ABC 26/12/12
Ignacio Camacho
La política weberiana que reivindica el Rey necesita políticos de calidad, dirigentes con liderazgo de luces largas
PARA la política weberiana que reivindicó el Rey en su alocución de Nochebuena, esa alta política responsable, honesta y generosa que sea en sí misma el antídoto de la desafección ciudadana, se necesita algo que el monarca no podía echar de menos en voz alta aunque resulta bien probable que lo haga en su fuero íntimo: políticos de calidad como los que alumbraron el pacto constitucional que figuraba aludido entre las líneas del discurso. Figuras de relieve, actores de nivel capaces de protagonizar papeles a la altura del momento histórico. Dirigentes con liderazgo de luces largas.
El diagnóstico de Don Juan Carlos –en cuya aparición navideña se nota no sólo la mano detallista de una nueva y mejor pensada puesta en escena sino el tono más elevado de algún speechwritter con buena pluma– apunta en una dirección bien orientada: contra la antipolítica, contra la wikicracia, contra la tentación del desapego institucional y democrático, sólo cabe más y mejor política, una política de nobleza y de renuncia, de compromiso y de sensibilidad. Pero en la España de hoy falta materia prima para esa clase de empresas porque hace años que fallan los mecanismos de formación y selección de la función representativa. Porque la de político es una profesión desprestigiada ejercida por burócratas de partido. Y porque las estructuras democráticas se han convertido en sindicatos de intereses ante la pasividad de un cuerpo ciudadano que ahora reclama con airado desencanto unas virtudes públicas que tampoco existen en la propia sociedad civil.
El mismo Rey es, en tanto político, el último superviviente de una generación extinguida. La clase dirigente de la transición, un colectivo comprometido, con profundidad intelectual y sentido de Estado, se prolongó durante el felipismo, degeneró con él y tuvo un canto del cisne en el primer mandato de Aznar para decaer de forma irreversible durante el zapaterismo. Hay averías estructurales serias en los procesos de acceso y de renovación de la política, dominados por aparatos sectarios de ideología tan superficial como radicalizada. Los agentes públicos carecen de competencia profesional y de independencia de criterio y emiten un discurso twitter: liviano, vacío y consignista. La mayoría de las instituciones están en manos de una casta mediocre cuya única producción política consiste en la agitación gestual y la exaltación propagandística. El mismo día de Nochebuena tuvimos un ejemplo señero cuando el presidente de Cataluña, máximo representante oficial en el territorio, se preocupó en su toma de posesión de tapar el retrato del Jefe del Estado.
Miembro de aquella distinguida élite generacional que refundó y consolidó la democracia, el soberano añora la grandeza necesaria para salir de un gravísimo período crítico. Predica, como siempre, en el desierto de una dirigencia inhabilitada para refundarse a sí misma.