Miquel Escudero-El Correo
El psicólogo Enrique Echeburúa ha resaltado hace poco que la mitad de los trastornos mentales graves que se manifiestan en la vida adulta se inician en la adolescencia. ¿Cómo ocurren? No está de más saber que la tercera parte de los jóvenes entre 18 y 24 años dice sufrir soledad; tienen contactos, quizá muchos, pero con escasa conexión emocional y afectiva, de modo que sus vínculos son frágiles. Hay que tratar de mejorar esta situación. Algo podemos hacer: a fin de cuentas, todos estamos interrelacionados.
Empecemos preguntándonos hasta qué punto tenemos alguna responsabilidad de ese vacío personal en nuestro entorno. Un ‘vacío personal’ que consiste en sentir que no le importamos de verdad a nadie, que no sentimos cercanía y calidez, que estamos instalados en la dureza emocional. Yo creo que una actitud de indiferencia ante estos problemas nos sitúa en el ámbito reaccionario, en un egoísmo que va más allá de la dialéctica política y que amenaza al desarrollo íntegro de los ciudadanos.
Desconfío de inmediato de quien es reacio a dudar de la repercusión de sus acciones, o actúa sin miramientos hacia los demás; los conozca mucho, poco o nada. En concreto, ¿cómo se atiende al público detrás de una mesa o mediante una aplicación digital, insufrible las más de las veces? ¿Cómo se atiende a un estudiante torpe o a un paciente pesado?
La lista de relaciones mutuas es interminable y a todos nos alcanza. Hay que contar con que el necesitado tiene que elevarse hacia el que está ‘arriba’ para que le atienda bien. ¿Cuidan lo que dicen y hacen un padre o una madre a sus hijos pequeños? ¿Cuidan los hijos adultos sus palabras con sus padres?