- Sánchez parece querer situar a la extrema derecha como el primer problema del país, porque solo así la amenaza ultra seguirá siendo un valioso activo electoral del PSOE
Alvise, Alvise, Alvise. Es el nuevo flotador de Pedro Sánchez. No se le va a caer de la boca en mucho tiempo. Las elecciones europeas han promulgado la caducidad, como eficaz recurso electoral, del contubernio ultra que montaron en su día Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal. Hacía falta un nuevo elemento que revitalizara el relato. Félix Tezanos se puso manos a la obra, y el CIS oficializó la amenaza: Se acabó la fiesta podría alcanzar el 5,7% del voto emitido. No llegó a tanto, pero tampoco anduvo lejos. La matrioska facha ya tiene un nuevo integrante, y altamente reactivo. Y radiactivo. Mano de santo para Sánchez.
La suma de las opciones de derecha extrema o ultraderecha en España se mantiene estable. Sólo en una ocasión Vox ha superado el 15% de los votos. Fue en la segunda convocatoria de elecciones generales en 2019, cuando el riesgo percibido por el electorado de centro-derecha era justamente el contrario, la consolidación en el poder de un frente de izquierdas. El 9-J la suma de Vox y Alvise se ha quedado en un 14%. Lejos de sus colegas franceses, italianos, húngaros o austriacos. Sin el impacto social y político de la ultraderecha alemana. Pero, para Sánchez, son el primer problema del país. O expresado de forma más rigurosa: Sánchez necesita que sea el primer problema del país, porque solo así la amenaza ultra seguirá siendo el principal activo electoral del PSOE.
Alvise es el mejor regalo que podía recibir Sánchez. No va a haber modo de escabullirse. Nos lo vamos a encontrar hasta en la sopa. Alvise por tierra, mar y aire
La paradoja es que detrás del avance de la ultraderecha en Europa está la inoperancia de las democracias liberales y de la socialdemocracia europea frente a un fenómeno, la inmigración, cuyo impacto en nuestras sociedades es cada vez mayor. Esa incapacidad para plantear alternativas realistas al buenismo y la pasividad, es la que en buena parte alimenta el discurso de las opciones más radicales. Lo acaba de advertir Amin Maalouf en una reciente entrevista en ABC: “Asistimos a la pulverización de la izquierda, porque no ha sabido gestionar las cuestiones identitarias”. Lo acaba de reconocer el ex secretario general de UGT, Cándido Méndez: “Yo creo que hay responsabilidad histórica de la socialdemocracia en relación con el ascenso de los partidos de extrema derecha”.
Méndez, que acaba de sacar libro (“Por una nueva conciencia social”. Deusto), se atreve a señalar la cuestión de fondo: “En muchos casos, y el más notable es el de Francia, son trabajadores los que votan a la extrema derecha, porque tienen miedo al futuro, a perder su trabajo”. Así es. De otro modo no se explica la imparable escalada del partido de Le Pen. El problema en Francia va más allá de la presión migratoria para adentrase en demasiados lugares en el peligroso territorio del enfrentamiento civil. La decisión de Emmanuel Macron de adelantar las legislativas es lo más parecido a situar a la nación frente a un desafío que ni es posible eludir ni tiene vuelta atrás.
En España estamos muy lejos del caso francés, salvo que alguien llegue a la conclusión de que la conservación del poder pasa por la amenaza de una ultraderecha a la francesa
Es más que verosímil que, al precipitar las elecciones, Macron no esté pensando en darle la vuelta a las encuestas, sino en que, llegados a este punto, la única manera de limitar los efectos perversos de la inmigración que no acepta las normas de la democracia sea acelerar lo inevitable y enfrentar al país a la prueba de un gobierno de derecha radical pero sometido al escrutinio y la moderación del Elíseo (el mandato de Macron concluye en abril de 2027). Nada nuevo. Ya pasa en Italia (con el progresista Sergio Mattarella en la Presidencia de la República y Georgia Meloni como premier). Y pasa, sin ningún filtro moderador, en Hungría, Polonia, República Checa y Finlandia. Y si los dos grandes bloques que vienen dictando las normas europeas, populares y socialdemócratas, no recorren el túnel que deja atrás el pánico y desemboca en el pragmatismo, acabará pasando en Alemania, Austria y otros países del viejo continente.
¿Hay alguna señal de que algo parecido vaya a ocurrir en el corto plazo en España? Ninguna. La inmigración descontrolada y el choque de culturas están ocasionando problemas serios en zonas concretas de nuestro país, especialmente en Cataluña (y como resultado de la política migratoria desarrollada por el pujolismo), pero estamos muy lejos de replicar el caso francés. Salvo que alguien llegue a la conclusión de que la única posibilidad de retener el poder pasa por elevar artificialmente la amenaza de una ultraderecha a la francesa. Por alimentar las pulsiones xenófobas, hoy minoritarias, en una sociedad que sigue demostrando unos altos niveles de tolerancia, en justa proporción con la magnitud, todavía manejable, del problema.
¿Alvise Pérez? El mejor regalo que podía recibir Sánchez. No va a haber modo de escabullirse. Nos lo vamos a encontrar hasta en la sopa que sirven en los medios públicos. Y en otros. Alvise por tierra, mar y aire. Para mayor gloria de Pedro Sánchez. Y puede que de la extrema derecha.