Sobre la mesilla de la habitación de Alfonso Alonso en su domicilio de Vitoria espera paciente El ruido del tiempo (2016). Para un lector voraz, que convirtió desde niño la lectura en pasión, tener a medio leer el libro de Julian Barnes sobre el compositor Dmitri Shostakóvich es una tortura. Pero tampoco parecía lo más aconsejable para el político que se enfrenta a las terceras elecciones consecutivas como candidato, que cambió los oropeles de un Ministerio por ser el portavoz del quinto grupo en el Parlamento vasco y que intenta revitalizar una organización sin pulso, que las contradicciones éticas de Shostakóvich se sumaran a los desvelos por los titulares con Rita Barberá, Jaume Matas o Luis Bárcenas. Alonso, que mantiene su hábito del cigarrillo rubio, nada tiene que ver con el atormentado ruso, pero es consciente de que al aceptar el pasado 1 de agosto ser el candidato a lehendakari asumió jugársela para revitalizar a un PP vasco que en 2001 tocó techo con el apoyo de 326.933 vascos y 19 parlamentarios, y que 15 años después pelea por conseguir que 150.000 vascos confíen en el ex ministro para tener una representación en el Parlamento vasco de ocho o nueve parlamentarios.
«Eres uno de los cinco mejores políticos de España», le aduló el portavoz en el Parlamento Europeo, Esteban González Pons, en el arranque de la campaña electoral en Euskadi. «Todo el partido está contigo», recalcó el presidente Mariano Rajoy en el desayuno organizado la pasada semana en Madrid que reventó los salones del Palace para acoger a 560 invitados. Halagos y reconocimientos que se multiplicaron con la presencia en Bilbao de 13 presidentes regionales del PP y guiños de complicidad de Alberto Núñez Feijóo, con el que Alonso compartió confidencias en la víspera del arranque oficial de las campañas vasca y gallega desde un mirador de Portugalete con sus miradas perdidas en el Abra y su conversación centrada en la calle Génova.
Alonso sabe que Feijóo –con el que se intercambió los pins electorales que llevan en las solapas de sus americanas– centrará el foco del análisis en el día después al 25-S, pero decidió en sus brevísimas vacaciones del mes de agosto que tenía que volver a acelerar su organización para hacer frente a la OPA electoral con la que el PNV de Urkullu quiere vaciar su bolsa de votos, especialmente en Álava. Un análisis confirmado posteriormente por el sondeo electoral del CIS, más revelador en la trastienda de las respuestas cualitativas que en el reparto de los 75 escaños de la Cámara vasca, donde todas las encuestas apuntan a que el PNV, con 27 parlamentarios, podrá gestionar su centralidad en el escenario político vasco.
El CIS constató que el 81% de los votantes del PP califican de «regular» o «buena» la gestión del Gobierno vasco del PNV y sólo un 17% le otorga una nota negativa. Pero el sondeo oficial también desveló que sus en teoría votantes consideraban mayoritariamente (70%) que Urkullu lo ha hecho bien, frente a un 25% que cuestionan su gestión. Tres de cada cuatro votantes del PP expresaban así una opinión favorable hacia el rival directo de Alonso –Urkullu, vizcaíno, se presenta por Álava en estas elecciones–, lo que inmediatamente activó la necesidad de que el candidato popular se dirigiera directamente a los 147.000 vascos que, como dice Alonso, «ganaron» las elecciones generales del 26-J al votar a favor de la continuidad de Mariano Rajoy en La Moncloa.
Porque Alonso huye del síndrome Shostakóvich (el músico se plegó a la presión del PC y sólo a través de la música encontraba una estrecha vía hacia la libertad creativa) y ha apostado por la coherencia entre su perfil político y su discurso, aunque esto le suponga calentones como el que ayer le llevó a fumar más de lo debido mientras aguantaba con un punto de nerviosismo cómo sus declaraciones sobre Rita Barberá abrían la página de elmundo.es mientras la senadora retocaba un comunicado con recado expreso hacia Alonso. La referencia a unos posibles malos resultados electorales en Euskadi constata que las palmadas en la espalda de septiembre pueden convertirse en empellones en octubre si el suelo del PP vasco con Alonso vuelve a hundirse tras una década complicadísima, con un cóctel de dificultades y errores que sitúa al partido refundado por Jaime Mayor Oreja en una difícil encrucijada.
Porque el PP en Euskadi no ha conseguido fijar un espacio político propio, pese al sacrificio de sus militantes y cargos públicos de base que fueron asesinados por ETA y señalados socialmente por la izquierda abertzale. El anuncio de la banda terrorista de abandonar la violencia facilitó el blanqueamiento social y político de la izquierda abertzale, pero la sociedad vasca no premió a partidos como el PP y el PSOE, que habían ejercido de arietes contra la violencia etarra.
Con escasa estructura, sólo en Álava a partir de 1999 los populares vascos lograron una presencia institucional que fortaleció su estructura e impulsó a una generación comandada por Alonso, Javier Maroto, Iñaki Oyarzábal, Iñaki Ortega y Santiago Abascal, entre otros. Pero tras el adiós de Carlos Iturgaiz –el dirigente más cercano a Mayor Oreja–, la sucesión de presidentes con crisis públicas o soterradas ha fraccionado el partido. María San Gil abandonó en 2008 tras decantarse Rajoy por José Manuel Soria cuando elaboraba la ponencia política el congreso de Valencia; Antonio Basagoiti dijo adiós en mayo de 2013 para olvidarse de la política, y la ratificación de Arantza Quiroga como presidenta en el congreso del 8 de marzo de 2014 rozó el esperpento con pucherazo incluido en el palacio del Kursaal.
Una pesada mochila que Alonso ha asumido convencido de que también podrá con este reto. Mientras tanto, Shostakóvich tendrá que esperar.