ABC 05/12/16
EDITORIAL
LA confirmación de la victoria electoral del presidente de la República de Austria, Alexander Van der Bellen, es una buena noticia a medias. Primero porque el hecho de que haya que repetir una votación tan importante, como la designación del jefe del Estado, no es una buena señal. Y en segundo lugar porque de todo esto, que no es sino la determinación de la persona que ha de representar a toda la nación austriaca, sale un país más dividido y demasiado revuelto por una polémica de poco calado en la que solo van a pescar los populistas de todas las tendencias. Lo cierto es que, si lo que se temía era la victoria del candidato de la ultraderecha, su resultado adverso en la elección de ayer puede no ser más que el prólogo de su futura llegada al Gobierno. Si el año que viene hay elecciones anticipadas, puede tener a su alcance la mayoría absoluta frente a la tradicional «gran coalición» de democristianos y socialdemócratas. Austria y los austriacos deberían haberse ahorrado este proceso.
Sin embargo, nada indica que tras este resultado en Austria se hayan resuelto todos los problemas que envenenan las relaciones entre las instituciones y los ciudadanos. Los miedos a la globalización, a los extranjeros, al terrorismo, seguirán allí. Hace falta que los dirigentes hablen con sinceridad a los ciudadanos para convencerles de que hay mejores respuestas que las viejas y fracasadas ideas del nacionalismo y el populismo.
Pese a todo, supone un respiro momentáneo para Bruselas y el resto de los socios europeos que el eurófobo Hofer no haya alcanzado la Jefatura del Estado. Todo lo contrario que en el caso italiano, donde Matteo Renzi ha visto cómo sus reformas eran claramente rechazadas por las urnas, abriendo una fuerte crisis no solo en su país, sino también en el corazón de la UE.