El Gobierno ha descubierto algo que debería haber ocultado muy celosamente: algunos agujeros por los que se escapa a chorros la seguridad del Estado. No es fácil dictaminar qué razón llevó ayer a Félix Bolaños a descubrir el secreto: si es que quiso disputarle a Ayuso las portadas en el 2 de mayo o quiso rebajarle los humos a sus protegidos de la Esquerra: “¿De qué os quejáis, hombre? Yo soy el Gobierno y también me espían”. El general José A. Sáenz de Santamaría recomendaba una prudencia extrema al tratar según qué asuntos: “hay cosas que no se deben hacer, y si se hacen, no se pueden decir, y si alguien las dice, hay que negarlas”.
Bolaños es de los pocos ministros alfabetizados, pero se ve que en esa cuadrilla el nivel intelectual es contagioso por abajo. Imagínense este asunto explicado por las Montero, Garzón, Belarra y demás.
No hace falta. El relato del ministro deja al descubierto nuestros problemas de seguridad, lo que es en sí mismo un grave problema de seguridad. Manda huevos que la única verdad que dice este Gobierno sea para pregonar urbi et orbe sus desdichas. Y qué vergüenza ajena que la rueda de prensa de Bolaños vaya a difundir por doquier el nivel intelectual y político de nuestro presidente. Nuestra posición es como la de aquella mujer que, alertada por una amiga sobre la extraordinaria promiscuidad de su marido, incluso con las mujeres de su escalera, se lamentaba: “¡qué vergüenza, por Dios! Ahora todas nuestras vecinas van a saber que es un desastre en la cama”.
Mal asunto es que haya pasado un año desde que la información del móvil de Sánchez haya sido robada. Aún peor es que se sepa. Con razón se ha molestado el CNI, aunque esta incomodidad de los servicios de inteligencia es el único factor que avala el espionaje a los citados. Sobre el papel podría ser mentira. Para quitarle la foto a la presidenta de Madrid o para trabajarse a los golpistas catalanes. ¿A él, qué más le da? Pero uno tiende a pensar que es verdad. No conozco a nadie que se goce en pasar por gilipollas pudiendo evitarlo.
La ministra de Justicia, Pilar Llop, no ha querido renunciar a la elegancia social de la espiada y ha anunciado su intención de remitir su teléfono al CNI, con el fin de que se lo examinen, en una actitud propia de Gila, si en su época hubiese habido móviles. Tras ella irán sus compañeros de Gabinete.
Los socios de Pedro Sánchez han pedido una comisión de investigación que el PSOE ha rechazado con el apoyo del PP, Vox y Ciudadanos, lo que no ha impedido que Feijóo haya sido descalificado por el PSOE por haber dicho que la revelación es “una casualidad no menor”. ‘Frívolo’ le ha llamado la impresionante Lastra. Menos no se podía decir, hombre-mujer. El maestro Billy Wilder ya había establecido que las casualidades no existen. Si acaso, en el primer cuarto de hora. A mí en esto me llama la atención, como casi siempre el PNV, que pedía por boca de su portavoz Esteban la creación de la comisión. Como la que ellos crearon para investigar las escuchas ilegales que la Ertzaintza le hizo a Garaikoetxea.
Todo esto se va a resolver con la caída de la directora del CNI, Paz Esteban. Ya había acertado Rodríguez Braun al diagnosticar que el mejor amigo del hombre es el chivo expiatorio. O la chiva, claro, que Sánchez siempre ha sido muy inclusivo en estas cuestiones. Pero estamos ante un hecho sorprendente: el Gobierno no vacila en acabar de hundir al Estado para calmar las ansias de Rufián y ha fracasado en el intento.