Estrasburgo, estación término. Fin del recorrido judicial para los condenados por agresión a los dos guardias civiles y sus parejas en Alsasua en aquella aciaga noche del 15 de octubre de 2016. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos no ha admitido la demanda presentada por seis de los ocho condenados que pretendían que las instancias europeas reconocieran que no tuvieron un juicio justo. Ya habían conseguido que la Audiencia Nacional, que reconoció que el móvil fue el de la «animadversión y desprecio a la Guardia Civil», les impusiera penas de cárcel por delitos de atentado a los agentes de autoridad pero no por terrorismo. También lograron que el Tribunal Supremo rebajara las condenas.
Pero querían intentar una vía similar a la utilizada por Otegi en la causa ‘Bateragune’. Que en ese caso funcionó. El tribunal europeo, entonces, admitió que quienes le juzgaron tuvieron prejuicios. Sin entrar a cuestionar nuestro sistema judicial. Pero fue suficiente para que la propaganda de Bildu en particular y el independentismo en general cargara las tintas en una campaña de descrédito de la justicia española.
En el caso del linchamiento de Alsasua, los partes de las lesiones eran imbatibles. El teniente tardó 92 días en recuperarse. El sargento, 53. Sus parejas, más de 60 días. Fue una paliza de regodeo según los testimonios de las víctimas. Pero la estrategia de la defensa de los agresores fue llamar «herederos del franquismo» a la Audiencia Nacional y a todos los tribunales que se les pusieran por delante. Rubén Múgica , abogado de Covite en el juicio, dice que «hubo grupos políticos y mediáticos que manipularon al entorno de las familias, con tal de sacudir al Estado». ¿Qué van a decir ahora? ¿Que el Tribunal Europeo de Derechos Humanos también es franquista?
Ese mismo tribunal, tan aclamado en otros tiempos por la izquierda abertzale, ahora no ha admitido la demanda de los condenados de Alsasua. Fin de la vía europea. Uno de los condenados hablaba ayer de «desamparo de todas las instituciones judiciales» y se refugiaba en la sociedad que, según él, ha entendido su causa. Puede decirlo, en realidad. No la mayoría pero sí buena parte de esa ciudadanía a la que se refiere calló por miedo. Otra salió a la calle para presionar a los jueces en favor de los detenidos que «se habían visto envueltos» en una noche de copas. Se llegó a hacer una mini serie, emitida en ETB1, para desubicar los puntos sobre las íes: los agredidos eran los provocadores y los agresores, las víctimas. Mientras, silencio y vacío para los agredidos, salvo contadas excepciones. La solidaridad del movimiento feminista con las dos mujeres atacadas brilló por su ausencia. No hubo zapatos rojos en la calle ni pancartas para ellas. Y las instituciones no estuvieron a la altura. Que quede constancia para cuando repasemos la historia.