas no poseen una propuesta política propia que llevar al Gobierno, sino que su horizonte máximo se limita a efectuar una gestión con ‘tempo moderato’ de la política nacionalista de construcción nacional. En el terreno educativo, lingüístico, cultural, económico y simbólico, los partidos no nacionalistas carecen de alternativa para las políticas implantadas y profundizadas desde hace decenios en Euskadi, orientadas a la construcción de una sociedad separada del resto de España. En este sentido, puede afirmarse que el no nacionalismo es una masa inerte en la política vasca: es una realidad vivaz social e intelectualmente, pero carece de cualquier traducción proactiva a la política real que no sea la de actuar como moderador del ‘tempo allegro o vivace’ de la música orquestal que dice: construcción nacional ahora, independencia al final. Por eso precisamente el mayor activo del Gobierno de López (haber traído un estilo de gobierno pragmático y aburrido –posheroico– muy lejano de la tensión y exaltación de Ibarretxe) es también su mayor carencia: no ha sido capaz de efectuar una propuesta política propia y diferenciada de la nacionalista. Y ello no se debe, este es el punto relevante, a un defecto del propio Patxi López o una falta de valor por su parte, sino a algo más estructural: a que no existe esa propuesta política, igual que no existe el actor político capaz de imaginarla, proponerla y extenderla.
Dicho de otra forma: en el plano político, el nacionalismo vasco no tiene alternativa. Sólo tiene variantes: la incrementalista, la insurreccional, la rupturista, la conciliadora, etc. Pero carece de alternativa, entendiendo por alternativa una propuesta que impugne de raíz la visión nacionalista del futuro obligado de la sociedad vasca y defienda uno distinto. Tal cosa no existe y es conveniente que se acepte con objetividad. Otra cosa es la música con que periódicamente los partidos no nacionalistas adoban su actuación, una música antiesencialista, antiidentitaria y liberal, que no les impide a la hora de la verdad, la hora de gobernar, hacer lo mismo que los nacionalistas pero más despacio. Los partidos vascos no nacionalistas han interiorizado desde hace tiempo su derrota total en una batalla que, por cierto, nunca han dado.
La situación política vasca tiende por ello a asimilarse a la catalana, a pesar de las notables diferencias que existen entre ambas sociedades. Y me explico. A diferencia de lo que sucede en Cataluña, donde las masas de trabajadores de origen inmigrante son culturalmente inertes, de manera que la cultura catalana está dominada por el nacionalismo de una manera agobiante, en el País Vasco existe (incluso es intelectualmente superior) un pensamiento fuertemente crítico con los presupuestos nacionalistas. El nacionalismo vasco es intelectualmente pobrísimo y ni siquiera intenta pelear seriamente en el campo de las ideas, donde tiene asumida su carencia de capacidad de convicción. Por otra parte, en la sociedad vasca actual sigue existiendo un amplio porcentaje de ciudadanos tan autóctonos como los nacionalistas que rechazan la visión nacionalista de la historia y de la realidad española. En ambas cosas, Euskadi y Cataluña son profundamente diversas.
Otra cosa sucede en el nivel de actuación política práctica y de opinión mediática: en ese nivel, el que gestionan las élites políticas partidistas, tanto en Cataluña como entre nosotros no actúa más propuesta que la nacionalista, la de ‘construir país’ desde unos presupuestos propios y diversos del resto de España, una construcción sociocultural que llevaría indefectiblemente en el futuro a ‘construir Estado’. Primero el ‘nation building después el ‘state building’. Pues bien, las élites políticas vascas no nacionalistas, que sí son capaces de rechazar la segunda parte, no tienen propuesta alguna de recambio para la primera, con lo que se garantizan su inanidad política salvo como compañeros de viaje: arrastrados pero compañeros. Igual que en Cataluña, aunque allí sea más difícil decir si van arrastrados o jubilosos.
Los socialistas fingen creer que el proceso político de construcción nacional nacionalista puede hacerse descarrilar introduciendo en el escenario el paradigma de la distribución conflictiva, es decir, con su discurso sobre el Estado de bienestar. Se engañan a sí mismos e, incluso, refuerzan aún más la fuerza del proceso separador al utilizar tan bobamente las imágenes de ‘Madrid mala y en declive’/‘Euskadi justa y próspera’. La alternativa a una propuesta de construcción nacional de signo nacionalista sólo puede plantearse desde la crítica inmisericorde a sus propios fundamentos ideológicos y la ‘invención’ de otra distinta en ese mismo plano. Mientras que los populares reducen su oposición al mensaje «¡temblad, que viene la independencia!», un mensaje reactivo y sobrepasado, pues la independencia no asusta ya a nadie por estos pagos. Me gustaría poder concluir de otra forma, pero la realidad se impone: el futuro político es del nacionalismo, la discusión sólo versa sobre su ‘tempo’.
J. M. Ruiz Soroa, EL CORREO, 26/8/12