Quien hable de nacionalismo moderado tendrá que corregirse: puede ser una contradicción en sí misma. Sólo aquí, en España, se ha considerado la excepción de unos nacionalismos moderados (los periféricos). Se tendrá que aceptar que su comportamiento refuerza la hipótesis de que el PNV no es la solución sino parte, quizás sustancial, del problema vasco.
En las postrimerías del XIX, la pequeña burguesía de Francia, frustrada tras la revolución, el bonapartismo y las restauraciones monárquicas que no le habían tenido en cuenta, orientó su despecho inventando Los tres mosqueteros y todas esas novelas de capa y espada. Aquí la pequeña burguesía inventó los nacionalismos periféricos, y a la vista está que les fue mucho mejor. Unos se fueron tras la entretenida ficción que ponía en valor la capacidad del individuo -la de los pequeños hijosdalgo que al final sacan las castañas del fuego a los poderosos a estocadas-, mientras que aquí, tras perder todas las guerras carlistas, se subieron al txakolí de Larzabal para inventar una ficción de siete mil años de antigüedad que les ha paseado en coche oficial desde que la democracia es democracia en España. Hay que reconocer que, como clase, les ha ido mucho mejor que a sus republicanos vecinos.
Además, son admirados y reclamados. Solicitados por el Gobierno central, sacan adelante los Presupuestos del Estado, a la vez que se marchan de manifestación con los del botellón de gasolina en contra de una decisión judicial, rechazando la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre la ilegalización de Batasuna, y debilitando de forma alevosa la estrategia dirigida a acabar con ETA. Un comportamiento no sólo esquizofrénico sino irresponsable, y que desmiente la teoría del péndulo patriótico, aquella por la que en unas etapas históricas el PNV es moderado y en otras es radical, para hacer, como hoy, de moderados y de montaraces a la vez. Quien hable de nacionalismo moderado tendrá que corregirse, puede ser una contradicción en sí misma. De hecho, sólo aquí, en España, se ha considerado la excepción de que existan nacionalismos moderados (los periféricos). De modo que se tendrá que aceptar que su comportamiento refuerza la hipótesis de que el PNV no es la solución sino parte, quizás sustancial, del problema vasco.
No tuvieron que reinventar la novela romántica porque, acomplejado, el Estado democrático aceptó su teoría política romántica, la de los derechos históricos, y la de estar por encima, o aparte, de la voluntad soberana del resto de los ciudadanos. Para qué escribir sobre D’Artagnan si ya lo eran porque se les dejaba serlo. Se les permitía ser conservadores-defensores de la tradición, acompañados del beneplácito de las derechas e izquierdas turnantes en el Gobierno central, para que detentaran el poder en Euskal Herria siempre. Por eso están donde les da la gana, con unos hoy y con los otros mañana, o a la vez. Dicen que con las víctimas, pero de verdad manifestándose por La Concha con los victimarios. Piden soldados para sus barcos, pero se declaran ocupados por el ejército invasor. Negocian con Madrid y a los demás nos calificarían de traidores si lo hiciéramos. Tienen privilegio, son mosqueteros, piratas, bandidos, hombres de Estado y pícaros a la vez. Y no es ficción: se les llama nacionalistas moderados.
Eduardo Uriarte, EL PAÍS, 27/10/2009