JON JUARISTI-ABC
- La asimilación de lo inasimilable, la confusión y la amalgama, resumen la fórmula sanchista para la destrucción revolucionaria del Derecho
DE puro grotesca, la situación actual podrá parecer cómica, pero es bastante más grave que la que marcó el final del felipismo: aquel marasmo de corrupción y terrorismo de Estado en que se hundieron los ‘Cien años de Honradez’ que el PSOE reclamaba para sí a comienzos de su primera legislatura. Miraba entonces el partido del auténtico Pablo Iglesias hacia su pasado, embelleciéndolo descaradamente. En 1993, tras la pírrica victoria socialista en las generales, el envejecido eslogan sonaba ya a amenaza proyectada hacia el futuro. Se parecía más al de ‘Un Reich para mil años’ que al que acuñó Fraga, en 1965, de los ‘Veinticinco años de paz’ (y que, por mucho que nos pese, fue el más veraz de los tres). Así y todo, los catorce años de gobiernos de Felipe González hicieron menos mella en el sistema que el macabro quinquenio sanchista.
En su último ensayo (‘La posliteratura’, Alianza, 2023), Alain Finkielkraut ha descrito los efectos deletéreos de la ideología woke sobre el Estado de Derecho francés en términos que pueden aplicarse, sin más, a su versión socialcomunista española. Escribe Finkielkraut: «El neofeminismo es un amalgamismo: las penetraciones forzadas y las proposiciones indecentes se meten todas en el mismo canasto (…). El Gobierno acaba de meter con calzador ese amalgamismo en la ley, instaurando el delito de ultraje sexual, que crea una continuidad criminal entre comportamientos totalmente disímiles». En otras palabras, leyes como la del ‘solo sí es sí’ amalgaman, desde el supuesto de una equivalencia moral, delitos penalmente diferentes.
La condena evangélica del pecado de pensamiento (Mateo 5, 28: «quien mira a una mujer para codiciarla ya cometió adulterio con ella en su corazón») podrá parecer mucho más drástica que la ley del ‘sólo sí es sí’, pero, para Jesús, el adulterio de la mirada sólo resultaba culpable y punible ante la propia conciencia y el tribunal divino. Refiriéndose a las consecuencias del amalgamismo laicista en Francia, Finkielkraut añade que, en los períodos revolucionarios, «se aprueban precipitadamente leyes para poner la justicia penal al servicio de la justicia popular (…). Para satisfacer la ira del pueblo, el ministerio fiscal llega hasta a vulnerar sus propias normas abriendo investigaciones sobre casos que han prescrito». Y concluye advirtiendo que una nueva revolución cultural está en marcha.
En efecto, la destrucción revolucionaria del Derecho se cumplió tanto bajo la revolución cultural maoísta como bajo el nacionalsocialismo. De ahí la admonición que el Papa Benedicto XVI, citando a San Agustín a propósito de la desvirtuación política de la Justicia, lanzó en su discurso ante el Bundestag, el 22 de septiembre de 2011: «Quita el Derecho y, entonces, ¿qué distinguirá al Estado de una gran cuadrilla de ladrones?» (‘De Civitate Dei’, IV, 4, 1).