Félix de Azúa-The Objetive
- «Si por fin vamos limpiando la historia española de su sectarismo cuasi islámico, quizás podamos tener una ciudadanía educada a la manera europea»
Despacito, pero sin pausa, se va produciendo el deshielo de la historia académica en España. Hemos vivido congelados en la versión sectaria (a veces de calidad, tipo Paul Preston para entendernos) durante los últimos treinta años, pero están apareciendo historiadores que buscan desentumecer el topicazo y la españolada.
Un principio espectacular fue el de la imprescindible Elvira Roca Barea cuyo Imperiofobia tiene ya seis años y seguramente treinta ediciones, con gran indignación de la izquierda reaccionaria. Allí se iniciaba una destrucción sistemática de esa leyenda negra que tanto le gusta a nuestra progresía. Fue un impacto de gran consecuencia, pero le han seguido un buen número de reformistas que están limpiando a la contrarreforma de su caspa. Es un movimiento similar al del célebre Las armas y las letras, de Andrés Trapiello, que logró poner al día la historia de la literatura española, contra los popes universitarios que habían capitalizado la tradición durante los últimos cincuenta años a base de ensalzar una y otra vez toda la mediocridad que coincidía con los intereses del Partido. Y también otra pionera, Carmen Iglesias, cuyo No siempre lo peor es cierto (Galaxia Gutenberg) ya lo dice todo en su título, una peculiar historia de España en la que se combate la caricatura.
Hace pocos días, los últimos en añadirse a la renovación histórica son un fantástico Fernando Cervantes (Conquistadores, Turner) que no sólo hace por fin comprensible el descubrimiento y la colonización del continente americano, sino que además escribe con verdadero talento. Se lee como una novela, y aunque no oculta los desmanes y barbaridades de los conquistadores, los pone en su contexto, lo que permite entenderlos. No fue un furor destructivo meramente histérico, codicioso y racial, sino un comportamiento guerrero dentro de las coordenadas sociales de su momento. Sin duda, como argumenta Cervantes, los jefes colonizadores creían estar luchando aún en la guerra de Granada, la última cruzada contra los paganos. Es cierto que hubo aventureros ávidos y crueles, pero sin comparación con los bárbaros que arrasaron América del Norte o los belgas que masacraron el Congo, por citar dos casos de genocidio colonizador entre muchos otros. Eso sí, la leyenda negra no es ni americana ni belga, es sólo española.
Y el último que ha llegado a mis manos es aún más explícito: El canon español, de Jon Juaristi y Juan Ignacio Alonso (La esfera de los libros), responde a la célebre pregunta, «¿qué ha aportado España a occidente?». Y este es el subtítulo: «El legado de la cultura española a la civilización». Bueno, pues son treinta y nueve breves biografías o glosas que tratan asuntos tan imprescindibles como el arte prehistórico y personajes como Servet o Goya. Ambos autores se han repartido los capítulos, pero los dos escriben con elegancia y rigor. Un muy buen manual para dárselo a los profesores y que lo divulguen en las escuelas, por ejemplo.
Si por fin vamos limpiando la historia española de su sectarismo cuasi islámico, quizás podamos, en un par de generaciones, tener una ciudadanía educada a la manera europea.