Hay tres alcaldes del PP que destacan, por diversas razones, del tono gris marengo que impregna a sus pares. El primero es Francisco de la Torre, llámale Paco, tótem supremo de Málaga, la ciudad que más crece de España bajo el cuidado de su guía proverbial. Tiene 81 años, acaba de renovar su mayoría absoluta y ya hay mastines en su entorno que se disputan el delfinazgo.
Está luego José Manuel Rey Varela, 48, una rara avis en el PP gallego, ya que es el único de su formación que ha conseguido situarse con mayoría absoluta al frente de uno de las grandes ciudades de la región, ahora muy agitada por la campaña electoral y el suspense ante las urnas. Rey también es senador, sonó como uno de los herederos de Feijóo y reúne algunos méritos especiales: es un excelente gestor de la ciudad portuaria donde nacieron Franco y Pablo Iglesias (el viejo); se anotó el primer destrozo electoral de la incipiente Yolanda Díaz y es capaz de detectar la longitud de onda en la que se manejan sus paisanos, mérito algo inaudito tratándose de ferrolanos amén de gallegos.
Finalmente, está José Luis Martínez-Almeida, con guion, que quizás lo tiene más fácil porque ocupar el principal sillón del Consistorio más principal de España ya ayuda mucho al brillo y la notoriedad. Las circunstancias de la vida, sin embargo, son extremadamente antojadizas, hasta el punto de que, desde hace unas semanas, Almeida se prodiga en un aluvión de iniciativas con las que pretende eclipsar la razón por la que aparece abrumadoramente en los medios. El alcalde no sólo está enamorado, un suponer, sino que se dispone a contraer matrimonio. Bueno, en la Wikipedia ya aparece como casado, lo que suena a autoprofecía cumplida. «Cónyuge: Teresa Urquijo y Moreno«, se lee en esta web. Más bien debería decir ‘a punto de’, ya que el desposorio tendrá lugar en la misma fecha en la que se juega la final de la Copa del Rey, quizás con el equipo de sus colores como uno de los contendientes. Deberá pues elegir entre el altar y el estadio.
Puestos a hacer ruido para hacerse un hueco en la actualidad, al margen del enlace, ha ideado incluso celebrar una variante de las Fallas aquí en la Villa y Corte donde no hay playa, apenas alguna buena paella y, desde luego, no se tiene noticia de que haya más pasión por el fuego que el que se avía para asar chuletas el fin de semana. Una mascletá a la vera del Manzanares es la genial ocurrencia del momento, que ha despertado enorme regocijo entre los vecinos, con alguna queja, naturalmente, de los gruñones de siempre, que recuerdan que en su barrio «hay vida verde», o de los propietarios de perritos que lo pobres se vuelven locos con el ruido de la cohetería. Si Madrid no es Valencia, ¿a qué esto de las falleras por el Puente del Rey?
«A pesar de ser del Aleti, sabe ganar», dijo de él Feijóo en un acto de campaña. Y está en racha. La ventura lo acompaña como bendecido por alguna deidad generosa
La capital está en racha. Además de la Fórmula 1 -trabajo a pachas con la Comunidad, Almeida y Ayuso, esa pareja feliz- acaba de ser designada sede de los Premios Laureus, ‘los Oscar del deporte’. También se anuncia, dentro del apartado muscular, la celebración en el Bernabéu, esa catedral laica, la disputa de un partido de la NFL que, para quien lo ignore, son las siglas del fútbol americano, extraña contienda en la que dos bandas de tipos desmesurados, provistos de cascos y todo tipo de protección, se embisten mutuamente a la búsqueda de una pelotita amelonada. En el descanso cantan Miley Cyrus o Lady Gaga.
«A pesar de ser del Aleti, sabe ganar», dijo de él Feijóo en un acto de campaña. Y está en racha. La ventura lo acompaña como bendecido por alguna deidad generosa, hasta el punto de que está a dos minutos de arrebatarle a Sánchez el título de campeón del mundo en la especialidad de superviviente magnífico.
No hace tanto que nuestro protagonista estaba políticamente sentenciado. Debió sortear algunos episodios de los que truncan cualquier carrera política. Primero fue el Madrid Central, ese hallazgo de su predecesora, doña Manuela, consistente en acabar con el reino del automóvil en el corazón de la ciudad. Prometió fulminarlo al entrar en el Palacio de Cibeles y no lo hizo. El personal se enfureció, pero nada. Toda la ira se evaporó mansamente, como una de esas tormentas que amagan cataclismo y se quedan en un estornudo. Superó también con nota el nevadón de Filomena, dos largas semanas de la urbe convertida en gran bloque de hielo, paralizada y sin más vida que la gente deslizándose con esquíes por la Gran Vía o haciéndose fotos ante un coso de Las Ventas disfrazado de iglú. El personal más arisco le quería lapidar pero él respondía con botas y pala, así como rondas de chocolate con churros. Todos tan amigos
Más grave fue lo del terremoto interno del PP, en el que se alineó con la familia derrotada, esto es, con Casado y Teo, y se enfrentó con artes algo potriñosas a la lideresa madrileña. Una apuesta errada a la que le dio raudamente la vuelta al convertirse en el más-mejor-amigo de Ayuso, su fiel servidor, su estrecho colega, su leal compañero de fatigas. ‘El tándem perfecto’, decía él por los platós.
Es un tipo que cae bien y que ha evitado trompadas catastróficas que a cualquier otro semoviente de su negociado le habrían llevado al catafalco
Labró su perfil más canchero cuando la pandemia, cuando fatigó las calles junto a sanitarios y emergencias. Promovió unos pactos de la Moncloa entre todas las formaciones políticas que se sumaron al gran abrazo fraternal, quizás acoquinadas ante el pavoroso drama y construyó así la base para lo que ahora disfruta.
Es un tipo que cae bien y que ha evitado trompadas catastróficas que a cualquier otro semoviente de su negociado le habrían llevado al catafalco. Hace un rato acaba de sortear otro problemilla al sumarse al pleno de reprobación de Ortega Smith, promovido por las izquierdas rencorosas, a costa del traspiés de una inocua botellita sin agua del concejal de Vox. Para colmo de la felicidad, el Psoe le ha colocado con rival directa, cabeza del progreso en el Consistorio, a una inofensiva Reyes Maroto, a quien le enviaron un sobre con remite con una navajita con ketchup en su interior, y ella, en su inocente ingenuidad, denunció como gran intento de magnicidio occidental. Luego está Rita Maestre, aún en la adolescencia mental.
Almeida tiene más baraka que Sánchez, un presente más bonancible que Sánchez y un futuro mucho más promisorio que Sánchez. Es el resiliente por antonomasia, el superviviente por antonomasia, el perfecto irreductible. Ha salido vivo de tantos contratiempos que podría acometer cualquier desafío. Tiempo al tiempo que dará sorpresas. De momento, se casa.