LUIS VENTOSO-EL DEBATE
  • Aunque gasten corbata y vayan de serios se trata un partido de raíces xenófobas que supone un tocomocho para España
Durante décadas, hasta bien entrado este siglo, uno de los pasatiempos de comentaristas, medios y políticos de la capital de España, de babor y de estribor, fue hacer el canelo ante los nacionalismos centrífugos. A pesar de que constituían un virus incubado en el tuétano del país.
Mientras el taimado Jordi Pujol iba tejiendo sus «estructuras de Estado», convirtiendo las escuelas catalanas en fábricas de separatistas y llenando sus bolsillos y los de su familia con mañas pícaras; en Madrid se hacía el panoli alabando su «sentido de Estado». ¡Hasta se le otorgaban importantes distinciones estatales! Hoy resulta un chiste sarcástico que el Gobierno lo distinguiese con la Orden del Mérito Constitucional, que premia «los servicios a la Constitución española y sus principios».
Al igual que con Pujol, también hicimos el panoli a gusto con el PNV. Y seguimos haciéndolo, saludando a una formación de comportamiento repugnante con España como si fuese un sesudo partido con talante de Estado. Nada hay de ejemplar en el PNV. Sus orígenes son un compendio de lo peor (Sabino Arana era un orate xenófobo, racista, machista y contrario a la libre participación). El comportamiento del PNV con las víctimas del terrorismo fue vil durante las décadas de horribles asesinatos de ETA. Su actuación respecto a sus compatriotas del resto de España ha resultado por sistema farisaica y aprovechategui. Su único lema de Estado es «¿qué hay de lo mío?».
En el PNV –donde, por cierto, no hay una mujer con mando ni de coña– gastan corbata y hablan con tono seriote. Se dirigen al resto de los españoles con altanería, como si fuésemos unos gañanes que necesitamos sus lecciones magistrales; nos hablan con un aire displicente y hastiado, como si estuviesen haciendo una digestión pesada tras una jamancia en el «txoko» (para entendernos, el soniquete que emplean Ortuzar y Aitor Esteban, hijo, ay, de una soriana, pese a tantas ínfulas identitarias, porque las purezas nacionalistas son absurdas, amén de detestables).
Cuando ETA perpetraba sus atrocidades, Arzalluz reconoció que esperaban beneficiarse políticamente de los asesinatos (la infame frase de unos mueven el árbol y otros recogen las nueces). El PNV es un socio de naturaleza sibilina. No esperen jamás que hagan algo por el bien común español. El PNV es también ese carcelero-amigo que está sacando a los asesinos etarras en tropel a la calle, como bien sabía Sánchez cuando les concedió las competencias en prisiones para pagar el precio que le exigía Otegui.
El PNV, no lo duden, sueña con la independencia. De hecho, trabajan día y noche por fomentar el distanciamiento hacia todo lo que suene a España, de ahí su delirante rodillo lingüístico a favor de un idioma que habla a diario menos de un cuarto de la población vasca. Pero los hechos son tozudos. Según la propia encuesta del Gobierno vasco, el 43 % de los que allí viven rechaza la independencia, cuyo apoyo está en mínimos (23 %). De entraña cobardona, el PNV lo sabe y no se atreve a lanzar un pulso final. Además, ¿dónde existe una bicoca mejor que la que disfrutan en España los vascos –y nos navarros– con el cupo?
Se calcula que la financiación per cápita de un vasco duplica la del español medio. ¡Zorionak! Eso sí: no esperen que Urkullu u Ortuzar nos den las gracias. Todo lo contrario. Hay que soportar su perpetuo victimismo avinagrado. En el País Vasco «se vive de maravilla», nos repiten con jactancia. Cierto. Lo que jamás añaden son las razones. Por ejemplo, cuentan con las pensiones más altas de España porque tiene un chollo en ella. Fuera de España no podrían ni pagarlas, porque a pesar de sus innegables méritos se trata de una región envejecida, que ha perdido mucho fuelle empresarial y con su realidad enmascarada por el analgésico del cupo.
El PNV nunca apoyaría al PP, aunque Abascal y Feijóo fuesen a Vitoria a bailarle un aurresku de honor a Urkullu bajo el árbol de Guernica y a ofrecerle genuflexos el oro y el moro. El PNV sabe que Sánchez es un chollo en su tenaz carrera hacia el odio a España y la independencia. Nunca encontrarán una alfombra tan mullida como la que les va a tender el paseante de Tetuán.
Ingenuos hasta lo doliente aquellos que en Génova todavía fabulaban con el PNV como un partido de centroderecha con cierto sentido de Estado. Se la clavaron a Rajoy y se la clavarán al que toque. Es su naturaleza. Es el partido de Sabino Arana y Arzalluz.