Gabriel Sanz-Vozpópuli

  • La imagen de una Vuelta Ciclista cancelada a golpes y la entrega clandestina de trofeos en un garaje representa el ‘canario en la mina’ de nuestra degradación

Permítanme comenzar con un ejercicio de sociología barata, nada científica, pero inapelable en su lógica: los españoles de toda ideología y condición llevamos un año contemplando espantados en las televisiones y en las redes sociales las horribles imágenes de decenas de miles de civiles palestinos, incluídos niños, asesinados con sus caras famélicas, víctimas de la hambruna inhumana que provoca ese Benjamín Netanyahu convencido de que el atentado de Hamas el 7 de octubre de 2024 le da patente de corso para hacer lo que le dé la gana en Gaza sin atenerse al Derecho Internacional y practicando crímenes de Guerra flagrantes.

Y casi todos, por no decir todos, estamos de acuerdo íntimamente con esa Úrsula Von der Leyen que acaba de suspender el Acuerdo de Asociación Unión Europea-Israel hasta que acabe la agresión injustificada e injustificable contra un pueblo indefenso con el pretexto de aniquilar el terrorismo de Hamas. Eso, cancelar aunque sea parcialmente 45.000 millones de euros en intercambio comercial anual entre el Estado Hebreo y los 27 Estados europeos, esa sí que es una razón poderosísima para que Netanyahu y los matarifes ortodoxos que le apoyan se lo piensen dos veces, no nuestros desahogos dominicales a la hora del vermú; que si, que está muy bien y es legítimo dejar claro No en mi nombre, pero también no dejarse manipular interesadamente. Porque el enésimo espectáculo de división cainita que acabamos de ofrecer al mundo a cuenta de la Vuelta Ciclista no tiene como motivo -o no solo- el sufrimiento palestino; ese es sólo el envoltorio, la coartada, una excusa como éste verano fueron los incendios o el racismo en Torre Pacheco (Murcia). Un nuevo duelo a garrotazos goyesco que dan al mundo nuestros políticos, particularmente nuestro presidente del Gobierno, tan activo en la defensa la causa palestina como olvidadizo de sus responsabilidades coloniales con esos saharauis cuya soberanía ha entregado a Marruecos sin despeinarse.

¿Qué culpa respecto a la hambruna de los niños palestinos tienen el ganador de la Vuelta, el danés Vinegaard, o ese Javier Romo que tuvo que abandonar dolorido la carrera dos etapas después de que un energúmeno irrumpiera en la calzada al paso del pelotón y le tirara?

Que nadie intente confundirnos: La imagen de un torneo deportivo de talla internacional cancelado a golpes y botellazos, con ciclistas por el suelo en algunas de sus etapas, y la posterior entrega casi clandestina de trofeos en un garaje representa el canario en la mina que debería servirnos de aviso sobre nuestra degradación como sociedad y como país; muy al contrario de lo que sostiene este Gobierno, que confía en la creencia de que alguna otra cancillería en Europa le va a seguir su deriva enloquecida, lo ocurrido dice muy poco de nuestro buen corazón y mucho sobre la mala salud de nuestro proyecto de vida en común. ¿Qué culpa respecto a la hambruna de los niños palestinos tienen el ganador de la Vuelta, el danés Vinegaard, o ese Javier Romo que tuvo que abandonar dolorido la carrera dos etapas después de que un energúmeno irrumpiera en la calzada al paso del pelotón y le tirara? ¿Arrojar chinchetas al paso de ciclistas a gran velocidad, y poner en peligro sus vidas, puede considerarse protesta «pacífica» o barbarie de la peor laya y condición?

Sigo con las preguntas incómodas: ¿Se imagina alguien al presidente francés, Emmanuel Macron, alentando protestas antiisraelíes o de cualquier otro tipo en la etapa final del Tour, a sabiendas de que podrían desembocar en graves disturbios en los majestuosos Campos Elíseos de París como nuestro presidente, el de todos, Pedro Sánchez, ha hecho en Madrid el domingo? ¿Que hace todo un delegado del Gobierno justificando el fracaso del magno operativo policial -1.500 agentes, ahí es nada- frente a unos cientos de alborotadores? ¿Acaso era lo que se buscaba y, por eso, como denuncian los sindicatos policiales que piden su dimisión hubo un apagón de órdenes internas durante los disturbios? Solo hay que leer los tuit de los más descerebrados una vez que las protestas obligaron a suspender la última etapa el domingo en Madrid, tirando vallas y enfrentándose a botellazos con la Policía -22 antidisturbios heridos, dos detenidos en tan «pacífica» (sic) protesta-, para darse cuenta de que esto de atacar La Vuelta nunca fue de acabar cuanto antes con el sufrimiento de los niños gazatíes sino de atacar al rival político por persona interpuesta: Netanyahu. «Ahora, a por Ayuso y Almeida«, se señalaba sin rubor en algunos de esos tuit dejando en evidencia que los incidentes del domingo en Madrid apenas iba de Palestina y menos de ese equipo israelí de ciclistas a quienes hemos puesto cara cuando la presidenta madrileña se ha hecho la foto con ellos; esto iba/va de infringir daño a dos rivales políticos con unas mayorías absolutas logradas en 2023 que, según los últimos sondeos publicados, mantienen intactas.

El fin nunca justifica los medios

El problema de tanto aprendiz de brujo de la tensión política, con ese colaborador de lujo que ha demostrado ser el delegado del Gobierno Fran Martín -los sindicatos policiales piden su dimisión por haber dejado vendidos a los antidisturbios- es que han enseñado su impotencia demasiado pronto: o, dicho de otra manera: las estrategias se aplican, no se cuentan en X, antes Twitter, para conocimiento urbi et orbe. Ayuso y Almeida conservarán, o no, el Gobierno por lo que los madrileños juzguen un día de mayo de 2027 que merecen, no por las estrategias de desgaste violento en la calle antes de tiempo. Gregorio Marañón dejó dicho en pleno franquismo, cuando las palabras te costaban la libertad y hasta la vida, que ser demócrata es «estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo y no admitir jamás que el fin justifica los medios». Sin duda es una frase que numerosos socialistas del Nuevo Testamento deberían tener en cuenta para no confundirse: Pedro Sánchez y su continuidad en el poder no pueden ser la medida de todas las cosas, si no quieren ir con paso firme hacia el abismo electoral en una España país que, lejos de ser pacifista a conveniencia, es pacífica y orgullosa defensora de los oprimidos del mundo de toda condición.