El PNV sigue sin aceptar el Pacto por las libertades y contra el terrorismo, ni la Ley de partidos políticos, ni la ilegalización de Batasuna en todos sus ropajes; pero quiere apuntarse a los cambios –supuestos más que reales todavía– de la izquierda nacionalista radical, que no se explican sin esas medidads que rechaza y critica radicalmente.
VIVIENDO en una sociedad en la que para muchos el valor supremo es el de la inmutabilidad de las opiniones en el tiempo -yo, o nosotros, nunca hemos cambiado, siempre hemos dicho y hemos defendido lo mismo-, viviendo en una sociedad marcada por la pervivencia de un problema dramático y mortal, el terrorismo, y por la convicción de que poco o nada se puede hacer contra él -ni Franco pudo con ETA, si se detiene a un comando se le sustituye por otro inmediatamente-, pensar que algo puede estar cambiando suena casi a milagro. Y sin embargo, las cosas pueden cambiar y probablemente están cambiando.
La asunción con toda normalidad del relevo de gobierno tras treinta años de nacionalismo implica que la sociedad vasca es capaz de adecuarse. El mismo cambio de gobierno no es un suceso aislado: debe ser leído en el contexto del cambio producido en la lucha contra ETA a partir del Pacto por las libertades, a partir de la Ley de partidos políticos, de la ilegalización de Batasuna, de la creciente visibilidad de las víctimas del terrorismo y del reconocimiento por parte de las instituciones vascas de que no hay futuro para la sociedad vasca si no apoya en todos los sentidos a las víctimas.
La alternativa a la que se ha obligado a ETA: o juego político, o fuera del sistema, pero no las dos cosas a la vez, el horizonte de que pueden existir mayorías constitucionalistas, la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, el cerco policial a ETA desde que el Estado ha decidido actuar con todos los medios legítimos contra ella, todo eso está creando una situación que está provocando cambios, y que puede producir aún más transformaciones.
Nadie está en condiciones de predecir lo que los cambios van a traer consigo, en qué dirección se van a materializar. Pero todo apunta a que algo serio puede variar, y en no demasiado tiempo, en la política y en la sociedad vascas. Nada está predeterminado, ni siquiera el momento preciso en el que se podrá decir: llegó el cambio en profundidad que signifique haber cerrado una trágica etapa de la historia vasca. Pero es preciso estar preparados para lo que viene.
Lo que más se escucha ahora es que en el mundo de la izquierda nacionalista radical se está produciendo una reflexión que apunta a algún cambio en sus posiciones. Pero a pesar de que tratan de vender esa reflexión como el advenimiento de algo radicalmente nuevo, lo cierto es que, por lo que se conoce en los textos, ese cambio no va más allá de un ajuste táctico provocado por la ilegalización de Batasuna: para poder volver a las instituciones es necesario que ETA se aparte; la lucha armada ahora no es conveniente, y sin embargo el momento actual es el fruto de esa larga lucha, por lo que se le pide a la banda que deje el camino libre a la política para poder recoger los frutos por medio del polo soberanista.
La impresión general es que, aun antes de que esa reflexión llegue a su término (si es que no ha llegado ya por haberlo cerrado ETA), el polo soberanista nace muerto, pues tanto Aralar como el PNV se muestran muy reacios a él. Como han afirmado con frecuencia quienes defienden las posturas del mundo radical, la división que existe en Euskadi no es la división entre nacionalistas y constitucionalistas -unionistas les llaman-, sino entre nacionalistas, autonomistas y unionistas. Y si se ahondara un poco, aparecería que las divisiones en Euskadi son mucho más amplias y complicadas. Al menos lo suficiente como para no hablar de un mundo nacionalista coherente, homogéneo y unitario. Nada más lejos de la realidad.
Pero probablemente donde más rápidamente y con más profundidad se están moviendo las cosas es en el mundo de los presos de ETA. La organización les arrebata, como lo ha hecho siempre, cualquier horizonte de esperanza de que el día de la liberación está cerca. Ya ni siquiera puede transmitir estar en condiciones de forzar una negociación, y así acercar la salida de los presos.
Si hasta hace algunos meses sólo eran contadas las voces de presos de ETA que hablaban con claridad de la inutilidad de la violencia terrorista, cada vez son más los reclusos que marcan distancias con la organización, los que se benefician del acercamiento y los que, acogiéndose a los beneficios que ETA les había obligado a rechazar, pueden incluso optar a fines de semana en libertad. Todo apunta a que es en el mundo de los presos en el que los cambios producidos en la sociedad y en la política vascas van a derivar en cambios profundos y rápidos. No ha caído en vano el mito de la imbatibilidad de ETA. No se ha producido en vano la visibilización de las víctimas, y con ello la visibilidad de los verdugos en cuanto tales. No ha sido en balde que ETA/Batasuna ya no puedan actuar en las institucionaes. No está exento de significado el que la mayoría del Parlamento sea nueva, y no nacionalista, y que el Gobierno vasco esté en manos de constitucionalistas… y la vida siga con toda normalidad. Todo ello estrecha el horizonte de esperanza de los presos, retrasa, de seguir con la misma postura de siempre, el día en el que puedan salir a la calle. Todo ello hace que la presión psicológica sea cada vez mayor en cada uno de los presos, y que cada vez sea más difícil mantener la presión grupal. Y todo ello les hace ver que su salida está cada vez más condicionada al respeto de lo que reclaman, ya sin complejos, las víctimas: memoria, justicia y dignidad, petición de perdón por el daño causado, y condena sin tapujos de la violencia.
Ha sido difícil en Euskadi creer en la posibilidad del cambio, de los cambios. Los nacionalistas siguen encerrados en sus posiciones de siempre: planteando un nuevo pacto con el Estado, un pacto de igual a igual, un pacto que reconozca el derecho de autodeterminación, o fórmula parecida, del pueblo vasco. Es decir: siguen anclados en las formulaciones del nacionalismo de Ibarretxe. Pero peor aún es que se crean con el derecho a criticar quienes no ven los cambios en la izquierda nacionalista radical. Y esto es peor, porque si existen y un día abocan a algo más que a una petición de retirada táctica de ETA para que Otegi y compañía puedan volver a las instituciones, ello se debe a la política antiterrorista que el PNV y su portavoz parlamentario se empeñan en seguir criticando con la misma fuerza de siempre.
El PNV sigue sin aceptar el Pacto por las libertades y contra el terrorismo, sigue sin aceptar la Ley de partidos políticos, sigue sin aceptar la ilegalización de Batasuna en todos sus ropajes, pero quiere apuntarse a los cambios -supuestos más que reales todavía- de la izquierda nacionalista radical, que no se explican sin esas medidads que rechaza y critica radicalmente.
Algún día quizá al PNV le sucederá lo que le está sucediendo a ETA y su entorno: puede perder el último vagón, porque el tiempo transcurre, las cosas cambian y los trenes pasan. Pero si ese día llega, entonces sí que podrá decirse que las cosas han cambiado radicalmente en Euskadi. Y la sociedad vasca estará de enhorabuena.
Joseba Arregi, EL MUNDO, 25/1/2010