El alcalde de Madrid ha pasado en poco más de un año del desconocimiento popular a ser la cara del PP, como el portavoz y número tres del partido, tras salir reforzado de la pandemia
Un antiguo secretario de Organización del PSOE explicaba con una metáfora que siempre que había una carrera, es decir, una competencia por un cargo, unas primarias o unas elecciones, él ponía en pista una bicicleta, aunque fuera una competición de bólidos y a priori no tuviera opción de ganar. Porque siempre es posible que los coches veloces se estrellen o choquen entre ellos y a veces gana la bicicleta. Así lo hacía y así ganó con sus bicicletas algunas carreras que tenía perdidas de inicio, incluidas unas muy trascendentes primarias.
En las municipales de 2019, Pablo Casado puso en pista una bicicleta para competir por el Ayuntamiento de Madrid. Causó sorpresa que designara a su amigo José Luis Martínez Almeida, que tenía la ventaja de conocer el Ayuntamiento al detalle, pero que carecía de popularidad y carisma.
Pero, siguiendo la pauta de aquel veterano socialista, el ‘fórmula uno’ de la izquierda se estrelló por sus propios errores, por falta de movilización, por división y por errores manifiestos como la elección del candidato socialista que no llegaba ni a bicicleta. Y así Almeida consiguió desplazar a una candidata tan potente y simbólica como Manuela Carmena. Casado acertó con su bicicleta y, además, le sirvió para salvar la cara en los procesos electorales de 2019. Parecido ocurrió con Isabel Díaz Ayuso en la Comunidad de Madrid, otra bicicleta que Casado puso en pista y que llegó a la meta en condiciones de gobernar, dejando atrás coches carbonizados de otros partidos que inicialmente parecían más potentes.
Ahora, el alcalde de Madrid ha cambiado de vehículo. Se ha ganado el derecho a conducir un bólido. Su amigo Pablo Casado le ha entregado un potente Ferrari, tan deslumbrante que puede confundir: la portavocía del partido y un lugar en la cúpula del PP equivalente al número tres de la organización política con más militantes de España. Almeida acelera y pasa de cero a cien en poco más de un año.
Le han entregado un Ferrari y ahora puede mantenerse en pista y hasta ganar la carrera, pero también puede salirse en una curva, pasarse de frenada y estrellarse. Ha multiplicado su nivel de riesgo.
Arrancó su gestión como alcalde ridiculizado y ninguneado y, finalmente, ha conseguido un reconocimiento casi general por la forma en la que ha afrontado la pandemia en la capital. Ahora salta a una competición de mayor nivel y más complicada y es bien sabido que quien acepta jugar en la NBA se arriesga a recibir codazos. La historia de la política constitucional está llena de promesas que no resistieron el salto de categoría. Ahora tendrá que comparecer para responder de todo y en muchas ocasiones de asuntos comprometidos o molestos. La portavocía desgasta mucho más que la gestión, según prueban otros ejemplos precedentes de portavoces de partidos que han terminado carbonizados y, de hecho, han dejado languidecer el ejercicio del cargo.
Casado lo sabe bien porque fue portavoz del PP entre 2015 y 2018, precisamente en la etapa más dura para su partido. El periodo en el que tenía que responder sobre Gürtel y multitud de procedimientos sobre corrupción que afectaban al PP, mientras que otros dirigentes del momento preferían quitarse del foco y dejar a Casado dando la cara sobre esos asuntos. El ahora líder del PP explicaba en su momento lo difícil que le resultaba desempeñar ese papel y cómo al asumir el liderazgo del partido pudo “quitarse la faja” con la que tenía que responder encorsetado en las ruedas de prensa como portavoz. Aquello sí que fue un verdadero máster para él.
Ahora tendrá que comparecer para responder de todo, en ocasiones de asuntos molestos. La portavocía desgasta mucho más que la gestión
Hay partidos, como el PSOE actual, que carecen de portavoces. Tiene ventajas, pero el inconveniente básico es el de dejar huecos en la conversación pública que otros aprovechan y renunciar a fijar posición política. Y en el caso del partido de Pedro Sánchez se obliga a derivar el mensaje partidista hacia la mesa del Consejo de Ministros, mezclando lo institucional con lo político, en una confusión nada eficaz.
Un portavoz de partido permite desviar la atención y crear polémicas señuelos, como hizo durante años Rafael Hernando, precisamente en los momentos en los que al PP de Rajoy le iba mejor que se hablara de sus frases extemporáneas antes que de las graves noticias que las originaban como, por ejemplo, las resoluciones judiciales por corrupción.
El mérito de Almeida durante la pandemia ha sido haber encontrado el tono de sentido común y moderación. Le sirvió para superar el arranque dubitativo en el Ayuntamiento y las críticas por el cuestionamiento de las restricciones de tráfico del Madrid central. Esto es lo que busca Casado, según fuentes del PP: un portavoz que aunque no tenga la brillantez de Cayetana Álvarez de Toledo transmita apariencia de moderación, que haga oposición sin molestar. Que cuando sea necesario practique el difícil arte de «hacerse el muerto» y ponerse de perfil que tan bien practicó Rajoy.
Y también le sirvió ese sentido común a Almeida para cerrar un acuerdo insólito en el Ayuntamiento en el que reunió nada menos que a Vox y a Más Madrid en torno a un pacto frente a la pandemia. El alcalde de Madrid se ha convertido en modelo para los teóricos de la comunicación y la gestión en tiempos de crisis. Un ejemplo de cómo una crisis puede reforzar a un político si acierta con el mensaje.
Ahora tendrá que dejar de lado el tono institucional de alcalde y encontrar el tono partidario de portavoz. Un tono que a veces tendrá que ser defensivo y en ocasiones agresivo. Le toca la gestión y la comunicación de otra crisis: la del PP, con todas las oportunidades y todos los riesgos que le supone. Queda claro que Casado busca en él un tono moderado en las formas que pueda encubrir el mantenimiento de la oposición dura. El líder del PP intenta abrir una nueva etapa en el partido en la difícil tarea de expandirse en el espectro del centroderecha, más de dos años después de hacerse con los mandos del partido.
Con muchas diferencias es lo mismo que busca con Cuca Gamarra en la portavocía del Congreso, aunque en este caso con menos conocimiento público de la exalcaldesa de Logroño. Gamarra responde a un modelo justamente contrario al de Cayetana Álvarez de Toledo: disciplinada y más sujeta a lo que los franceses llaman la “lengua madera”, es decir, la tendencia a aferrarse a la literalidad de los argumentarios de partido, se le pregunte lo que se le pregunte.
Almeida, al menos hasta ahora, no sigue tanto esos argumentarios. Desde este momento será parte fundamental de la imagen del PP. También él tiene diferencias fundamentales con lo que suponía Álvarez de Toledo. La hasta ahora portavoz en el Congreso creaba su doctrina política y su estrategia propias y Almeida, como Gamarra, aporta gestión que es, precisamente, una de las cosas que busca Casado con el cambio. Detrás (o por encima) seguirán estando obviamente Casado y Teodoro García Egea, el gran vencedor de los cambios, haciendo real lo que alguien llamó hace tiempo la ‘teocracia’.
Con Almeida, Casado busca cohesión. Por su afinidad personal y por la excelente relación con el equipo de comunicación que encabeza María Pelayo, quien fue su jefa de prensa en el ayuntamiento y ahora es la colaboradora más próxima de Casado en el partido. También deberá encajar con Pablo Montesinos, experiodista y vicesecretario de Comunicación, departamento del que salen varios de los nuevos valores que promociona ahora el líder del PP. Como Marga Prohens será la ‘número dos’ de Cuca Gamarra en el grupo parlamentario.
En el capítulo de riesgos para Almeida es obvia también la acumulación de cometidos a sumar a los de un ayuntamiento como el de Madrid y también un exceso de imagen centralista en un partido que ya se ha debilitado mucho en la periferia.