Luis Garicano e Íñigo Calderón-Libertad Digital

Este domingo la plataforma España Ciudadana ha realizado un acto en Alsasua en memoria y como reivindicación de los guardias civiles destinados allí y a las fuerzas y cuerpos de seguridad en general. Normalmente sólo víctimas del apartheid nacionalista local, o de un ostracismo civil asfixiante, pero que hace un par de años, el 15 de octubre de 2016, llegó de nuevo a violencia física cuando dos de ellos fueron apaleados junto a sus parejas por una multitud en un bar. Simplemente por su profesión, por hacer su trabajo.

Cuando se supo de la agresión y la imputación de los causantes tras la denuncia de Covite ante la Audiencia Nacional, pasó lo de siempre: el entorno nacionalista y abertzale del PNV y EH Bildu, sus marcas navarras y también sus becarios de Unidos Podemos, ante los ojos de unas direcciones del PSOE y del PP siempre tibias, generaron toda una movilización de apoyo a los «jóvenes de Alsasua». Según el retrato resultante, ya no son presuntos agresores sino simplemente jóvenes, víctimas de un Estado vengativo o justiciero que amenaza con imponerles penas muy severas por un linchamiento de nada a unos guardias civiles. Unos que, por cierto, iban provocando por haber atravesado la zona de exclusión de Alsasua que ya deberían conocer. Hay varias manifestaciones de apoyo (a los agresores), y desde las instituciones gobernadas por el nacionalismo auspician una campaña de apoyo a los «chavales de Alsasua» (a los agresores). En cuanto a los agentes agredidos: también olvidados.

Después, a alguno se le ocurre internacionalizar el tema y llevarlo a Europa, otra senda bien trillada por el nacionalismo, y, en un episodio bastante desconocido pero no por ello menos vergonzoso, cuatro europarlamentarios de dichos grupos presentan una pregunta a la Comisión Europea el 20 de julio de 2017, que ha pasado bajo el umbral de radar hasta hoy, pese al altavoz que se le ha dado desde dichos entornos y sus estentóreos aplausos, y que merece la pena repasar para el estudio etológico del pensamiento nacionalista, porque tiene su miga. En la primera de las tres cuestiones a la Comisión preguntan si considera que la transposición de las previsiones comunitarias sobre el tratamiento penal del terrorismo es correcta en España; y en la tercera, para rematar, que cómo piensan la CE y Eurojust aunar criterios para que no se vivan situaciones similares.

 

¿Que dónde está el truco? Pues que en la Decisión Marco 2002/475/JAI europea original se entiende delito de terrorismo cuando el objetivo de la agresión es «intimidar gravemente a una población», y en el art. 573.1 del Código Penal se transpuso por Ley Orgánica 2/2015 «provocar un estado de terror en la población o en una parte de ella», y es este último añadido precisamente la base de la apreciación del Supremo del indicio de delito de terrorismo.

Esto significa que, a los ojos del nacionalista medio, de a euro la docena, y sus followers de Unidos Podemos, la agresión indiscriminada a una población intimidándola al completo es terrorismo, como la que emprende un yihadista que conduce por una calle peatonal sin discriminar a quien arrolla. No obstante, cuando la agresión es discriminatoria, cuando sólo se agrede a algunos, a una parte de la población que piensa diferente, tiene determinada religión, condición sexual o termina aterrorizando sólo a determinado colectivo, entonces no es terrorismo. Es decir, por esta lógica si los «jóvenes de Alsasua» hubieran entrado al bar a agredir a todos entonces sí sería terrorismo, pero si entran a agredir sólo a guardias civiles y sus familias entonces es una pelea de bar. El matiz es interesante como demostración de que el nacionalismo es una ideología que provoca un sesgo cognitivo grave, uno que puede llegar incluso a invertir completamente la percepción de la realidad como síntoma. Para el buen nacionalista, la discriminación bien hecha es objeto de descargo.

En más, en la defensa de los «muchachos de Altsasu», estos 3 partidos, PNV, Bildu y Unidos Podemos, han pedido a la Comisión Europea y Eurojust que intercedan para limar la legislación antiterrorista española. Así, de paso que están pidiendo que no sea terrorismo agredir cuando sólo se aterrorice a parte de la población, piden también que no lo sean otras cosas añadidas y no consideradas en los mínimos de la Decisión Marco, como «alterar gravemente la paz» cortando carreteras, haciendo pintadas, poniendo carteles, etc. Que no sea terrorismo tampoco delinquir «contra la libertad», no sólo el secuestro, sino también que se embarguen calles enteras, cascos viejos o zonas de tu pueblo donde no se pueda pasar con libertad si se tiene tal o cual ideología o se viste de tal o cual manera, en definitiva, la generación de zonas de exclusión y guetos. Que no sea terrorismo agredir la «integridad moral»: los insultos, carteles, burlas, chanzas, caricaturas y mentiras, la presión social en general, la atmósfera irrespirable. Que no sea terrorismo atentar «contra la libertad e indemnidad sexual»: rapados, desgarros de ropa, grabados, piropeos y comentarios degradantes, manoseos y gestos obscenos sistemáticos al diferente. Que no sea terrorismo atentar contra el patrimonio privado, romper escaparates, pintar coches y pinchar ruedas, señalar negocios para que no entre nadie, o los de padres y familiares, como ha tenido que sufrir el propio Albert Rivera u otros compañeros en Cataluña. Entre otras muchas cosas.

Bien por los europarlamentarios nacionalistas, pidiendo a Eurojust la desprotección del diferente en la mismísima cámara de la diversidad por excelencia.

Para finalizar, una observación particular: la legislación española no denota mayor dureza al ser más extensiva en materia de terrorismo, sino más lecciones aprendidas tras muchos más años de sufrirlo que el común de la sociedad europea, años que han hecho escuela y nos han enseñado algunas de las peores facetas del ser humano, y también, justo es reconocerlo, algunas de las mejores. Que el nacionalismo y sus becarios interpelen a la Comisión y Eurojust para rebajar el umbral a partir del cual considerar el delito de terrorismo sólo es muestra de que no han aprendido esas lecciones, lo que sólo es muestra a su vez de que ellos no las padecieron. La acción de unos pocos en Bruselas no puede disminuir el orgullo que sentimos por nuestra ley, nuestro vínculo colectivo real, que en este caso puede ser más avanzado que el europeo, pero también nos ha costado la lección más dura.