Jorge Martínez Reverte-El País
Todos esos manifestantes en Pamplona representan muy bien lo que ha cundido la infamia en España
Había muchos miles de personas pidiendo la libertad de los acusados de pegar a cuatro personas hace año y medio en un bar de Alsasua. Los acusados formaban una especie de manada, y se emplearon a fondo con sus víctimas, a las que propinaron, una vez en el suelo, una importante cantidad de patadas en todo el cuerpo y, sobre todo, en la cabeza.
Dos de los apalizados son guardias civiles, los otros dos son sus parejas. A los presuntos autores de la paliza les pide la fiscalía penas de prisión que pueden llegar a más de sesenta años, por estimar el ministerio público que se trató de un delito de terrorismo.
Ahí es nada. Volvemos con la mula al trigo. Para castigar unas conductas que nos repugnan, porque tienen que repugnar a cualquier ser civilizado, se quiere utilizar todo el arsenal del Estado de derecho contra los salvajes. Yo creo que es un error, porque no se puede equiparar una conducta con otra.
Antes, vale la pena detenerse otro poco en la manifestación de Pamplona que para algunos sumó 50.000 personas, en apoyo a los “jóvenes” encarcelados por los hechos. Casi todos los manifestantes pedían su liberación. Una más que significativa parte de los habitantes de Navarra pedía que se pusiera en libertad a un grupo de hombres adultos (no sé por qué a alguien le parece importante que sean jóvenes) que había abusado de su fuerza y de su número para apalear sin piedad a dos hombres y dos mujeres que habían cometido el pecado de tomarse una copa en un bar del pueblo siendo no solo españoles sino, además, guardias civiles.
Nadie ayudó a los apaleados. Los “jóvenes” se hartaron de darles patadas en la cabeza, porque eso cansa.
Y una pequeña, muy pequeña, manifestación de los de siempre aclaró algo las cosas para quien quiera oír el mensaje: cuatro personas fueron agredidas con métodos fascistas-abertzales en Alsasua.
Cómo cuesta, cuánto esfuerzo cuesta, hacer que los ciudadanos puedan convivir en paz. Qué poco cuesta conseguir que se formen comunidades separadas por el odio basado en diferencias culturales, de lengua o de origen étnico.
Las autoridades de Gobierno autonómicas y municipales de Navarra y Pamplona han sido cómplices de esta manifestación de tintes fascistas. Y nadie, salvo un pequeño grupo de ciudadanos, ha dado la cara por las víctimas.
Cincuenta mil navarros han protagonizado una manifestación que será histórica por el número de participantes, pero también porque todos esos ciudadanos representan muy bien lo que ha cundido la infamia en España.