TENGO con Pedro Almodóvar una relación ambigua. Desde ‘Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón’, más gracia y desparpajo que otra cosa, le he visto crecer y madurar como cineasta. Con algunos altibajos notables, a ver si creemos que estamos hablando de Clint Eastwood, que por cierto, también tiene alguno.
Valga esta introducción para explicar que no tengo contra él una animadversión general, pero él me ha convencido de que la inteligencia es un don sectorial que a veces le asiste como cineasta, pero que en otros órdenes de la vida se manifiesta como un perfecto majadero. Diré por qué. A la entrada de la gala de los Goya, él, como tantos, fue preguntado por Vox, el partido excluido de la invitación y presente en todas las conversaciones. Almodóvar respondió. «Ese partido de tres letras, yo he decidido no hablar de él. Le niego la existencia». Joder con el demiurgo, pensé, pero de pronto recordé algo familiar en el estilo. Hace unos años decía lo mismo de Franco: «Cuando hice mis primeras películas en 1980, tenía como norma no citar a Franco. Negaba su existencia. No era falta de memoria, sino que me parecía la mayor de las protestas».
Ante todo lo que odia, Almodóvar cierra los ojitos. Sobre el franquismo lo hace cinco años después de la muerte del dictador, algo muy meritorio. Pedro Sánchez ha tardado 43. También he recordado su rueda de prensa del 16 de marzo de 2004, para presentar ‘La mala educación’. En ella deslizó un infundio: que el PP intentó un golpe de Estado la noche de las elecciones que llevarían al poder a Zapatero, suprimir los comicios. No había Twitter, pero el PSOE repartió ‘urbi et orbi’ aquel infundio.
Almodóvar participó en la campaña zapaterista ‘Defender la alegría’ en 2008 y firmó manifiestos contra la banca. Luego supimos que su productora estaba atrapada en la estafa de Bernard Madoff. Almodóvar se consagró entonces como el brazo tonto del capitalismo financiero. Unos años más tarde, los hermanos Almodóvar aparecieron como actores secundarios en los ‘Papeles de Panamá’. En los últimos años, cada vez que salgo de ver una película de Almodóvar que me gusta se me escapa una plegaria: el Señor escribe derecho con renglones torcidos, amén.