Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

  • El presidente de BBVA utiliza el comodín del consejo, pero si le soy sincero no estoy seguro de que la dimisión deba ser la sentencia justa al estropicio causado

Los grandes dirigentes empresariales empiezan a imitar los comportamientos de los políticos. La asunción de responsabilidades se ha convertido en una exótica rareza y la palabra dimisión desaparece del manual que recoge los usos y costumbres habituales. El presidente de BBVA utiliza el comodín exculpatorio del Consejo. Al parecer, ya nada permite dudar de ello, el pleno del Consejo aprobó y compartió la idea de la opa, justificó las medidas adoptadas y avaló la táctica empleada. Si es así, que lo será, eso no justifica la negativa a dimitir, sino que extiende la responsabilidad al conjunto del órgano de administración.

Tras el parapeto del Consejo queda aún otro mejor por emplear, que es la Junta General en donde se presentará una aprobación genérica de la actuación y se planteará un perdón mercantil absoluto. Eso calmará las mentes -aquellas que no estuvieron nunca nerviosas-, pero no demuestra el sentir real de la masa accionarial. Eso solo demuestra la enorme capacidad de los consejos de administración de captar delegaciones de voto que permiten acudir al acto con la tranquilidad que proporciona el conocer de antemano su resultado final.

Si le soy sincero, no estoy seguro -solo casi seguro- de que la dimisión deba de ser el acto final y la sentencia justa al estropicio causado, pero sí lo estoy de que mirar hacia otro lado y silbar distraídamente, como si no hubiese pasado nada, no lo es. Es cierto que el Gobierno ha jugado muy sucio. Plantear una consulta popular para un tema como este, tan complejo y técnico, cuando no se han preguntado por cuestiones más importantes y de interés más general, como la amnistía, o los indultos, o la ausencia de presupuestos, es de una desvergüenza supina. El asunto ha llegado a Bruselas, en donde el expediente de sanción permanece abierto y ha contado incluso con la aparición reciente y no tan sorpresiva del innombrable comisario Villarejo. Para terminar con la bufonada del ministro Cuerpo de traspasar ahora al Banco de España, la responsabilidad del desarrollo de las opa del futuro.

Por su parte, la defensa del Sabadell no ha respetado los límites y ha desbordado el comportamiento habitual del opado en una opa defensiva. Pero todo eso era conocido, o al menos sospechado. Aquí se ha comprometido mucho dinero, se ha gastado mucho dinero, se ha tensionado a la organización hasta el límite y se ha perdido año y medio. Bienvenidos sean los dividendos prometidos. Muchas gracias. Pero si la compra del Sabadell era el objetivo ideal, ¿cuál es ahora la alternativa?

Hay más cosas curiosas. Al día siguiente del fracaso, el Gobierno vasco dijo que espera un «papel más activo de BBVA en Euskadi en esta nueva etapa». ¿No hubiese sido mejor que hubiese apoyado la operación, cuando estaba en disputa, como hicieron todas las instituciones, partidos, organizaciones empresariales y sindicatos catalanes, sin empacho alguno, antes de que fracasara, que pedir ahora un cambio de actitud? Y se acuerda también de que un sector financiero fuerte es la base necesaria para encauzar proyectos industriales. ¡Gran descubrimiento!

Luego está la petición de la patronal catalana que alienta al Sabadell a ganar tamaño para «garantizar su independencia». ¡Vaya por Dios y yo que estaba convencido de que uno de los principales objetivos de la opa era, precisamente, el de ganar tamaño. ¿Propone la patronal catalana como alternativa unirse al Banco Santander? Qué cosas…

¿Que pasará? Pues probablemente nada. Pasará el tiempo y se olvidan los agravios, las botellas de champán abiertas, los brindis ofensivos y los desprecios recibidos. Si en este país no dimite nadie, ¿por qué razón iban a hacerlo los consejeros de BBVA?