Gaizka Fernández Soldevilla-El Correo
- ETA empezó hace 50 años a atentar contra estos centros de la cultura. No tuvo el monopolio: la gran mayoría de ataques son de autoría neofascista y parapolicial
Alas 9:50 horas del 8 de agosto de 1973 dos jóvenes entraron en la librería Cervantes de Galdakao. Fingieron que miraban algunas obras antes de encañonar con pistolas al propietario y a su esposa, a los que ordenaron poner las manos en alto. En ese momento entró un tercer individuo enmascarado, que vertió 20 litros de gasolina por el local y la trastienda. Tras salir de la librería, los miembros de ETA arrojaron un coctel molotov al interior. A pesar de la ayuda de los vecinos de los pisos de arriba, que vieron peligrar su hogar, los daños materiales producidos por el incendio fueron cuantiosos: 300.000 pesetas. A esta cifra hay que añadir un millón y medio por los libros y el género calcinado.
Todas las fuentes apuntan como los responsables de aquel atentado a José Miguel Retolaza, Francisco Javier Aya Zulaica (‘Trepa’) y Jesús María Zabarte Arregi (‘El carnicero de Mondragón’). El Tribunal de Orden Público condenó a los tres, pero a Retolaza y Aya Zulaica en ausencia. Solo Zabarte, que había sido detenido, llegó a entrar en prisión.
ETA reivindicó el incendio como parte de su campaña contra «chivatos, esquiroles y colaboracionistas». Sin embargo, el nombre que el comunicado señalaba como objetivo no era el del dueño del establecimiento. Tal vez se trató de uno de esos errores de identificación tan habituales en la historia del terrorismo.
En la Transición, el nacionalismo vasco radical llevó a cabo otros tres atentados contra el mundo del libro: un puesto de venta, una editorial y una librería. El más potente ocurrió el 16 de julio de 1982 cuando una bomba explotó en la librería Universitaria (Pamplona), hiriendo a un transeúnte. El crimen llevaba la firma de ETApm VIII Asamblea, la facción intransigente de ETApm que se había negado a aceptar el pacto Onaindia-Rosón: la disolución del grupo a cambio de la reinserción de sus integrantes.
En los años siguientes la violencia de la izquierda abertzale continuó afectando al sector de diversas formas. ETA asesinó a dos quiosqueros (1977 y 1990) y a tres vendedores de libros a domicilio (1981). Por otro lado, al atacar otros objetivos, los escuadristas de la ‘kale borroka’ también causaron considerables daños materiales ‘colaterales’ en librerías. Paralelamente se dio una coacción más difícil de contabilizar: la microextorsión, el ‘impuesto revolucionario’ y el boicot.
Durante la etapa de ‘socialización del sufrimiento’, inaugurada en 1995, al menos cuatro librerías guipuzcoanas estuvieron en la diana del apéndice juvenil de ETA (pintura, rotura de escaparates, cócteles molotov…): Lagun (San Sebastián), Aritz (San Sebastián), El Caldero Mágico (San Sebastián) y Minicost (Andoain). Lagun, de la difunta María Teresa Castells, ostenta el triste récord de ser la librería que ha sufrido más ataques en toda la historia de España: primero, de 1972 a 1977, los de la ultraderecha; luego, de 1995 a 2010, los de la izquierda abertzale. Mucho menos conocido es el caso de la librería-papelería Minicost, que fue objeto de una larga campaña de sabotajes y boicot que finalmente obligó a su propietaria, Maxen Zinkunegi, a bajar la persiana el 30 de junio de 2000.
El fenómeno de la bibliofobia violenta no fue monopolio del nacionalismo vasco radical. En una reciente obra hemos documentado 225 atentados contra librerías, ferias del libro, quioscos, editoriales y distribuidoras desde 1962 a nuestros días. La autoría de 195 corresponde al terrorismo neofascista y parapolicial (la mayoría entre 1975 y 1977): el 86,6% del total. Otras 17 acciones llevaban el sello de ETA y de su entorno, el 7,5%. Ocho, el de la extrema izquierda, el 3,5%. No sabemos quién realizó las cinco restantes.
En su obra ‘Almanzor’ (1823) el poeta alemán Heinrich Heine ponía en boca de uno de los personajes, Hassan, las siguientes palabras: «Eso solo ha sido un preludio. Allí donde se queman libros se acaban quemando personas». Aquel vaticinio se cumplió de la peor manera posible en su propio país. Por eso está inscrito en la misma Bebelplatz (Berlín) en la que los nazis calcinaban obras «antialemanas» en 1933, preludio de los hornos crematorios de Auschwitz.
A otro nivel, pero también sucedió en España. Cuatro de los ultraderechistas que comenzaron atacando librerías (José Luis Magaña, Pedro Bel Fernández, Rafael Gómez Álvarez y Ramiro Rodríguez-Borlado) acabaron asesinando a personas. Entre todos, suman cinco víctimas mortales. Su homólogo abertzale, ‘El carnicero de Mondragón’, que había quemado la librería Cervantes en 1973, se convirtió en uno de los miembros más letales de ETA: estuvo implicado en 17 asesinatos.
Eso sí, que se sepa, ninguno de estos terroristas robó jamás un libro.