JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS – EL CONFIDENCIAL – 18/06/17
· No es buen síntoma que en este tipo de asuntos estemos tan desenganchados de las opiniones públicas más maduras en democracias solventes.
El primer accionista de Inditex –este fin de semana se celebra su Junta General de Accionistas después de conocerse que sus beneficios han alcanzado los 654 millones de euros el primer trimestre del año– es, según la revista Forbes el cuarto hombre más rico del mundo. A propósito de sus donaciones a la sanidad pública española a través de su fundación, se ha generado un debate que no podemos despachar con descalificaciones sino con racionalidad. ¿Es un oportunistaAmancio Ortega porque dona cientos de millones aumentando así su reputación o es un filántropo que quiere devolver a la sociedad una parte de lo que ha ganado legítimamente?
No es buen síntoma que en este tipo de asuntos estemos tan desenganchados de las opiniones públicas más maduras en democracias solventes. La filantropía de personas acaudaladas se observa en países especialmente anglosajones con general simpatía y naturalidad. Mark Zuckerberg y Bill Gates son ejemplos indiscutidos de hombres muy ricos comprometidos con diversas causas sociales. Y Amancio Ortega también lo está, pese a las críticas –poco elaboradas y mal explicadas– de la Asociación para la Defensa de la Sanidad Pública que ha puesto en la picota tanto las donaciones de la fundación de Ortega como el destino de los fondos que aquella ha pactado con los responsables de la entidad a través de la cual se canaliza la ayuda a la sanidad en España, especialmente en el ámbito de la oncología.
Inditex es una empresa que busca –como todas– el legítimo beneficio. Su fundador no era rico por herencia ni porque le hubiese tocado la lotería. Ha sido un hombre hecho a sí mismo, discretísimo, que vive a pie de su fábrica, en Arteixo (A Coruña) y al que no se le conoce ni una sola excentricidad. Elude pronunciamientos políticos, se ha retirado de la línea ejecutiva dada su edad para que la empresa le sobreviva, Inditex tiene desde 2012 un Código de Conducta y Prácticas Responsables y ha suscrito compromisos nacionales e internacionales sobre el trabajo digno, los derechos de los trabajadores, sobre la corrección en las prácticas de sus proveedores, sobre sostenibilidad, sobre el cumplimiento tributario y sobre los derechos de los consumidores.
Inditex, además, es una empresa que crea mucho empleo, aquí y fuera porque es una de las más internacionalizadas (en los doce últimos meses ha creado 10.668 puestos de trabajo, 2.242 en España) y de las no muchas que dispone de un plan de participación de los trabajadores en los beneficios. Todo ello es compatible con carencias, omisiones, incorrecciones, incluso posibles infracciones, que son corregidas por una comisión interna dedicada a ello. Amancio Ortega es un hombre que ha demostrado ser cívicamente fiable y merecedor, por tanto, de que se acepten de buen grado sus donaciones a la sanidad pública siempre y cuando –como sucede– las finalidades de ellas las marquen las autoridades públicas competentes, incluida la distribución territorial ecuánime de esos fondos.
La filantropía de personas acaudaladas es elogiable en función de que su comportamiento cívico resulte el adecuado, esto es, que ellos y sus empresas pagan los impuestos, se atienen escrupulosamente a las leyes y procuran el bien común compatible con el propio. O sea, siempre que acrediten que cumplen antes con la obligación que con la devoción. Es más, una sociedad desarrollada sin filántropos ofrecería muchas carencias y de muy diverso tipo. Una variante de la filantropía es el mecenazgo, el apoyo a las expresiones culturales.
En general, las grandes empresas españolas, a través de fundaciones (y no citaré las muchas que existen y las labores meritorias que desarrollan para evitar omisiones injustas) financian o cofinancian iniciativas que sin su colaboración no serían posibles: exposiciones, restauraciones, edición de libros, deporte, salud, medio ambiente, educación, investigación… y no hay razones para observar esta actividad filantrópica de manera desconfiada aunque esas compañías busquen, lógicamente, la empatía social y, con ella, una mejor reputación.
Amancio Ortega es un hombre que ha demostrado ser cívicamente fiable y merecedor, por tanto, de que se acepten de buen grado sus donaciones
Amancio Ortega es un filántropo. Ente otras razones porque no necesita oportunismo alguno para ganar posiciones de cualquier género porque todas las ha obtenido ya. El debate no debería ceñirse a sus donaciones si el primer accionista de Inditex se ajusta y ajusta sus empresas a las correctas prácticas de buen gobierno, paga sus impuestos y mantiene empleo digno y lo multiplica. El debate podría situarse en otro terreno más productivo –en este asunto volvió a equivocarse Pablo Iglesias en el debate de la moción de censura–: cómo canalizar esas donaciones, como optimizar la filantropía (también el mecenazgo cuya ley seguimos esperando) y cómo recuperar un buen diálogo social con el empresariado comprometido con su país.
Amancio Ortega no es un oportunista, es un gran empresario filántropo y sus donaciones, además de la aceptación sin reservas por las autoridades, merecen, creo, el aplauso de los ciudadanos. No siempre –casi nunca– hay que debatir desde la barricada ni, por sistema, sorprender la buena fe de los que actúan con transparencia o, al menos, lo intentan. Esta España que algunos quieren hacer huraña resulta a veces tan sectaria que termina por desalentarnos.
JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS – EL CONFIDENCIAL – 18/06/17