El País 27/11/12
Luis R. Aizpeolea
Un éxito rotundo de CiU hubiera supuesto más presión soberanista sobre Urkullu
En septiembre, pocos días después de que Artur Mas anunciara la convocatoria de las elecciones catalanas del 25-N con su plan soberanista, el presidente de la Generalitat se reunió con el líder del PNV y candidato de este partido a las elecciones vascas del 21-O, Iñigo Urkullu. En aquel encuentro, Urkullu aclaró a Mas que el PNV no iba a seguir su vía soberanista porque el origen de su problema, el pacto fiscal, era un objetivo logrado en Euskadi con el Concierto Económico y, sobre todo, porque la vía soberanista de la consulta ya la había ensayado su partido siendo lehendakari Juan José Ibarretxe, con el consiguiente fracaso.
Al poco, Urkullu inició la campaña electoral en Euskadi, cuyo debate centró en la salida de la crisis económica, mientras el PP y el PSE le atribuían unas intenciones soberanistas de las que el líder del PNV no se dio por enterado. En un momento determinado de la campaña, se limitó a recordar que su programa, en su último apartado, proponía para 2015 una reforma del Estatuto de Gernika, pactada con todos los partidos vascos y después con el Estado. Pero nada de vías soberanistas, cuestionadas, además, por Europa.
Por esta misma razón, el PNV no ha estado presente en la campaña electoral de Mas ni le ha servido de ejemplo como punta de lanza soberanista, como lo fue en el pasado. La realidad es que se ha producido un intercambio de papeles histórico entre el nacionalismo catalán y el vasco. El de CiU se ha radicalizado mientras que el del PNV se ha moderado.
Una razón de fondo es que el PNV de Urkullu está vacunado contra la experiencia soberanista. Y lo que está viviendo Mas es, con toda certeza, un déjà vu para Urkullu, a quien entre 2005 y 2008 le tocó seguir desde primera fila, como líder del PNV de Vizcaya y luego de todo el partido, la experiencia soberanista del lehendakari Ibarretxe.
Primero fue la votación de un nuevo estatuto confederal, de alcance soberanista, propuesto por Ibarretxe, con solo los apoyos del PNV, que fue derrotado en el Congreso de los Diputados en febrero de 2005. Como respuesta, Ibarretxe adelantó las elecciones vascas a mayo de ese año, con pretensiones similares a las de Mas con la convocatoria del 25-N y, al igual que el presidente catalán, lejos de ganar más apoyos electorales, perdió terreno.
Después vino la propuesta de consulta de Ibarretxe, que el Gobierno socialista recurrió ante el Tribunal Constitucional, donde fue derrotada. La aventura terminó con el pacto PSE-PP, que desbancó a Ibarretxe tras las elecciones vascas de 2009. En consecuencia, el PNV fue desalojado por vez primera del Gobierno vasco al perder, con Ibarretxe, la centralidad política. Así terminó la aventura soberanista.
El plan de Ibarretxe dividió a la sociedad vasca y la consulta llegó a abrir una fisura en el seno del PNV y a enfrentar al lehendakari con Urkullu y, antes, con Josu Jon Imaz. La cuestión de fondo es que la mayoría de la sociedad vasca quiere más autogobierno, pero se define por la autonomía y el federalismo (65%, según el Euskobarómetro de mayo de 2012), frente a un 24% que está por la independencia, y un 6% por el regreso al centralismo.
Urkullu tiene clara la lección de que la clave de un gobernante es ocupar la centralidad. Por eso el PNV, que recuperará Ajuria Enea a mediados de diciembre, va a centrar su política en cuestiones próximas a los ciudadanos vascos: la salida a la crisis económica y la consolidación del final del terrorismo de ETA.
En este sentido, el fracaso de Artur Mas, pese a que puede implicarle una mayor dependencia de ERC, lejos de presentar un problema para el nacionalismo del PNV, representa un alivio. Primero, porque ratifica su estrategia realista. Y, además, porque un triunfo de la estrategia de Mas hubiera implicado una mayor presión soberanista sobre el PNV por parte de Bildu-EH.
El alivio por el fracaso de Mas se extiende, lógicamente, al PSE y al PP. Pero incluso Bildu-EH tampoco simpatiza con Mas y su aventura soberanista, que le ha parecido una jugada oportunista, un intento de aprovechamiento político de la manifestación de la Diada del 11 de septiembre. En la coalición de la izquierda abertzale las simpatías se reparten entre ERC, en el caso de Eusko Alkartasuna, y la Candidatura de Unidad Popular (CUP), en el de Arnaldo Otegi.