Cada noche, un poco antes de las ocho, un agente de la Policía Local de Alsasua se asoma al balcón del Ayuntamiento y retira la bandera española que ondea entre la de Navarra y la del pueblo. A las seis de la mañana del día siguiente la bandera vuelve a su sitio. Y así cada día. La retira la Policía Local a las ocho porque es cuando acaba su turno y no queda nadie en el Ayuntamiento para evitar que cualquier vecino la arranque otra vez. «No ganamos para mástiles», admite el alcalde. «Trepaban por las tuberías hasta la segunda planta y la quitaban por la noche, así que ahora la guardamos. La Guardia Civil lo sabe y no dice nada». Y así cada día. «Todo está bien».
El alcalde se llama Javier Ollo, es de Geroa Bai, abogado, tiene 24 años y en su despacho luce la bandera de Navarra, la de Alsasua y una pequeña ikurriña sobre la mesa. «Ser alcalde cuatro años aquí es como serlo 12 en cualquier otro pueblo», reconoce sólo 16 meses después de quitarle a Bildu la vara de mando. Pero insiste: «Todo está bien».
Alsasua es un municipio de menos de 8.000 habitantes enclavado en el valle de la Burunda, más cerca de Vitoria que de Pamplona. Junto a Leiza, es uno de los pueblos más abertzales de Navarra. Desde el pasado fin de semana, la localidad está tomada por los periodistas. «Nuestro pueblo no es vuestro circo mediático», grita una pancarta en la plaza. Todas las demás claman contra los «montajes policiales» y exigen la libertad de Jokin y Garin.
La madrugada del sábado dos agentes de la Guardia Civil y sus novias recibieron una paliza en el bar Koxka. A uno de ellos, al teniente, le partieron el tobillo. Se ha llegado a decir que hasta 50 jóvenes participaron en la agresión, pero sólo fueron detenidos dos, Jokin y Garin, que el lunes quedaron en libertad con cargos.
La mayoría del pueblo repite que sólo fue una bronca con algún chupito de más en plenas Ferias. Sin embargo, no se recuerda una repercusión similar en Alsasua desde que en 2006 una concejal del PSN y otra de UPN se liaron a bocados después de un pleno por un asunto de celos. O cuando detuvieron al hijo de una concejal socialista por pertenecer a ETA en 2003. Eran otros tiempos. La época dura, dicen.
Justo en la puerta del Consistorio hay un contenedor de plásticos sobre el que se ha pintado la bandera de España aprovechando el fondo amarillo, tachada con una enorme cruz negra. Todos los contenedores amarillos del pueblo, todos, están decorados igual. No hay pintadas a favor de ETA porque el alcalde las mandó borrar, cuando le gritaban censor por la calle. Sí hay grafitis que piden a la Guardia Civil que deje a la juventud de Alsasua en paz.
Detrás de las cámaras de televisión hay dos chavales cotilleando y comiendo pipas. «Esto parece Ocho apellidos vascos», bromea una mientras sube fotos del show a Instagram. La plaza del Ayuntamiento está separada del casco antiguo sólo por un paso de cebra. «¿Lo ves?», pregunta una chica. «Pues ese paso de cebra siempre marcó una línea imaginaria que divide dónde se puede pasar y dónde no y los guardias civiles pasaron donde no debían. A mí no se me ocurriría entrar ahí y menos si soy guardia civil».
El bar Koxka está ahí, al otro lado de esa franja. Es un bar normal y corriente, con su máquina tragaperras, sus pinchos de tortilla y su jubilado leyendo El Correo. «Es un bar de vasquitos pero no es de lo peor que hay aquí», retrata una vecina.
Hay una chica joven atendiendo en la barra:
– Perdona, una pregunta…
– ¿A vosotros os parece esto normal?
Fin de la entrevista. Agur. «Son 2,80. Gracias».
Nadie habla al otro lado del paso de cebra. Todo lo que se sabe del sector más próximo a los detenidos es un comunicado que habla de montajes policiales, de una «atosigante represión» en el pueblo, de «ataques y artimañas» de las fuerzas policiales y de «asesinatos, torturas y detenciones». «Las fuerzas policiales vinieron a hacer la guerra y siguen empeñadas en ello». La redacción es de un colectivo llamado Ospa Mugimendua, un grupo de vecinos que reclama la expulsión de Navarra de las Fuerzas de Seguridad del Estado. En 2011 se inventaron un carnaval en el que Rey Juan Carlos era una especie de Hitler, en 2014 quemaron muñecos con tricornio y el año pasado hicieron desfilar carrozas de la Guardia Civil con simbología nazi.
«De aquella línea imaginaria ya se hablaba cuando yo llegué aquí», recuerda Javier López Patus, el único concejal de UPN en Alsasua. «Aquí hay dos bandos que se han odiado durante muchos años, no se pueden ver y basta cualquier excusa para que salte la chispa». López Patus es de Pamplona pero aceptó ir en las listas porque nadie en el pueblo se atrevía. En las últimas generales sólo Podemos obtuvo más votos que UPN aquí. «Si no nos presentamos en los sitios conflictivos, les dejamos apropiarse del territorio», avisa.
«Yo he llegado en los años benévolos, me miran mal pero puedo caminar por aquí sin escolta. De ahí a decir que hay libertad… Yo llego, voy a los plenos y me voy, pero la gente que se queda sigue teniendo mucho miedo. ETA ya no mata, pero aquí sigue habiendo mucho miedo».
«Este no es un sitio fácil para vivir», admite un guardia civil. «Aquí siempre ha habido problemas, aunque esto ha sido más grave de lo habitual». Y uno se pregunta: ¿Qué es «lo habitual»?
Antonio (le llamaremos Antonio) ya está jubilado. Estuvo destinado 24 años en la zona de la Barranca, los últimos 21 en Alsasua. Aquí, dice, las pasó «putas». «Te hacían fotos por la calle, te amenazaban. A mí me quemaron el coche, me seguían por la carretera, me tiraron adoquines desde el puente y me reventaron la luna. Lo habitual. Lo que ha pasado ahora no es un caso aislado. Si pueden, los matan. Ha pasado siempre y desde que ETA ha dejado de matar estos, los batasunos, se han crecido. Como los políticos están tan suaves… estos actúan con más impunidad».
Antonio dice que la Guardia Civil siempre sufrió más en Navarra que en el País Vasco porque aquí ellos «dan la cara» y allí está la Ertzaintza. «Aquí patrullamos por la calle, tratamos con la población. Nos conocen. Yo creo que nos huelen. Y no recibes ayuda de nadie… Bueno, supongo que para eso nos pagan. Yo siempre llevaba la pistola, dormía con ella en la mesita. No sé si eso es miedo, yo creo que es precaución. Para esta gentuza sólo que existamos ya es un montaje».