Tonia Etxarri-El Correo
Con las espadas en alto entre Junqueras y Puigdemont compitiendo por el protagonismo en el liderazgo del secesionismo catalán, y las disputas internas en ERC y Junts, se le está llenando de piedras el camino a Pedro Sánchez hacia su costosa investidura. Ayer expiró el plazo para que los afiliados del denominado Consell de la República (ese órgano privado de contrapoder de la Generalitat creado por Puigdemont para defender la Declaración de la Independencia de Cataluña) votaran y levantaran, o no, su pulgar en favor del presidente español en funciones. ¿Le bloqueamos: sí o no? En este plan. Hoy se conocerán los resultados provisionales de tan peculiar consulta. Y si le dan el visto bueno, como se prevé salvo sorpresas, Puigdemont querrá darle el trofeo a Sánchez a través de una comunicación directa. Telefónica, aunque sea. No va a figurar menos que Junqueras. Pedro, llama. Entre delincuentes anda la gobernabilidad de España. Entre un condenado, preso e indultado y un prófugo de la justicia. Lo mejor de cada casa. Pero en la izquierda, lejos de escandalizarse, todo les parece bien con tal de que Sánchez siga gobernando. Los tratan como si fueran los protagonistas de «vidas ejemplares» porque son conscientes de que su supervivencia política depende de sus caprichos. El acuerdo programático con Sumar se da por hecho aunque los de Podemos lo intentarán reventar a lo largo de la legislatura, si es que empieza a andar de una vez. El foco sigue centrado en los independentistas. Si arranca la legislatura, estará sujeta con alfileres entre tantos socios que se comportan como mercaderes.
Sánchez ya habló con Junqueras, antes de su ronda con Rufián. Y se hizo la foto del blanqueamiento por excelencia de Bildu cuando le estrechó la mano a Mertxe Aizpurua. Puigdemont no quiere ser menos. Él, que se considera ‘lo más’. No es lo mismo que se desplazara la vicepresidenta segunda a rendirle pleitesía a Waterloo que sostener una conversación con Pedro Sánchez. De tú a tú. La negociación no está siendo fácil. No son las concesiones. Son las justificaciones. No es la amnistía. Es la exposición de motivos. En la Moncloa confían en que Puigdemont acabe entrando en la vía racional. La Fundación Pablo Iglesias y el grupo de Puebla facilitan los argumentos a favor de la amnistía. Pero el prófugo sigue reclamando la secesión para sobrevivir «como nación». Insiste en la figura del mediador. Para la Moncloa, el problema estriba en el propio concepto de la existencia de un facilitador entre dos partes en conflicto. El presidente del Tribunal Superior de Justicia de Castilla y León acaba de parafrasear a Cicerón en su discurso en el juicio contra Cayo Verres. «Los pueblos que viven ya a la desesperada suelen tener epílogos letales. Se rehabilita en todos sus derechos a los condenados, se hace regresar a los exiliados. Se invalidan las sentencias judiciales. Cuando esto sucede no hay nadie que no comprenda que eso es el colapso total del Estado». Humano es errar; pero sólo los estúpidos perseveran en el error. También lo dijo Cicerón.